Un Estados Unidos dividido entre pantallas
Dylan Tweed dice que la evolución de las noticias televisivas a los "feeds" personalizados ha fracturado nuestra forma de ver el mundo, pero es posible avanzar.
Resumen: Los estadounidenses solían compartir un panorama mediático común, pero el auge de los contenidos digitales personalizados ha fragmentado esa realidad en cámaras de eco partidistas. Lasplataformas sociales ahora amplifican la indignación, refuerzan los instintos tribales y erosionan el consenso sobre hechos básicos. Si bien no hay una solución fácil, las reformas en el diseño, la alfabetización digital y las normas culturales ofrecen esperanza para un discurso público más veraz y unido.
"Y así son las cosas". Al menos, así eran las cosas. Cuando Walter Cronkite cerraba sus emisiones nocturnas con esas palabras, Estados Unidos era un país extranjero. En el apogeo de los informativos televisivos, los estadounidenses tenían diferencias de opinión, pero coincidían en una serie de hechos básicos sobre lo que ocurría en el país y en el mundo. Presentadores como Cronkite, elegido en 1972 por demócratas y republicanos como el hombre más confiable de Estados Unidos, buscaban ser imparciales y ganarse la credibilidad de ambos partidos. Pero con el auge de las cadenas de noticias por cable y los programas de radio partidistas en la década de 1990, el acuerdo básico sobre los hechos comenzó a erosionarse. Y con el surgimiento de las redes sociales, se desintegró por completo.
Plataformas como Facebook, YouTube, TikTok y Twitter personalizan los contenidos para maximizar la participación (tiempo dedicado a una aplicación, publicaciones que gustan y se comparten), mostrándote lo que quieres ver. Esto refuerza las creencias existentes de los usuarios y limita la exposición a opiniones contrarias. Sorprendentemente, un estudio encargado por Metaa 208 millones de usuarios durante el ciclo electoral estadounidense de 2020 reveló que los liberales y los conservadores en Facebook consultaban fuentes de noticias que no se solapaban en absoluto. Una vez que un usuario de redes sociales pasa tiempo viendo contenido político en una de estas plataformas, se le alimenta cada vez más con más contenido similar. Lejos de las retransmisiones de mediados de siglo, las noticias modernas se difunden a través de "retransmisiones selectivas" cada vez más personalizadas.
Este aislamiento político no es trivial. Los estadounidenses viven ahora en realidades divididas. En una encuesta de Gallup de 2023, el 90% de los republicanos creía que la delincuencia estaba aumentando, mientras que el 60% de los demócratas creía que estaba disminuyendo. En cuanto al cambio climático, una encuesta de 2021 reveló una diferencia de 56 puntos entre los partidarios de ambos bandos en cuanto a si los seres humanos tienen un impacto grave en el sistema climático (frente a una diferencia de 16 puntos en 2001). En 2024, el 44% de los demócratas calificó la economía nacional como "excelente o buena", frente a solo el 13% de los republicanos, a pesar de que las condiciones económicas subyacentes eran las mismas. La diferencia no se debía a la situación financiera personal, sino a interpretaciones partidistas de indicadores económicos idénticos. No se trata de diferencias de opinión, sino de creencias inconciliables sobre el estado del mundo.
Pero las plataformas no solo nos alimentan con titulares que se ajustan a nuestras ideas políticas. También provocan nuestras emociones más fuertes. En 2017, Facebook comenzó a ponderar las reacciones "enfadadas" cinco veces más que los "me gusta" al mostrar las publicaciones en la parte superior de nuestros feeds. Ese mismo año, un estudio descubrió que cada palabra moral-emocional adicional en un tuit (como "vergonzoso", "detestable" o "malvado") aumentaba significativamente la probabilidad de que se compartiera y se volviera a compartir.
El diseño de esta plataforma despierta instintos ancestrales. Los seres humanos evolucionamos para detectar amenazas a la coalición, para señalar nuestra lealtad al grupo y para reunir aliados contra los rivales. Un tuit en el que se llama "abominable" a alguien no es solo una opinión, es una llamada a la acción tribal. Y como estas plataformas provocan de forma tan fiable nuestra ira y nos impulsan a difundirla a los demás, se han convertido en motores de indignación.
Crean cámaras herméticas que se hacen eco de nuestra ira, donde es poco probable que penetren las pruebas contrarias. Carl Sagan parece ahora profético cuando en 1995 advirtió de un futuro en el que los estadounidenses, inmersos en una economía de la información, serían "incapaces de distinguir entre lo que se siente bien y lo que es verdad", dejando a la sociedad vulnerable a la ilusión y la manipulación.
Y las consecuencias de los motores de indignación no se detienen en nuestras fronteras. En 2016, agentes rusos utilizaron identidades falsas en Facebook y Twitter para difundir memes incendiarios dirigidos tanto a liberales como a conservadores. No necesitaron hackear nada. Simplemente explotaron un ecosistema de información ya optimizado para difundir la indignación partidista.
¿Qué se puede hacer? No hay una solución única, pero es posible lograr mejoras significativas.
En un estudio aleatorio, los adultos mayores que recibieron solo una hora de formación en alfabetización digital de MediaWise mejoraron su capacidad para distinguir los titulares falsos de los reales en un 21%. Cuando Twitter añadió una pregunta a los usuarios para preguntarles si querían leer un artículo antes de retuitearlo, las personas eran un 40% más propensas a hacer clic en el artículo antes de compartirlo impulsivamente.
La posibilidad de elegir también ayuda. En un estudio, al cambiar a los usuarios de un feed personalizado por un algoritmo a otro que mostraba las publicaciones en orden cronológico, se incrementó de forma apreciable su exposición a contenidos de todo el espectro político. Aunque puede que no sea la solución definitiva, dar a los usuarios la posibilidad de elegir la estructura de su feed, incluido el algoritmo que se utiliza, les permite exponerse a opiniones contrarias y salir de la cámara de eco.
Pero el cambio más profundo es cultural. Se ha presentado un argumento convincente de que el razonamiento humano no evolucionó para descubrir la verdad objetiva, sino para persuadir a los demás, justificar nuestras propias ideas y ganar discusiones. Por eso es necesario cultivar hábitos de razonamiento sólido a través de normas que valoren la verdad por encima de la lealtad tribal, la deliberación por encima de la impulsividad y la capacidad de defender mejor los puntos de vista opuestos para poder rebatirlos en función de sus méritos.
No se trata de un llamamiento a la censura o al control gubernamental de las noticias, ni de una petición para volver a la radiodifusión de tres cadenas. La democratización de los medios de comunicación ha aportado beneficios reales, como una mayor participación en el debate públicoy un mayor escrutinio de las instituciones poderosas. Pero también ha hecho que la vida pública sea más inflamable y ha fabricado desacuerdos sobre cuestiones fácticas. En una competencia por la atención, las plataformas están diseñadas para maximizar el tiempo que se pasa en ellas. Eso significa elevar el contenido que provoca fuertes respuestas emocionales, especialmente la indignación, y dirigirlo a los usuarios más propensos a reaccionar. Cuanto más incendiario es el contenido, más probable es que nos mantenga cautivados.
Lo que estamos presenciando no es un fracaso del mercado, sino una versión particularmente eficiente del mismo, aunque optimizada para la atención, no para la precisión. Las fuentes personalizadas, la curación algorítmica y el contenido viral están dando a la gente más de lo que quiere. Y, sin embargo, muchos estadounidenses dicen estar insatisfechos con el resultado. En una encuesta de Pew de 2023, el 86 % de los adultos estadounidenses afirmaron creer que los demócratas y los republicanos están más centrados en luchar entre sí que en resolver los problemas reales, y los encuestados de todos los partidos citaron la polarización política como el mayor problema del sistema político.
Aunque las burbujas de indignación en línea pueden no calificarse como un fracaso del mercado en sentido técnico, son claramente un problema cívico que merece la pena abordar. Un ecosistema de información optimizado para llamar la atención en lugar de para la precisión amplificará de forma fiable la división y la desconfianza, incluso aunque ofrezca a los usuarios más de lo que les gusta ver y compartir. Los incentivos funcionan según lo previsto, pero el resultado es un público fragmentado, incapaz de ponerse de acuerdo sobre la situación real del mundo. Si la democracia depende de un entendimiento común de los hechos básicos, entonces merece la pena prestar mucha atención a estas compensaciones.
(*) Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (Estados Unidos).