Cristina ya no tendrá el bronce
Una condena que marca el fin de una era, y un nuevo mapa simbólico para la política argentina.
Hay figuras de la política argentina que, con todos sus errores y contradicciones, lograron ser recordadas con respeto. Raúl Alfonsín, por ejemplo, sigue siendo símbolo de la democracia recuperada. Néstor Kirchner, aún con su estilo confrontativo, conserva en muchos sectores el aura de quien sacó al país del infierno. Incluso Carlos Menem, tras años de polémica, terminó siendo visto por algunos con cierta nostalgia de estabilidad noventista. Cristina Fernández de Kirchner, en cambio, está tomando otro rumbo.
No quedará en el bronce. Su nombre va camino a quedar encerrado en el mármol de los tribunales de Comodoro Py, más que en alguna placa conmemorativa de Plaza de Mayo. Su condena en la Causa Vialidad -por el direccionamiento de fondos públicos en favor de Lázaro Báez- es mucho más que un fallo judicial. Es un antes y un después. Una marca histórica que borra cualquier posibilidad de neutralidad en su legado. Y es que, más allá de las apelaciones y del discurso que insiste en la persecución, lo cierto es que Cristina fue condenada por corrupción en ejercicio de sus funciones como presidenta. Y todavía no termina ahí: quedan abiertas las causas Hotesur y Los Sauces, la revisión en la Corte del Pacto con Irán, el expediente de los Cuadernos de la Coima (ya elevado a juicio), y la famosa Ruta del dinero K.
La conversación digital no miente: es impacto, no reivindicación En lo digital, el caso explotó. Según datos de Ad Hoc Digital, la condena generó más de 1.300.000 menciones en redes sociales en apenas 24 horas, ubicándose como el tercer evento político con más repercusión desde que asumió Javier Milei. Solo fue superado por la asunción del propio Milei (1.600.000 menciones) y el caso Libra (1.900.000).
Pero atención: una mención no es un respaldo. Y mucho menos un homenaje. El ruido digital mostró penetración en múltiples audiencias, pero sin el efecto emocional ni el respaldo militante que otras veces supo generar. Esta vez no hubo movilización. No hubo épica. Solo hubo un ruido sordo. Un discurso para los propios.
El discurso de Cristina, tanto previo como posterior a la sentencia, fue previsible: apeló al relato de la persecución judicial, el lawfare, el intento de proscripción. Y si bien ese guion todavía conmueve a un núcleo fiel, cada vez le habla a menos personas. En la sociedad en general, su imagen negativa supera el 60%, aunque sigue siendo vista como líder del peronismo por el 77% de los votantes peronistas. Y ahí se abre una grieta interna, no solo en el país, sino en el corazón del PJ: ¿cómo construir una renovación si la principal referencia simbólica está judicialmente condenada? ¿Cómo proyectar futuro con una figura atrapada en el pasado?
Menem y el silencio estratégico
En este punto, es inevitable la comparación con Carlos Menem, el único otro expresidente condenado judicialmente. Pero Menem eligió el silencio como estrategia. Nunca quiso convertirse en víctima ni mártir. Dejó que el tiempo hiciera su trabajo. Cristina, en cambio, sigue apostando al relato, aunque cada vez tenga menos interlocutores fuera de su burbuja.
Milei y el enemigo perfecto
Javier Milei no necesita inventar un adversario. Lo tiene servido. Para un discurso construido sobre la bronca social, el rechazo a la casta y la anti-política, tener enfrente a figuras como Alberto Fernández, Sergio Massa y una Cristina condenada es ideal. La polarización no es un problema para Milei. Es su zona de confort. Su manera de simplificar el tablero: él contra los que gobernaron "mal", "mintieron" y, ahora, "robaron". Su relato funciona mejor con enemigos concretos. Y Cristina, con esta sentencia, se convirtió en el enemigo perfecto.
No es el bronce, es el mármol de Comodoro Py
La verdad es que Cristina no quedará en el bronce. No es Alfonsín, no es Perón, no es Néstor. No trascendió su tiempo. Su figura quedará en la historia, claro. Pero no por su grandeza, sino por sus sombras. Y eso, aunque duela en su círculo, ya no se puede borrar. Porque en política el relato puede resistir un tiempo, pero tarde o temprano el archivo y la Justicia hacen su trabajo.