Mujeres que quieren ser hombres para gobernar

¿Deben masculinizarse las mujeres para poder gobernar? Un imprescindible análisis de Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

Es un tema recurrente el de que para poder gobernar o participar de los espacios de poder las mujeres deben masculinizarse. Asentimos a esta frase sin pensarlo mucho, lo decimos, lo repetimos, pero qué significa esta idea.

Olympe de Gouges pagó las consecuencias de estas concepciones con su propia vida. Cuando en plena Revolución Francesa (ante la exclusión de las mujeres de la carta de derechos civiles) presentó la "Declaración Universal de los derechos de la mujer y la ciudadana" firmó su sentencia de muerte.

El día de su guillotinamiento Le Moniteur publicó: "Nacida con una imaginación exaltada tomó su delirio como inspiración de la naturaleza, quiso ser hombre de Estado y parece que la ley haya querido castigarla por haber olvidado las virtudes que convienen a su sexo"

La amenaza es clara y la idea que esconde también: quiso tener derechos, quiso gobernar, se metió a donde no corresponde a las mujeres, las exaltadas, las cercanas a la naturaleza y no a la cultura y el gobierno de las cosas. Por eso murió, por faltar a las virtudes que "convienen" a su sexo.

La idea de lo que una mujer es, o le corresponde ser está tan arraigada en nuestras mentes a través de la educación diferenciada que recibimos, que hoy en el 2020 aún nos cuesta desarmarla. Se estructuran argumentos desde el esencialismo como si por tener ciertos órganos genitales o la capacidad de procrear o no en nuestros cuerpos debiéramos ser o manifestarnos de una u otra manera. Al mismo tiempo, estos argumentos se contradicen con los mandatos culturales que nada tienen que ver con lo que "es natural".

Un ejemplo de esto lo encontramos en casa, muy cerca de todas nosotras. Frases como que "las mujeres que no se depilan quieren parecerse o parecen hombres" nos dan un dato claro de estas contradicciones. ¿Qué hay más natural que el crecimiento del bello en la hembra humana? ¿Qué más contrario a la naturaleza que someter nuestra piel a la cera caliente o a productos químicos para arrancar esos bellos que ella nos da?

Es que convertimos a la hembra humana en "mujer", ese ser eternamente impúber incapaz de gobernarse a sí misma y a los demás (porque sabemos que el cabello surge cuando varones y mujeres alcanzamos la madurez) bella y suave, siempre dispuesta a obedecer y complacer a su par varón, la cabeza del hogar, del gobierno y de nuestra cultura.

Cuando Margaret Thatcher quiso postularse para ser primer ministra se encontró como muchas de nosotras con el mismo prejuicio "las mujeres, tal y como son, no pueden gobernar". En aquel entonces tuvo que someterse a una transformación de su tono de voz, porque en el imaginario colectivo lo agudo de su voz femenina no transmitía confianza, seguridad o firmeza. De nuevo, tenía que "masculinizarse" porque nuestra cultura no veía en "lo femenino" habilidades de liderazgo.

Y algo de razón hay en esto. Es que es claro que en esta construcción imaginaria que hemos hecho a partir de nuestros sexos de nacimiento, a los varones se los ha educado estimulando virtudes como la fuerza, el individualismo, la planificación y la toma de decisiones. Llegados a la adultez, pareciera ser que las mujeres no estuviéramos preparadas para estas destrezas, sino para aquellas vinculadas a los bebotes y los cochecitos. El perro se muerde la cola.

Pero estamos en 2020 y luego de décadas de lucha feminista hemos logrado que al menos, si bien aún nos regalan un bebote apenas podemos tomarlo, también nos den acceso a la educación formal no diferenciada. Así hemos logrado (y aún nos faltan muchas conquistas) acceder a las herramientas necesarias para el autogobierno y el acceso a la toma de decisiones públicas. El hecho de que hoy compitamos en igualdad de condiciones y superemos cualquier expectativa con el uso de habilidades no masculinas, sino humanas a las que tenemos acceso, es la prueba determinante de que todo fue un gran truco.

No se trata de masculinizarse o afeminarse, se trata de que ciertas habilidades fueron apropiadas por los varones e impedido su acceso a las mujeres. Hoy nos cuesta distinguirlo, y si una mujer se comporta con firmeza y decisión (porque le han enseñado a hacerlo y lo ha aprendido) pensamos que se comporta como un hombre o es masculina. Nada más lejos de la realidad, es una mujer que se comporta como mujer con firmeza y valentía. Da igual si ella responde a los estereotipos de género usando tacones o los desafía vistiendo un traje, sigue siendo una mujer, una hembra femenina desarrollándose en nuestra cultura.

Hoy la humanidad destaca la gestión de las lideresas de los países nórdicos. Se encuentran notas periodísticas por doquier tratando de explicar qué es lo que hace posible que estas mujeres hayan gestionado tan bien la crisis de la pandemia. ¿Es a caso tomar buenas medidas cosa de mujeres? Respondernos que sí es tan absurdo como la idea de que el gobierno es cosa de los varones. Más bien podríamos pensar que se trata de personas asertivas, inteligentes, conectadas con la realidad, con su humanidad y sus emociones, personas que han sido educadas en sociedades más igualitarias y por tanto con una educación menos diferenciada e integral.

Personas que piensan en los demás, en la ciudadanía para las cual están gobernando y no sólo en ellas mismas o sus intereses políticos. Quizás, podemos atrevernos a pensar que si sumamos en nuestra educación a toda la construcción de valores que llamamos femeninos como la empatía, el cuidado de los demás, la ternura y la generosidad, tantas otras habilidades duras que llamamos erróneamente masculinas, tendremos la clave de la asertividad de estas mujeres.

Quizás podamos pensar en estas mujeres como personas integrales y no limitadas ni coartadas en su desarrollo personal y emocional. Seres humanos que no fueron educadas como varones o como mujeres y que por tanto tienen integradas todas las habilidades y valores necesarios para gobernar de manera eficaz y pensando en la gente. Sólo quizás, esta sea la clave para lograr sociedades más libres, justas e igualitarias en donde tanto varones como mujeres podamos integrarlas, desarrollarnos y formar lideresas y líderes de esta naturaleza.

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