Tentados por el fuego, con el agua como excusa: la "idea" de chilenizar la protesta antiminera, tras perder las elecciones

Están convocando a "los copados con las movilizaciones en Chile" para este lunes en Mendoza. El guiño de la Iglesia a sectores que tienen voz y voto, pero que no consiguen respaldo. La necesidad de que no se recurra a la fuerza cuando no tienen razón o, al menos, no reciben el respaldo popular.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Cuando una persona que ha estado sumida en la pobreza adquiere legítimamente, en función de una mezcla de esfuerzo personal y oportunidad al alcance de la mano la posibilidad de salir de tal situación, se libera. Desata los lazos que lo fuerzan a depender de otros para poder satisfacer necesidades básicas que le permitan seguir latiendo junto a los suyos. Allí es cuando comienza a darse cuenta de su capacidad individual de actuar, inclusive en forma asociada o colectiva, para mejorar las condiciones de los otros, los que eran sus pares, y ayudarles a liberarse de la atadura de depender de otros. Unos lo consiguen; otros quedan marcados para siempre por aquella condición y tienden a repetirlo como costumbre o folclore, vencidos ya en sus propias fuerzas. Rendidos.

De mascotas a iguales: la libertad

El liberado se despoja de su dependencia de otros seres que lo sometían a cambio de comida, ropa o contención afectiva y espiritual. Se saca de encima lo que empieza a comprender como dogmas absurdos, pero tuvieron peso sobre sí y, al final, resultaron condicionantes, para comenzar a volver a ser humano: esforzarse, vivir, intercambiar, relacionarse, ser feliz, superar las tristezas... y así sucesivamente, pero sin que nadie le diga qué es lo que tiene que hacer para recibir como premio, cual mascota, algo que lo satisfaga y no pueda conseguir por su propia cuenta

¡Que no se acaben los pobres!

Por eso hay sectores que se esfuerzan por que las personas no salgan de su situación condicionante plena, que es la pobreza, el hecho de no poder conseguir lo que necesita por sí solos. Esos intermediarios actúan ante los centros de suministro del Estado y se erigen, también, como únicas líneas disponibles para llegar a seres inasibles y todopoderosos. Esos intermediarios aplastan al necesitado para resultar fundamentales ellos. Y lo hacen a través de sus costosas maquinarias que, probablemente de ser puestas a la venta, resolverían el problema del hambre y abrirían las puertas de todos los paraísos que administran, sin necesidad de que los que claman deban pagar con su dignidad o simplemente dinero una cuota societaria.

Por supuesto: los empobrecedores engatusan con su mensaje antipobreza, aunque no aportan nada para permitir que resulte superada lo antes posible, salvo, un pedazo de algo que jamás le darán por completo a esa persona necesitada, para seguirla llevando hacia donde la necesitan, de las narices.

Es en este contexto en el que se proponen numerosos cambios "en nombre de", pero basados en teorías dogmáticas, incomprobables, amenazas que generan más miedo que tranquilidad y, por lo tanto, someten y revictimizan a los que sufren siempre.

La unión de los castigados que no cumplen con la penitencia

Valga la introducción contextualizadora (rebatible, por supuesto, es tan solo una opinión que no busca entronizarse como única verdad) para advertir que la iglesia católica, autodestruída por la lujuria y avaricia de sus integrantes, aparece ahora en un rol que la descontextualiza al sumarse a cualquier lucha de seres que similarmente han quedado deslegitimizados, con tal de seguir en pie. Atrapados desnudos en su faena monstruosa contra personas indefensas, los sacerdotes que lidera el arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, (y con honrosas excepciones) ya no pueden mirar a los ojos a nadie, salvo a los hipnotizados o alcanzados por su propia ilegitimidad y que buscan refugio en entidades que consideran pares. En sus propios términos, los "ha castigado Dios", pero no asumen el castigo y se están volviendo en su contra, al insistir y negar; al reagruparse para -si es necesario- incendiarlo todo antes de morir en el escarnio.

Trabajar, o esperar un nuevo Maná

Hace tan solo unos días se produjo un proceso electoral en el que se discutió si se debería habilitar la actividad minera o no en Mendoza. Es un asunto espinoso, porque lleva implícito una serie de temores vinculados al hábitat y eso resulta crucial.

La industrialiación minera se ha discutido a niveles asombrosos, como nunca se discutió, por ejemplo, la agrícola, la ganadera, o la hidrocarburífera en el pasado, ni se midió el impacto ecológico, ni se difundieron militantemente los datos de su consecuente contaminación, degradación ambiental o morigeración del impacto. Ya que estamos, en términos de parábola dominguera, se cuidó a los dueños de otras gallinas de huevos de oro, pero cuando llegó un gallo nuevo al gallinero estaban todos en contra del efecto alérgico de las plumas.

En el contexto electoral, dos de las propuestas políticas impulsaron abiertamente la posibilidad de habilitar la exploración y explotación minera, como factor generador del principal déficit del ambiente: trabajo para que el ser humano pueda sostener su vida y la de los suyos por sí solo. Con ello, va implícito -aunque siempre es bueno vigilar que se haga bien- que debe cuidarse el impacto ambiental, sin descuidar el social y laboral, porque si no, sucumbiría todo a la vez.

Sin embargo, se insiste en deslegitimar el avance de una actividad económica demonizada hasta el extremo de no saber qué es mito y qué, realidad.

La fuerza bruta de los malos perdedores

Sometidos a votación, esas dos fuerzas superaron el 80 por ciento del apoyo del electorado.

En el transcurso de la campaña electoral, además, hasta se realizó una audiencia pública puntual sobre un proyecto minero pequeño pero emblemático, como es Hierro Indio, en Malargüe, en la que los sectores que se oponen con argumentos o dogmas; con ideología o informes científicos, tuvieron su momento para expresarse dentro de un marco organizado.

Esos sectores, guste o no, alegre a unos, ponga tristes a otros o resulte indiferente para muchos, fueron derrotados en el ámbito más popular que existe, que no es una marcha, el incendio de un edificio, un meme en Facebook o una cadena de whatsapp con audios tremebundos o un hilo de Twitter: las urnas, en elecciones generales. Allí, la ciudadanía les dijo "no" a los que dicen "no" cerrado y sin posibilidad de discusión, a la industrialización minera.

Su mensaje no llegó a la ciudadanía, a la que toman por tonta por no haberlo aceptado y votado. No fue votado un solo concejal con esa posición. De allí en más, nadie.

Probablemente tengan razón y resulten ser iluminados vanguardistas incomprendidos por una sociedad zombie. O no, que estén errados y que la hayan querido volver más manada que colectivo social, conduciéndola a su antojo.

Los copados que llaman a las llamas

Y es ahora cuando algunos derrotados consuetudinarios no ven otra cosa que una nueva oportunidad de instaurar un "democracia" a su medida el hecho de generar disturbios para llamar la atención. Aquí la preocupación, cuando muchos siguen sumidos a la cadena de miedo que algunos sectores infunden, con el objetivo de seguir siendo intermediarios ante Dios, los recursos o "la verdad revelada". Los une la deslegitimidad y quieren que -otra vez los términos míticos- el fuego los purifique.

Para este lunes y martes, los auodenominados y autoproclamados en asambleas "populares" (por los que fueron a ellas, no por el padrón electoral) como "asambleístas por el agua", llaman a rodear la Legislatura de Mendoza. Lo curioso es que en las redes invitan desde las redes a los que "se copan con las movilizaciones en Chile", con un fondo lleno de llamas, como ofreciendo un tour de protestas que los haga seguir sintiéndose referentes o líderes de algo/alguien y con el peor de las herramientas como ejemplo: fuego, el mismo que le dejó a los vecinos del otro lado de los Andes trabajadores muertos en medio de reclamos.

Nadie sobra

Todos somos imprescindibles para la sociedad, aun los que cualquiera pueda señalar como deleznables. Nadie tiene el poder de decidir quién o quiénes sobran. De hecho, el poder del sistema electoral, al obligar a todo el mundo que vaya y vote, es el más claro igualador social (y que, dicho sea de paso, siempre tiene detractores entre los sectores aristocráticos y los anárquicos, por derecha y por izquierda: los que nunca se ven afectados por decisiones políticas extremas cuando muchos otros, de la franja del medio y los pobres, sí).

Y como nadie sobra, los sectores que quieren impulsar sus dogmas lo pueden seguir haciendo, pero la letra con sangre no entra

No valen ya las inquisiciones. Todos tenemos algo para aportar, aunque pocos recojan el guante de algunas ideas.

Lo que se discute siempre como perro queriendo morderse la cola es cómo conseguir que todos puedan vivir con dignidad. Y es con trabajo. No habrá, tampoco, un Maná que le ofrezca de comer a todo el mundo desde algún cielo, estatal o mitológico.

Hace falta actividad comercial, más justa, puede ser, por qué no decirlo y pensarlo, tal y como la ejercieron y comprendieron, por ejemplo, los pueblos originarios de América y los más ancestrales de la humanidad.

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