Las reglas se discuten en cada jugada

"Si lo hizo alguien de mi equipo está bien, si lo hizo el alguien del equipo contrario está mal y no vale". La lógica barrabrava en la política, bajo el análisis de Javier Cofano.

Javier Cofano

A veces tengo la sensación de que los conflictos políticos más graves y complejos se discuten y se resuelven con una mecánica similar a la que se utiliza en un picado de fútbol. Las reglas se discuten en cada jugada.

Quienes participamos de un picado sabemos que los conflictos derivados del juego, como el otorgamiento de un penal o la validez de un gol, suele estar atada a una fuerte discusión. Esta discusión deriva fundamentalmente de la interpretación flexible de las normas para cada caso y de la parcialidad de los intérpretes. Si lo hizo alguien de mi equipo está bien, si lo hizo el alguien del equipo contrario está mal y no vale. No es lo mismo si vamos ganando que si vamos perdiendo.

Esta informalidad aplicable a un simple juego no puede ser trasladable a las decisiones políticas ni a su justificación, ni a su discusión. El respeto de ciertas reglas básicas es necesario para la vida en convivencia, el progreso y el desarrollo de la existencia en sociedad.

Asombra el grado de obviedad de lo que estoy escribiendo, pero humildemente siento que estos últimos años se ha degradado como nunca el respeto a las reglas, el ejercicio responsable del poder, la función de la oposición y el diálogo político basado en el respeto al que piensa distinto. No hay certidumbre sobre cosas básicas, lo que se dijo ayer se incumple hoy, lo injustificable se justifica con descalificaciones a los críticos y con cierta prepotencia de dueño de la pelota.

Cuando algo se hace de manera contraria al reglamento, la justificación es que los otros también lo hicieron. Lógica futbolera: si el otro pegó una patada estoy habilitado para hacer lo mismo.

Los que defienden una decisión política estatal o quienes la critican suelen pasar por alto los fundamentos del tema y, en cambio, muestran una gran habilidad para denostar al adversario, adjudicándole intenciones o intereses incomprobables o simplemente ubicándolo del lado de los malvados. Maniqueísmo.

Seguramente quien pertenece a un partido político debe defender el rumbo y las decisiones y la postura de los líderes de ese partido, pero no a la manera de un barrabrava ni de un repetidor de consignas y frases vacías, sino explicando cuáles son los beneficios o los perjuicios de una determinada política y cuál es el marco legal para su implementación.

Muchas decisiones trascendentes son de dudosa legalidad, con lo cual la medida queda flotando en el limbo de la incertidumbre y pendiente de una resolución judicial, que llegará tarde o no llegará. Con el agravante que suele tratarse de temas que interesan más a facciones políticas que a la gran mayoría de los ciudadanos. Pero que siempre terminan degradando el juego.

Se actúa y se debate sobre los efectos y casi nunca sobre las causas, eso requiere otra profundidad y una dirigencia oficialista y opositora con la humildad suficiente para reconocer errores propios y ajenos.

Es imposible lograr que el juego democrático produzca avances en materia sanitaria, educativa, económica y social si previamente no hay un acuerdo sobre reglas básicas de largo plazo. Esto implica no sólo el respeto a la Constitución y las leyes, sino acuerdos básicos de convivencia política que permitan resolver las diferencias sobre temas fundamentales. No se trata de un partido de futbol, sino del destino de millones de ciudadanos.

Los países más desarrollados han prosperado con distintos sistemas democráticos, jurídicos y económicos pero lo que tienen en común es que respetan un sistema de reglas de juego formuladas antes de empezar el partido. Ni más ni menos.

EL AUTOR.  Javier Cofano es contador y fue legislador provincial por el Partido Justicialista.

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