La Muchachería

El Dr. Eduardo Da Viá trae a colación de la realidad un cuento, una modalidad para observar lo que sucede alrededor en la vida cotidiana. Imperdible.

Eduardo Da Viá

Cuando "el Pelusa" llegó al lugar, embutido en su campera de repartidor de Pedidos Ya y con la conservadora a sus espaldas, se detuvo al parecer muy sorprendido: de la lujosa vinería por cuyo frente pasaba a menudo nada quedaba, solo resabios de humo todavía emergente de entre los escombros, el predio acordonado por la policía, los bomberos recogiendo sus elementos de trabajo y un furgón de la Policía Científica estacionado detrás de la clásica cinta que limita el acceso de los curiosos.

Un hombre mayor, corpulento y canoso se encontraba sentado en una silla que alguien le había proporcionado, codos apoyados en sus rodillas se tomaba la cabeza con ambas manos, con movimientos de negación persistentes.

Parecía además estar llorando.

El joven motociclista que detuvo la marcha a todas luces desocupado en esos momentos, se levantó la visera del casco que le opacaba la visión, observó un rato y continuó su marcha.

Yo solía comprar en esa vinería por razones de cercanía a mi hogar y además porque de tanto ir habíamos establecido una cierta amistad con el dependiente a quien todo el mundo lo conocía por Pepito, a pesar de ser un hombre hecho y derecho de unos cuarenta años de edad.

Atento y servicial, sabía de memoria dónde estaba cada producto e incluso, como yo siempre compraba dos botellas de determinadas bebidas, ni bien entraba me preguntaba si lo de siempre a la vez que ya iba dirigiéndose al lugar de las varias estanterías donde esperaban ser vendidas mis preferidas.

Cuando yo empecé a comprar en ese local, ya estaba Pepito a cargo, experto en el uso de los distintos póstnets y de la computadora, los que manejaba casi sin mirar a la par que hablábamos sobre bueyes perdidos.

Un día, se me ocurrió preguntarle cómo es que llegó a ese trabajo y me respondió ¿Tiene un tiempito? me espetó. -Por supuesto le respondí

Mi historia es muy interesante porque yo era un muchachito de la calle, que vivía mendigando y dormía en los bancos de plazas. También solía cometer actos indebidos de los cuales luego me arrepentía.

Un día quiso la vida que me atreviera a entrar a la vinería, ésta vinería, atendida por un señor mayor que resultó ser Don Carlos Salas, un hombre muy educado y prudente, que no se mostró atemorizado por mi aspecto sucio y abandonado, sino que me preguntó que deseaba, a lo que respondí con el trajinado "una monedita para comer".

Don Carlos me sostuvo la mirada y sin hacer ademán alguno, me dijo si no tenía trabajo, a lo que respondí que lo había solicitado muchas veces pero nadie se atrevió a emplearme

"¿Sabés leer y escribir?". "Sí, tengo primaria completa, después no pude seguir porque tenía que cuidar a mis hermanitos menores, seis eran".

"¿Tenés celular?". "No pero lo sé manejar porque mi hermano mayor tiene, somos 8 en total lo tiene y a veces me lo presta".

"¿Manejás computadora?". "No señor ni los póstnets tampoco aunque sé para qué sirven".

- ¿Te gustaría tener trabajo o preferís mendigar?

- No Sr. quiero trabajar y ganarme mi dinero.

"Bueno -respondió- ya tenés trabajo".

"De qué", pregunté asombrado.

- De vendedor de vinos, aquí conmigo.

- Pero yo no...

- No te apurés, te enseñaré.

"Antes que nada vamos a comprarte ropa limpia y zapatillas, serán usadas pero decentes".

"Cierro y vamos".

Subimos a su auto y fuimos a una de esas instituciones que reciben donaciones y luego venden la mercadería en forma muy accesible.

De ahí salí con el paquete, volvimos al negocio y me dijo, date un baño y ponete todo lo nuevo.

El placer del agua caliente y el perfume del jabón, jamás se borrarán de mi mente.

Y de inmediato inicié la capacitación que gentilmente me proporcionaba Don Carlos, hasta que al cabo de unos pocos días, ya estaba en condiciones de arreglármelas solo para la venta de los productos, claro el programa que tenía cargada la PC era muy simple, adecuado para la búsqueda del producto y el precio.

Don Carlos tenía otro negocio similar que momentáneamente atendía su hermana, pero ella tenía niños chicos que debía atender y no le era posible dejarlos solos todo el día, por lo que él iba y venía varias veces en el día.

Mientras tanto yo sabía que me vigilaba sobre todo con el manejo del efectivo dado que el negocio está, como Ud. sabe, en las proximidades de un barrio privado donde abundaban los que yo llamo delincuentes de guante blanco; esos compran en efectivo, con dinero seguramente mal habido o no declarado, en cambio la tarjeta los desnuda. Lo cierto es que los fines de semana la recaudación solía ser millonaria y jamás toqué un solo centavo, supongo fue por eso que un día Don Carlos me dijo:

Pepito te dejo completamente a cargo, yo me instalo en el otro negocio y vuelvo por las noches a retirar el dinero, cualquier duda me llamás.

Y así fue que yo casi no alcancé a conocer al dueño, siempre estaba Pepito con el que trabé una cierta amistad, lo que me permitió saber que era soltero y que vivía en una pieza con derecho a cocina y baño en el Barrio La Favorita.

Un fatídico día, llegué a la vinería y Pepito no estaba, sí en cambio el dueño, cabizbajo y muy parco, y que al preguntarle por el amigo me dijo:

Está en el cielo.

No pude creer lo escuchado y al indagar detalles me contó que Pepito era diabético desde niño, insulina dependiente y que nunca lo comentó por temor a que yo lo despidiera ante eventuales ausencias por su enfermedad. Su hermana menor cayó gravemente enferma, pobre sin trabajo, y sin obra social, él le compraba los remedios a costa de prescindir de su impostergable insulina. Pepito tenía obra social dado que estaba en blanco, pero como nunca declaró su diabetes, no le cubría la provisión del tan necesario medicamento.-

Al notar su ausencia durante un par de días, otro hermano fue a donde residía y lo encontró muerto. La autopsia reveló casi 5 gramos de azúcar en sangre. Se había inmolado en bien de su hermana.

Mientras me contaba la pérdida de su casi adoptivo hijo, llegó otro cliente conocido quien al enterarse de la infausta nueva preguntó que pensaba hacer, a lo que Don Carlos respondió que había pegado un cartelito en la puerta solicitando un muchacho o chica para vendedor.

Nadie había concurrido.

El cliente respondió, que ahora era muy fácil, solo tenía que ir a la MUCHACHERÍA de la calle Independencia de Las Heras y ahí tendría para elegir.

¿Muchachería? Preguntó incrédulo Don Carlos ¿qué es eso? A lo que respondió el cliente que era un lugar donde disponían de muchachos, chicos y chicas para servicios varios, aclaró que él no lo conocía pero sabía de conocidos que habían ido y era cierto.

Disponiendo de la dirección Don Carlos se dirigió al mencionado lugar y cuál no sería su asombro al llegar y comprobar que efectivamente, en una casa de aspecto viejo y humilde con un portón de chapa y una ventana con la cortina corrida, había un cartel que rezaba:

LA MUCHACHERÍA

SERVICIOS

Compra- Venta- Alquiler- Consignaciones

Dudó incrédulo el hombre hasta que se decidió y apretó el botón del timbre, al cabo de un par de minutos que le parecieron una eternidad, se abrió ruidoso el portón y asomó la cabeza un hombre de unos 50 años, pelo largo desprolijo y cara de pocos amigos quién le preguntó que deseaba, a lo que Don Carlos respondió: "Necesito un chico para mi negocio".

El melenudo le hizo señas de pasar y en el trayecto a través de una largo y estrecho patio, caminando al parecer hacia un edificio sito a los fondos, fue explicándole que disponía de varios candidatos y que si lo quería para trabajo permanente o temporario porque los precios varían según las habilidades requeridas y acto seguido le preguntó para qué lo quería, a lo que Don Carlos respondió para atender en el mostrador de una vinería de mi propiedad.

Creo tener lo que necesita Don, venga que le muestro.

Al llegar al edificio que tenía una sola puerta y un ventanuco a cada lado llamaba claramente la atención que la puerta estaba cerrada con un enorme candado, cuyas llaves portaba el dueño, cadena mediante colgando de su cinturón; una vez adentro, una pieza de paredes descascaradas, tubo de neón de baja intensidad en el techo, una mesa y dos sillas, una a cada lado de la misma.

Siéntese, le explico.

Son chicos de la calle, yo los recojo drogados o borrachos, les doy ropas alimentos y un catre, acceso a baño y dos comidas al día. La mayoría de ellos necesita trabajar, otros quieren volver a mendigar, están los que tienen alguna formación y los que no. Como podrá comprender los precios varían. Enseguida los podrá ver, cada uno........en eso se escuchó un grito potente: Soltanos viejo cabrón-, y otro - ¡Quiero ir al baño!

Don Carlos no salía de su asombro y no atinaba a decir nada.

Pero pase que le muestro dijo el a todas luces hampón y sin inmutarse se acercó a una segunda puerta opuesta a la primera, con su correspondiente candado y le hizo señas para que pasara.

El espectáculo que se le ofrecía a sus ojos desorbitados lo dejó paralizado a Don Carlos: eran celdas con barrotes de hierro del 10, una estrecha puertita con el consabido candado y un catre con un jergón aplastado con un par de mantas rotosas. En cada cubículo un joven o una chica aferrados a los hierros y gritando obscenidades pidiendo ser liberados.

¿Para qué los necesita Don?

Para trabajar de vendedor en el mostrador de una vinería de mi propiedad.

El más ilustrado es el segundo de la derecha, pero tiene antecedentes delictivos serios, lo sé por contactos en la policía, pero es inteligente y maneja celulares y computadoras.

Si compra alguno el precio son mil dólares, si lo alquila son quinientos mensuales pagaderos a mí, yo me quedo con la mitad y el resto se lo da al muchacho.

Al detectar que Don Carlos lo miraba, el muchacho de la segunda celda de la derecha le espetó: ¡Comprame o alquilame pero sacame de aquí viejo!, me llaman el Loco y vivía en el barrio Pappa.

En su muñeca derecha tenía un tatuaje con el escudo de Boca. Sus ojos brillaban como los de un lobo listo para el ataque.

Don Carlos prometió pensarlo, sólo para salir del paso y huyó espantado de comprobar hasta dónde puede llegar el ser humano.

El pobre hombre no podía vivir sabedor de lo que sabía, no dormía y había perdido el apetito, y cuando lograba conciliar el sueño se le aparecía el Loco que le gritaba: Por qué no me compraste hijo de p.......? amenazándolo con una navaja.

Hasta que un buen día tomó la decisión e hizo la denuncia a la policía.

En cuarenta y ocho horas, y en tipos muy grandes, los diarios relataban que se había desbaratado un centro de prisión y venta o alquiler clandestino de seres humanos.

Todos los muchachos fueron liberados, excepto el Loco, que tenía captura pedida y volvió directo a la cárcel de la que oportunamente escapara y donde completó su condena por robo a mano armada. Tres años más.

A los dos días de liberado sobrevino el incendio de la vinería.

En la parte lateral del negocio salvada de la quema se alcanzaba a leer:

"Si me hubieras comprado o alquilado no habría pasado tres años más en cafúa."

Cuando el muchacho de la moto tomó la visera para bajársela, se alcanzó a ver con claridad un tatuaje del escudo de Boca en la muñeca derecha.

El cambio de apodo de Loco por Pelusa le fue impuesto por él mismo a la gavilla de delincuentes juveniles que operaba desde su propio barrio y que comandaba desde años atrás.

A partir de hoy soy el Pelusa, si alguno se le olvida y me llama Loco, le rajo el cogote: por Loco me ubica la policía.

El equipo de Pedidos Ya, incluida, la moto era robado.

La Policía Científica determinó que el incendio fue provocado.


PD: La partícula "-ería" en palabras como "panadería" indica un lugar donde se elabora o vende un producto específico, en este caso, pan. Es un sufijo derivativo que se añade a nombres de oficios o productos para designar el local donde se ejerce ese oficio o se vende ese producto




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