Dime quién paga el experimento y te diré el resultado

"Es necesario detenernos y replantear qué vamos a considerar válido y qué no, y qué tipo de conocimiento necesitamos y queremos producir las mujeres", sostiene Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

Cuando participamos de alguna conversación y alguien nos relata algún hecho de la naturaleza, descubrimiento o forma en que funcionamos los seres humanos y sentimos curiosidad, inmediatamente preguntamos: ¿pero esto es científico o de dónde lo tomaste?

Claro, nos contesta la persona dueña del relato, lo leí en la "New England Journal of Medicine". Entonces, es verdad.

¿Es verdad?

Es que no sabemos bien si es por repetición del discurso, porque así nos lo enseñaron en la escuela o quién sabe, pero asumimos el "conocimiento científico" como sinónimo de verdad, de conocimiento neutro, universal y objetivo. Como si la ciencia siempre hubiera estado allí para traernos verdades absolutas de las que podemos valernos y argumentar para vivir nuestras vidas con al menos algunas certezas indiscutibles.

En esta creencia, inventamos unos métodos de validación, una forma de elegir los temas que íbamos a estudiar (y por tanto considerar dentro del conocimiento formal) y también unos principios que nos guiarían. Este fue el modelo clásico de la ciencia y a este conjunto de reglas le llamamos epistemología.

Fue este método que producía conocimiento neutral, objetivo y universal, el que describió a la mujer como un ser incompleto, detenido en la evolución, emocional y carente de raciocinio en las validadas voces científicas de Freud, Darwin, Spencer, entre otros. Fue de estas conclusiones científicas basadas en nuestra genitalidad (que justificaron la privación de derechos civiles y políticos a la mujer y la sujeción a la autoridad del marido) que se dedujo también, que la mujer, al no poseer razón, tampoco tenía facultades de abstracción y universalización, facultades éstas (pensaron ellos mismos) necesarias y excluyentes para investigar y aplicar el método científico. Círculo cerrado.

Así, la ciencia neutral y objetiva privó de capacidad de estudio de la realidad y de voz a las mujeres (incluso por tener el cerebro más pequeño, lo cual hacía todo más evidente, ya que lo grande, desde quien posee lo grande, es mejor). Finalmente, al darse cuenta la ciencia que la mujer era un ser inferior, ya sea por tener útero, un cerebro distinto al del hombre, o quizás justamente por algo tan evidente como "no ser hombre", consideró que era pertinente excluir de los canales formales del conocimiento a todo lo relacionado con lo femenino y con la mujer. Entre otras cosas, podemos nombrar a modo de ejemplo, el estudio de las emociones, que hoy sabemos "a ciencia cierta", el efecto que tienen en nuestra salud mental y física.

Un caso paradigmático sucedía con la ciencia médica: hasta hace poco, no se comprendía por qué no podían advertir cuando las mujeres tenían enfermedades cardiovasculares y se morían sin tener síntomas. Lo que la ciencia médica neutral, universal y objetiva no había descubierto, es que no es que las mujeres no teníamos síntomas, sino que tenemos otros distintos a los de los varones. Pero cómo iban a saberlo, si cuando eligieron objetiva y neutralmente el objeto de conocimiento, estudiaron sólo el cuerpo de los varones.

Ante esta evidente manipulación de la verdad o de lo que creímos como científico o neutro, nuestra razón (evidentemente tenemos una), nos invita a la filosofía de la sospecha. ¿Significa esto que tenemos que tirar por la borda todo el conocimiento recabado por la humanidad y ya no creer en nada? No. Significa comprender que quien tiene la voz para generar, producir, elegir qué es y que no conocimiento, es quien tiene el poder.

Que en la historia de la humanidad, y producto de las sociedades patriarcales en que vivimos, el conocimiento y lo que consideramos como válido ha sido generado por los varones a través de esta auto atribución de la razón y la capacidad de hacerlo. Por tanto, es necesario detenernos y replantear qué vamos a considerar válido y qué no, y qué tipo de conocimiento necesitamos y queremos producir las mujeres. Pero, sobre todo, ser conscientes de que la producción de conocimiento, en palabras de Haraway, es siempre situada.

Esto es, que se descarta que el conocimiento pueda ser objetivo, y se defiende enérgicamente que su producción está teñida de las condiciones, ideas e intereses de la persona que conoce. Así, no es lo mismo un estudio realizado por un varón blanco, heterosexual de clase media alta (que es lo que ha sucedido hasta hace muy poco) que si el mismo estudio lo enfoca una mujer, lesbiana, racializada y de un país pobre. El conocimiento siempre es subjetivo y, sobre todo, contiene intereses. De nuevo Haraway "la ciencia, un texto discutible y un campo de poder"

Prender las luces, iluminar nuestra realidad con una visión crítica que atraviese lo que hemos dado por hecho y vislumbre sus motivos. Comprender que el saber no es poder, sino que funciona a la inversa. Esto es, que quien tiene el poder, produce saber, y con él "seudo verdades" que como ya vimos (en nuestra propia experiencia como seres humanas privadas históricamente) pueden ser usadas para restar o suprimir derechos o posicionar a quien lo tiene sobre otras personas. Aquí no hay nada nuevo, Foucault ya nos advirtió de esto.

Parar y mirar de nuevo: el derecho, la política, la medicina, nuestras costumbres. Parar sin miedo y sin pereza, movernos de esa posición de aceptación sumisa para cambiarlo, para lograr la igualdad. Porque como dijo la gran luchadora Rosa Luxemburgo: "No siente sus cadenas quien no se mueve".

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