La reinvención de la política: entre la desafección social y la lupa digital

La opinion de Mauricio Castillo.

Mauricio Castillo
Técnico universitario en Gestión y Administración en Instituciones Públicas - Coach Laboral y Ejecutivo

La política que nos toca vivir en esta época, tal como pudimos conocerla, es la que se encuentra inmersa en una profunda crisis de legitimidad, y convencido también afirmo, en una crisis de funcionalidad y sentido.

Es real el enojo ciudadano, explícito y en diferentes formas, una fractura cultural y estructural, el resultado: la actividad política aislada, con la actitud a la defensiva, desnuda frente a un mundo que cambia con inmediatez y con un desfasaje en las respuestas que esta brinda, contrario a su esencia como herramienta de transformación.

En este contexto, de desigualdad persistente, la política aparenta moverse como un arte antiguo, polvoriento, y en la calle las demandas urgentes rugen, frente a una sociedad hiperconectada, ya intolerante con los tiempos muertos y las verdades cerradas.

Las redes sociales, infoxicación y ciudadanía líquida; el crecimiento exponencial a las herramientas digitales y a todas las redes sociales, que trastoca en gran medida a la forma en que se informa la ciudadanía, hacen de la opinión, con su intervención y participación, una relación compleja con sus representantes. Un fenómeno que emerge, la eliminación de los intermediarios, descendiendo varios puestos el cuarto poder: los medios de comunicación.

Otro aspecto que se intensifica es el dialogo público, en tiempo real, y en su mayoría sin filtros; las emociones crudas y datos dispares, entre fake news, algoritmos, micro debates e influencers, los que instalan una agenda al ritmo de un CLICK.

Pero no todo lo digital democratiza. En muchos casos, lo que se amplifica es el ruido. El debate informado, plural y profundo suele ser arrasado por la ansiedad de ser tendencia, por la lógica del meme, y por la fragmentación constante. La política, lejos de liderar, se deja llevar, reacciona, improvisa.

Frente a esto, la ciudadanía se ha vuelto líquida: participa en episodios virales, aumenta la desconfianza en lo institucional, y otro punto de vista con un interrogante: ¿elige cada vez más con el estómago que con la razón? El riesgo, más que riesgo se puede vivir una democracia emocional, vulnerable a los liderazgos mesiánicos y a la anti política.

¿La política sin política? Como si esto fuera poco, muchos espacios de decisión pública -en todos los niveles del Estado- están siendo ocupados por personas con cierta carencia en las competencias técnicas mínimas e indispensables para gestionar. No se trata de títulos, sino de conocimientos reales sobre cómo funciona el Estado, qué implica planificar, administrar, rendir cuentas y construir consensos. La política se ha vuelto accesible pero no exigente, inclusiva pero no formadora, atractiva, pero no transformadora.

El acceso a cargos con escasa preparación produce efectos devastadores: malas decisiones (como las malas palabras, pero no con el mismo efecto), recursos invertidos sin planificación y previsión, conflictos mal gestionados, y... . Todo eso se traduce en frustración ciudadana y desprestigio institucional y la devaluación de la política como herramienta de transformación.

El elefante en la sala. Claro, en este escenario desordenado, la corrupción encuentra terreno fértil. Desde licitaciones dudosas, nombramientos amañados, sobresueldos hasta el uso indebido de fondos y bienes públicos, estos actos de corrupción minan la confianza y profundizan el descreimiento. La gravedad es que no se trata solo de casos aislados, sino de patrones estructurales que se repiten en municipios, provincias y en la Nación.

El impacto no es simbólico o un resultado intangible e inmensurable. Cada peso que se pierde en corrupción es un derecho que no se garantiza. Cada acto impune es una herida al Contrato Social. Y en este contexto de crisis económica, social y cultural como el que venimos soportando en cada día que sobrevivimos en Argentina, la ética pública ya no puede ser un detalle: debe ser un pilar central de cualquier proceso de reconstrucción democrática.

Una política posible y digna urge para transformar la realidad, de manera real. Slogans vacíos, reformas cosméticas, son ya el límite para retomar los procesos auténticos de formación de cuadros, de participación real, de transparencia radical. La necesidad de elevar el nivel del debate, volver a conectar con el territorio, la resignificación del rol del Estado y la revalorización de la vocación política como servicio y no como privilegio.

El desafío es promisorio. Se trata de reconstruir un puente entre la representación y la ciudadanía, entre el decir y el hacer, entre la democracia formal y la democracia vivida. También implica asumir que no existe política sana sin ciudadanos comprometidos, ni ciudadanos empoderados sin acceso a información clara, a educación cívica, y a espacios de participación genuina.

Tal vez, no tal vez No, estoy convencido que el futuro no depende de destruir lo viejo sino de reinventarlo. Estamos a tiempo, siempre se esta a tiempo cuando uno decide cambiar, y se dispone a iniciar el proceso.