La memoria se defiende

Norma Abdo analiza los 41 años de democracia y se detiene en la experiencia novedosa de Javier Milei.

Norma Abdo
Periodista y docente

Hay una expresión de David Viñas con la que me siento profundamente identificada y es que el triunfalismo en la Argentina "es una especie de enfermedad nacional", y por eso comenzaré con este concepto mi discurrir por momentos de nuestra historia reciente y sin poder dejar de subir y bajar en ese círculo del tiempo nebuloso en el que nos hacen transitar los gobernantes a los argentinos.

A días de cumplirse 41 años de aquel 30 de octubre de 1983, en que los argentinos nos disponíamos a dejar atrás la cruda dictadura que tanto daño nos hizo, con el triunfo de Raúl Alfonsín con casi el 52% de los votos en una elección histórica por su significado y su significante, es bueno recordar la efervescencia de un pueblo ávido de democracia, de institucionalidad, de división real de los poderes del Estado, de que los gobiernos no sean hegemónicos y sí de alternancia, pero sobre todo de respeto a la libertad de pensamiento y de acción.

Desde entonces, radicales, peronistas/menemistas, peronistas/kirchneristas, aliancistas, macristas, han pasado por el Sillón de Rivadavia, con distintas políticas, con matices o con diferencias, con acuerdos y desacuerdos; a veces con tolerancia y otras con tensiones difíciles de zanjar: otras con pluralismo. Pero lo más fuerte ha sido siempre la convicción de la mayoría de los argentinos de vivir en democracia, con todo lo que ella conlleva.

Con el triunfo de Alfonsín el sueño era vivir en libertad y condenar en juicios a los responsables del horror vivido en el proceso militar, además de transitar una economía estable. Veníamos de una dictadura que había liberado los precios, aumentado el desempleo y la pobreza, se había estatizado la deuda privada., entre tantos males.

Una multitud esperanzada lo aclamaba cuando había salido al balcón de la Rosada, con la esperanza de reactivación económica y de castigo a los culpables de la muerte y desaparición de personas. Y por eso, una de sus primeras medidas fue conformar la Conadep, con el objetivo de investigar y relevar el número de desaparecidos. En lo económico no pudo detener la hiperinflación ni los paros ni los saqueos. Por ello decidió "resignar" su cargo, dejando en su bagaje lo que sería el estandarte de su gobierno: democracia, derechos humanos y el "Nunca Más", que se grabó a fuego en la sociedad.

Frente a la difícil situación económica, cinco meses antes de finalizar el mandato, resolvería entregar la banda presidencial al nuevo presidente electo, Carlos Saúl Menem que, tras la reforma constitucional de 1994, se mantendría por dos períodos en el Sillón de Rivadavia. En su binomio con Eduardo Duhalde, logró el 47,5%, de los votos con promesas de un gobierno federal, con revolución productiva y salariazo. Pues hizo todo lo contrario. Se licuaron los salarios; desreguló todo, privatizó (regaló) empresas del Estado y dolarizó la economía. Se desligó que la enseñanza secundaria, buscó arancelar las universidades nacionales (sin lograrlo, por suerte), quiso limitar la autonomía universitaria, recortó su presupuesto, con deterioro de salarios. Casi con descaro puso en marcha su caballito de batalla del equilibrio fiscal a costa de producir ajustes y recesión: neoliberalismo puro. "Si hubiera dicho lo que pensaba hacer, nadie me hubiera votado", famosa expresión que dijo una vez en el poder y que nunca olvidaremos. En campaña, su plan ya estaba dispuesto, a espaldas de sus votantes.

Tuvieron que pasar más de 20 años para que la Argentina volviera en esa rueda de la historia, a los mismos paradigmas de la política. La semejanza del actual presidente Javier Milei saltan a la vista, tanto es así que el busto del expresidente mereció un lugar de preferencia en la Rosada. Además de referenciarse en él. Las diferencias: Menem, el político y caudillo riojano no dijo lo que haría. Por el contrario, Milei, un outsider de la política, ganó la presidencia con el 55 % de los votos y en campaña dijo qué haría. Y más de los que votaron a Menem en los 90, lo eligieron: por cansancio, por desacuerdos con las políticas del kirchnerismo o por lo que fuere. El león había despertado a multitudes, pero lo que no imaginaban era que con sus garras atacaría a los más débiles. Tampoco imaginaban, seguramente, que la casta que atacaría serían los jubilados, la educación pública y todo aquello que implicara inversión (para él, gasto) para crecer y desarrollarnos en la ciencia y en la tecnología. Si había cosas que estaban mal, lo razonable era corregir y no querer borrar todo de un plumazo (o de una garra) dejando todo al libre albedrío.

A 10 meses de gobierno parece no darse cuenta de que hace lo mismo que criticaba, poniendo el dedo acusador contra los que no piensan como él, usando improperios, insultos, agresiones, con una verba que no es propia de quien ya no es un panelista, sino que es el presidente de todos los argentinos.

"Soretes", "ensobrados", fueron algunos de los epítetos que se escucharon recientemente en Parque Lezama donde presentó a La Libertad Avanza a nivel nacional, donde abundaron los micros que traían a la gente, los choripanes y todo el folklore que vemos en los actos de todos los partidos y que siempre criticó.

Y un punto aparte merecen los vetos presidenciales, que son una prerrogativa constitucional pero no discrecional. Esto es que cada proyecto que apruebe el Congreso (los representantes del pueblo, que son todos y de cada uno de los argentinos que los llevaron a la banca para legislar en nuestro nombre) sea vetado. No olvidemos, en marzo de este año, amenazó a los gobernadores diciéndoles "los voy a mear a todos" y que "si siguen jodiendo, les cierro el Congreso". ¿Extorsión?

Vetó la aprobación del miserable aumento para los jubilados y vetó el financiamiento universitario. ¿Pensará que tiene la prerrogativa de cerrar las puertas del Congreso, para convertirse en un gobierno unipersonal?

Debería saber el señor presidente de la Nación que se luchó mucho para no tener un gobierno autoritario, autócrata, violento con el pueblo a través de sus expresiones y exabruptos. La democracia es disenso, no violencia. Y así lo demostraron las recientes y multitudinarias concentraciones en todo el país, con gente de todas las edades, con familias enteras en la calle, estudiantes, profesores, abuelos que apenas podían sostenerse con un bastón. Mendoza fue un ejemplo de manifestación pacífica y plural, sin mesianismos ni fanatismos, más allá de que queden algunos pocos añorando o reivindicando los '70. Los valores democráticos no se negocian.

Memoria, memoria, memoria.

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