Efecto "Los Tres Chiflados": apuntes para una actualización del Teorema de Baglini

No hay unidad entre Cristina, Massa y Fernández y eso es evidente. En forma análoga, podría decirse que una cosa es el afiche de Los Tres Chiflados y otra, la imagen en acción, con todos dándose piquetes de ojo, golpes en la cabeza o patadas en el culo, todo el tiempo, para después abrazarse cuando se dan cuenta que ninguno de los tres podría protagonizar un episodio completo sin los otros dos,

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Sin nada que festejar en el horizonte en muchos ítems que impactan en la vida individual y colectiva, el Gobierno propone a los argentinos que celebremos que los líderes de la fuerza que se impuso hace un año y medio componen un grupo compacto, de ideas sólidas, capaz de gobernar sin altibajos ni contradicciones, y dueños de un tool kit con las herramientas suficientes para reparar los daños, nuevos o viejos, y así encarar la segunda parte de la consigna con la que quieren ser identificados, y que arranca con "unidos" y cierra con un propósito en tiempo presente, ostentoso, pero que pretende una "reconstrucción argentina", dando a todo lo que nos pasa la identidad de una demolición que hizo el interregno de 4 años que significó el paso de Mauricio Macri, entre el kirchnerismo a cara descubierta y el kirchnerismo enmascarado actual detrás de la figura de su exoperador y exdetractor (sucesivamente), Alberto Fernández, a quien se le llama "el presidente".

La foto de la "unidad".

En la foto de plano corto, los tres que fundaron el Frente de Todos, Cristina Kirchner, Sergio Massa y el convocado Alberto Fernández. Juntos, pusieron en marcha la maquinaria que pudo andar fagocitando a movimientos sociales, y partidos de diverso origen y constitución formal e ideológica, aunque también utilizando algunos sellos prediseñados para generar expectativas y un barniz de ideales. Ninguno solo habría llegado muy lejos, y solo habrían reeditado aquella elección nacional de 2003 que pesa tanto y en la que el peronismo fue seccionado en las candidaturas separadas de Carlos Menem, Néstor Kirchner, Adolfo Rodríguez Saá, mientras el radicalismo enarboló un nombre que hoy también sumó la maquinaria del gobierno, Leopoldo Moreau

En la ampliación de la foto que los medios se encargaron de difundir, 150 personas apretujadas en una barrio de viviendas sin terminar y con presencias sindicales como la del Pata Medina. Todo, en un contexto de clamor peronista por el encierro de todos y todas, en una adoración de la cuarentena que, como muchas de sus cosas, es más para la teorización que para la práctica, tal como lo demuestran una y otra vez: "cumplir con las normas no es para quienes las hacen", parecen sentenciar.

La multitud.

Fernández, "el presidente", consiguió que Cristina Kirchner no hablara, ya que cuando lo hizo en ocasiones anteriores, hizo tambalear las estanterías con las que peregrina el negociador de la deuda, Martín Guzmán, a quien ni siquiera lo dejan mover a un funcionario de tercera línea que no funciona. Posteriormente, al anunciar "beneficios sociales" de contención ante la crisis económica pandémica y que es también prepandémica, intentó inaugurarse como líder de un sector de la fuerza que lo sentó en el Sillón de Rivadavia. Mostró lo que algunos tímidamente llamaron "el albertismo". Aquellos amigos que iban a tomar mate con Pepe Mujica a Uruguay a su chacra en donde ejerce los votos de pobreza, los llenaba espiritualmente antes de volver a sus residencias en Puerto Madero. Pero ahora les toca gobernar. Y no solo no consiguen que la oposición les tienda un puente, sino que no logran que la foto pretendida se haga realidad.

No hay unidad entre Cristina, Massa y Fernández y eso es evidente. En forma análoga, podría decirse que una cosa es el afiche de Los Tres Chiflados y otra, la imagen en acción, con todos dándose piquetes de ojo, golpes en la cabeza o patadas en el culo, ante la menor distracción del otro, para después abrazarse cuando se dan cuenta que ninguno de los tres podría protagonizar un episodio completo sin los otros dos.

La foto quieta es una cosa. Con sonido y discurso exaltado de Fernández cobra relevancia el temor a que esté viviendo en una versión recalculada del Teorema de Baglini, en la que se podría definir que "mientras más culpas se cargue en los demás de la incapacidad de resolver los problemas (heredados o propios, les toca hacerlo a ellos) más claro está de que no tienen idea de cómo afrontarlos". O algo así, ojalá todavía estuviera Baglini para provocar mejor un debate sobre esto.

No hay "reconstrucción argentina" tampoco, porque ningún indicador sostiene la veracidad de una frase que termina siendo un eslogan vacío y que en cualquier momento puede empezar a generar más carcajadas que indiferencia.

Y en este esquema escenográfico de torpezas, tumbos, desaciertos, errores, zancadillas, entra a tallar que se necesita una pausa para replantear si es esto lo que tenemos ganas no solo de ver, sino de vivir como parte del show, ya que como sociedad, ya sin metáforas, somos parte de él, nos divierta o no.



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