Cuba: Hasta la victoria, siempre

Sergio Bruni pone en foco la situación de la isla, cuyo aislamiento del mundo democrático es noticia en estos días por la rebelión de sus habitantes que reclaman bienestar y derecho a tomar decisiones.

Sergio Bruni

Pasaron seis décadas de aislamiento y sometimiento del régimen castrista, para que un día el pueblo comenzara a levantarse. Carencia de las más mínimas libertades, salarios irrisorios, todos igualados en la más absoluta miseria, con excepción de los integrantes de la cúpula gobernante. Un país solo viable mientras existió la Unión Soviética que sostenía a Cuba por el lugar estratégico que ocupa a 90 millas de la costa de los EE.UU.

Tan cerca y tan lejos. Tan cerca el hambre y el encierro, tan lejos la libertad y las posibilidades de una vida digna, explica el constante éxodo desde el comienzo mismo de la revolución castrista. Cerca de 700 mil cubanos, nacidos en la isla, viven en Miami, según un censo realizado en el año 2019, esto también expresa los miles de muertos en el mar que no lograron abrazar la libertad.

Un día llegó lo que, tal vez, sea el comienzo del fin. Todo comenzó en el pequeño poblado habanero de San Antonio de Baños. Los cubanos pasaron de la inconformidad doméstica, de quejarse en casa (evitando que alguien los escuche) y asentir en público, a la acción directa, a la queja pública. Se abrió una grieta en el propio corazón del régimen. ¿Cómo se atrevieron deben preguntarse los castristas?

De ahora en adelante nada será igual en Cuba: el juego cambió y estas nuevas reglas marcan el porvenir. Lo que sucede por estos días supone un despegue que puede terminar con el régimen o hacer que este se torne aún más sanguinario y dictatorial para imponer sus designios. Esa es la lucha libertaria que se libra hoy en las calles de La Habana y transita las arterias de toda la isla de Cuba.

La falta de libertad y de insumos básicos - vacunas contra el Covid-19 incluido- el eterno desabastecimiento, las largas colas para conseguir una ración de comida y los estragos de la pandemia, forman parte de un escenario donde el supuesto recambio político hace presagiar a la población más décadas de penurias. Son demasiados años de autoengaño, el pueblo cubano no soporta más tantas tempestades. De allí que unos cientos de ciudadanos salieron a la calle a exigir mejoras en sus pésimas condiciones de vida. Esa manifestación rápidamente devino en mucho más. Los gritos de "libertad" y "abajo la dictadura" explotaron por las escasas redes sociales con las que cuentan por las limitadas conexiones a internet y despertaron la esperanza en miles de cubanos. Comenzaron a manar a borbotones seis décadas de irritación y bronca.

La respuesta del régimen, encabezada por el presidente Miguel Díaz-Canel, no se hizo esperar. Llamó a salir a la calle a defender "la revolución". Tras culpar, como siempre, a Estados Unidos y sus "agencias" de estar financiando los espontáneos levantamientos y del agravamiento de la situación, no solo convocó a sus huestes a recuperar las calles sino también, procedió a la detención de centenares de personas. Sus familiares no conocen aún el paradero. ¡Detenidos desaparecidos por una dictadura! El gobierno argentino y los organismos de derechos humanos deberían intervenir de inmediato. Sin embargo, reina la complicidad de un silencio aturdidor. (valga el oxímoron)

Podrá el régimen cubano engañarse a sí mismo, pero no a sus ciudadanos ni a la comunidad internacional. Las protestas vividas este 11 de julio, quizá, marquen un punto de no retorno. La pandemia ha exhibido cruelmente las miserias del castrismo y exacerbado las penurias de la isla. Responder con las trilladas consignas ideológicas de nada sirve. Tampoco la represión ayudará. Los males de Cuba exceden cualquier montaje de propaganda para mantener tantos años de fraude.

El cambio hacia una democracia plena es un imperativo. Es un desafío que exige comprensión de la comunidad internacional. No será aumentando el sufrimiento de la ciudadanía, ni apelando a principios del Derecho Internacional como aquellos que señalan: "La no intervención de un Estado en los asuntos internos de otros Estados" o "los problemas los deben resolver los pueblos por sí solos". Muy válidos para regular jurídicamente la vida de los países democráticos, pero una farsa dialéctica para justificar a una sangrienta dictadura que lleva 62 años en el poder.

Así no se ayudará a que se abran los caminos de la libertad. La comunidad internacional tiene el deber moral de movilizarse en términos políticos, para acompañar la democratización cuyo proceso en los tiempos y las formas, corresponde a los cubanos desarrollar por ellos mismos.

Formar un frente común que, por encima de los intereses geopolíticos, sitúe en el centro de atención a un pueblo devastado por la pobreza y la falta de libertad, debería ser el compromiso humanitario, para que el sufrido pueblo cubano, logre la victoria de la libertad para siempre.


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