La traición de nuestros varones

Emiliana Lilloy pone en términos claros la perspectiva de género. Dice en su columna de este domingo: "En los movimientos sociales de los dos siglos pasados los varones también dejaron de lado a las mujeres o las utilizaron para sus propios fines".

Emiliana Lilloy

"Vergüenza. Me da mucha vergüenza la traición que el mundo le hace a la mujer tantos años después de iniciada la lucha por la igualdad". Estas fueron las primeras palabras de la periodista y filóloga Pilar Rahola cuando inició la sesiones del W20 que se llevó a cabo en el 2018 en Argentina.

Un discurso impecable, verdadero, sentido hasta la última palabra. Tan cruda, honesta y valiente, que todas las personas allí presentes (mayoritariamente mujeres) comenzamos a habitar el salón de una manera diferente, poderosa, como en un son de guerra silencioso. Las miradas parecían de repente distintas, las pupilas mojadas y brillantes de algunas, las incipientes sonrisas, implicaban una profunda complicidad y coincidencia con sus ideas.

Es que la nuestra es una historia de traiciones e injusticias que aún no han sido reparadas. Olympe de Gouges no creyó que sería abandonada y negada por sus pares revolucionarios excluyéndola a ella y todas las mujeres de la primera carta de derechos civiles y políticos de la humanidad. Ni Lucretia Mott ni Elizabeth Cady Stanton hubieran imaginado que esos varones negros que albergaba Lucretia en el sótano de su casa arriesgando su propia vida y la de su familia para ayudarlos a huir de la esclavitud, aceptarían años después que al enmendarse la constitución de EEUU se les concediera el derecho al voto a ellos negándoselo a las mujeres. Traición.

Ellas, también esclavas, se sacrificaron por salvarlos. Ellos, indiferentes, se salvaron cuando pudieron, dejándolas atrás. Porque sin perjuicio de que las personas racializadas sufrían una esclavitud más violenta (en muchos casos), las mujeres blancas, al no tener la propiedad de sus bienes, la patria potestad sobre sus hijos/as y al poder trabajar sólo con el consentimiento del marido (quien además podía administrar su salario) y estando sujetas a la autoridad moral y física de sus esposos, estaban también esclavizadas. ¿Cómo se llama si no, a la posibilidad de disponer la fuerza de trabajo de una persona para luego administrar y gozar de estos beneficios, la posibilidad de golpearla bajo el nombre de "correcciones" y la disposición del cuerpo para fines sexuales? Traición de nuestros padres y maridos.

Las sufragistas liberales de 1840 nunca imaginaron que ninguna llegaría a votar en su vida y que en ese camino perderían todo, sus casas, sus familias, a sus hijos/as que eran vendidos por sus maridos en venganza. No imaginaron que la cárcel y las huelgas de hambre no les traerían ningún beneficio en vida, sino que lo aprovecharíamos nosotras. Traición de sus pares políticos.

Esclavas además, con una relación afectiva (en el mejor de los casos) o con una obligación sexual y de cuidados y cariño hacia su propio amo. Así, a diferencia de las personas esclavizadas para el trabajo, esta era ("es" en algunos países aún) una esclavitud encubierta y avalada por un conjunto de normas morales y religiosas que justifican que la persona esclavizada no sólo no deba quejarse u odiar a quien la oprime, sino que deba incluso quererlo y admirarlo bajo sospecha de ser una mala mujer o mala madre.

Una esclavitud sin gremio, pares, un lugar o sentir común que permita iniciar una revuelta, una lucha, un acto que las libere de esa opresión invisible, de esa soledad en las casas, el aislamiento social y moral al que fueron (y aún somos) sometidas las mujeres, sin poder decir ni una palabra so perjuicio de ser desterradas y rechazadas hasta por las propias familias, reprendidas por sus propias madres, que ya colonizadas en sus mentes, hacen de su propia opresión una regla moral que deben cumplir a rajatabla.

"No existen los dioses que esclavizan a las mujeres, existen los hombres que usan a dios para esclavizar a las mujeres", dijo Rahola para desarmar la trampa de que si no te sometes a esta situación "no quieres a dios o a los varones".

Y es importante no equivocarse, confiarse o demonizar a nadie. No fue sólo la revolución industrial, el capitalismo o las religiones. En los movimientos sociales de los dos siglos pasados los varones también dejaron de lado a las mujeres o las utilizaron para sus propios fines. Testimonios sobran "la mujer es la proletaria del proletariado" (Flora Tristán) y la necesidad de las radicales de expresar "lo personal es político" para significar que las opresiones de las mujeres están en la forma en que organizamos nuestras vidas, nuestra intimidad, sexualidad, las tareas de cuidado, y no sólo en la estructura política o el gobierno.

Nuestra causa es otra y después de tanta traición parece que lo tenemos más claro. Ningún movimiento nos va a salvar sino es el nuestro, que hoy tiene nombre y vida propia: el feminismo. Ojalá un feminismo autónomo que abogue por nosotras y no por los intereses de unos u otros ideales partidarios del momento.

Finalmente, como cuando Virgine Despentes nos habla de dinamitarlo todo, de no reordenar consignas ni aceptar la concesión de pequeños derechos o privilegios, Pilar Rahola nos dijo: "No se conformen, no estamos bien, no es cierto que hayamos ganado, no queremos el trocito, queremos el pastel entero"

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