La Argentina adolescente: cómo superar la grieta sin gritar

Escribe Lisandro Thomas en esta nota: La polarización política ha infantilizado el debate público y bloqueado las soluciones de fondo. La sociedad reclama liderazgo adulto, diálogo y responsabilidad. ¿Estamos listos para madurar?

Lisandro Thomas
Licenciado en Economía, Licenciado en Administración, Gerente General de una institución educativa en Mendoza y Vicepresidente de la Asociación Argentina de Touch Rugby

En una Argentina donde la polarización se ha convertido en el lenguaje dominante de la política y la vida pública, resulta cada vez más evidente la necesidad de una nueva actitud: la madurez. Las figuras de Javier Milei -con su impronta provocadora- y Mauricio Macri dominan la escena, pero no ofrecen un verdadero puente hacia la solución de los problemas de fondo. La pregunta es simple y urgente: ¿seguiremos atrapados en las trincheras ideológicas o construiremos juntos el porvenir?

Dejar atrás la lógica de la "verdad absoluta" y el antagonismo estéril ya no es una opción, es una necesidad. Argentina precisa una hoja de ruta que priorice la reconstrucción nacional sobre el ejercicio constante de abrir nuevas heridas. No se trata de renunciar al debate democrático ni a la crítica fundada, sino de recuperar el sentido común que alguna vez nos permitió superar crisis igual o más complejas.

Un reflejo crudo de nuestra crisis se encuentra, paradójicamente, en una producción audiovisual. Adolescencia, la reciente serie de Netflix, retrata con contundencia la ausencia de adultos presentes, capaces de acompañar, contener y poner límites sanos. Esta carencia no es solo familiar o educativa: es también política. ¿Dónde están los adultos en la dirigencia nacional? ¿Quién lidera con serenidad, compromiso y coherencia?

La economía tampoco ofrece consuelo. Una inflación del 3,7% puede sonar alentadora frente al pasado reciente, pero sigue marcando la fragilidad del sistema. La deuda externa crece y el acuerdo con el FMI reaviva viejos fantasmas sobre la soberanía y el futuro hipotecado.

En Mendoza, sin embargo, algo distinto parece suceder. A pesar del malestar general, Cambia Mendoza encabeza encuestas frente a La Libertad Avanza y el peronismo. No por adhesión ciega, sino por una elección pragmática: una apuesta por gestiones con rumbo.

El discurso de Milei sobre un "Estado más chico" y "menos impuestos" choca con decisiones contradictorias: la permanencia de algunas restricciones cambiarias, amenazas de retenciones al agro, y un esquema del Banco Central que enfría la economía sin garantizar estabilidad. La coherencia es más escasa que la paciencia social.

Mendoza ofrece, en cambio, una hoja de ruta. Agroindustria, agua y minería son los ejes. Menos carga impositiva, más inversión. No hay magia, sí gestión. Pero incluso aquí las tensiones persisten. El debate minero muestra lo lejos que estamos de un diálogo maduro: sin equilibrio, sin reconocer necesidades de desarrollo, ni seriedad, el conflicto persiste.

Además, no podemos olvidar nuestra historia. Por ejemplo, el científico argentino que descubrió el rayo láser fue borrado del reconocimiento oficial por motivos políticos a mediados del siglo pasado. Un símbolo del precio que pagamos cuando la grieta anula el mérito y condena al olvido.

Una economía sólida es condición necesaria, pero no suficiente. Necesitamos instituciones fuertes, metas compartidas, acuerdos duraderos. El fracaso estructural de la política argentina es no haber podido construir consensos. Sin reglas claras ni cultura del respeto, todo naufraga.

La superación de la grieta no es debilidad. Es coraje. El coraje de escuchar cuando es más fácil gritar. De construir cuando es más rentable destruir. La grieta no es solo ideológica: es una forma de vivir la política que empobrece el debate, impide la cooperación y erosiona la legitimidad democrática.

Mientras algunos siguen presos del espectáculo, otros -como el radicalismo en Mendoza o Santa Fe- avanzan con gestión, acuerdos y resultados. El desafío es enorme, pero posible. Requiere madurez. Y madurar es elegir lo correcto por sobre lo fácil. Es tener presencia, constancia y visión.

La esperanza no está en discursos altisonantes ni fórmulas mágicas. Está en ciudadanos comprometidos, dirigentes responsables, instituciones firmes y una sociedad que, pese a todo, sigue creyendo. Porque el futuro no se espera: se construye.

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