José Félix Aldao, un olvidado

Publicamos aquí como anticipo las palabras preliminares de Jaime Correas, autor del libro "Fraile Aldao", editado por Marea, que será presentado en Mendoza el lunes 5 de diciembre en el Museo Carlos Alonso, Mansión Stoppel, a las 19.30, por Julián Imazio y Paulo Belloso.

Jaime Correas

Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se imprime  la leyenda.

John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance, 1962

La tradición no discute si una versión es correcta o no. La acepta o no la acepta.

Tomás Eloy Martínez, 1996 

La figura de José Félix Aldao, el fraile general, es curiosa y desconcertante por su riqueza y el olvido que la cubre. En un país atravesado por luchas facciosas irreconciliables, desde sus orígenes hasta la actualidad, es difícil comprender por qué un personaje con sus atributos ha quedado en una suerte de lim- bo de desconocimiento, sin casi nadie que lo reivindique como propio en esas reyertas entre compatriotas. Parece incómodo para todas las facciones. Esa incomodidad quizás sea el gran mo- tor que empuja a indagar en su personalidad y en su vida, a fin no solo de rescatarlo para la memoria y la historia, sino también para reflexionar sobre cuáles son esas condiciones que lo hacen tan inasible, como una brasa caliente. Es importante vislumbrar sus valores de síntesis. Aldao, al fin de sus días, contrapone una visión integradora, sintética, a la permanente exclusión del otro que alentó su vida. Su relación extensa y difícil con Tomás Godoy Cruz quizás sea el mejor ejemplo de esta curiosidad, entre otros que urden la trama de su existencia.


Llega "Fraile Aldao", la novela del cura y caudillo mendocino

Fue sacerdote y héroe de la Independencia americana. Luego de partir en el Ejército Libertador como capellán de la columna del general Juan Gregorio de Las Heras tomó las armas y peleó como un valiente, entre muchas otras batallas, en las célebres Cancha Rayada, Maipú y Chacabuco. Acompañó al general José de San Martín al Perú, donde tuvo un papel descollante en la gue- rra de guerrillas y la organización de fuerzas irregulares junto a Juan Antonio Álvarez de Arenales. Como comandante, defendió las fronteras del sur mendocino contra los indígenas y llegó a ser el jefe de una de las tres columnas de la "campaña al desierto" de 1833, junto con Juan Manuel Rosas y José Ruiz Huidobro, bajo el mando de Facundo Quiroga. Participó activamente en las guerras civiles en el bando federal bajo la conducción de Quiroga, llama- do "el Tigre de los Llanos", y protagonizó diversos hechos nota- bles, como ordenar la muerte de Mariano Acha, el entregador de Manuel Dorrego, en un hecho simbólico de alto voltaje para el Partido Federal. Llegó al grado de general del Ejército Argentino y se unió al gobierno de Rosas como gobernador de Mendoza en la cúspide de su poder político y militar. Jorge Luis Borges lo nom- bra al inicio del Poema conjetural, en el que Francisco Narciso de Laprida, presidente del Congreso de Tucumán, imagina su pro- pia muerte en la batalla de Pilar, a manos de las fuerzas de Aldao. Ezequiel Martínez Estrada lo invoca en Muerte y transfiguración de Martín Fierro, uno de sus máximos ensayos de interpretación de la cultura argentina, como ejemplo de la mixtura del cura con el caudillo y lo compara con el cardenal Richelieu. En tanto, Sarmiento escribió su texto clásico sobre el fraile en febrero de 1845, un mes después de su muerte, como introducción a su libro más célebre, que comenzó a publicarse el 2 de mayo de ese año como folletín en el diario El Progreso de Santiago de Chile, junto a su ensayo sobre el guerrero mendocino. Pocos meses después, una imprenta chilena alumbraba como libro Civilización y bar- barie, vida de Facundo Quiroga, y aspecto físico, costumbre y hábi- tos de la República Argentina1 que contenía en el mismo volumen Apuntes biográficos sobre el general Fray Félix Aldao.

El retrato de Aldao, gobernador de Mendoza, repuesto en la Galería de la Legislatura.

Se ha insistido con que la imagen legada por Sarmiento, mu- chas veces exagerada y otras tantas falsas, tiñó a Aldao con una leyenda. Quizás ese solo hecho podría haber sido motivo para que la nutrida historiografía revisionista, en general antisarmienti- na, hubiera adoptado al fraile como uno de los suyos. Sin embar- go, el silencio alrededor de su figura es notorio, salvo honrosas excepciones. Cuando aparece siempre es un personaje de segun- da línea. La historiografía liberal sigue la línea condenatoria de Sarmiento y la revisionista lo invisibiliza, quizás por su condición de fraile apóstata. Pero incluso historiadores más modernos, que escapan a esos dualismos, tampoco lo rescatan de las sombras. Por dar solo dos ejemplos, Félix Luna en su libro Los caudillos, no lo alude a pesar de su importancia ni siquiera en el capítulo de Quiroga; John Lynch, en las dos únicas menciones en su libro sobre Rosas, lo confunde con un comerciante de nombre Juan.

La historiografía mendocina no le va a la saga a este desinterés. En su enorme historia eclesiástica de Cuyo, el sacerdote José Aníbal Verdaguer nombra al fraile al pasar y no destaca que es el mismo capellán del Ejército Libertador que luego será una figura importante en lo militar y en lo político. Cuando asume como gobernador se refiere a Aldao al pasar como "este hombre san- guinario, sacerdote apóstata, y en política, fiel instrumento de Rozas". Hay trabajos de Jorge Comadrán Ruiz, por ejemplo, sobre la historia de Mendoza de ese período en los que el autor profesa una marcada militancia rosista sin aludir a Aldao. De uno y otro lado vuelve a ser el fraile general una personalidad incómoda. En este segundo caso por su apostasía y lo que esto significa para cierto revisionismo muy cercano a la Iglesia Católica.

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Hay quizás algunas excepciones destacables a la cancelación que cayó sobre Aldao. Los libros del militar Carlos A. Aldao de 1934, nieto del caudillo, y de Jorge A. Calle de 1938, mendoci- no, periodista e historiador. Aunque ambos fueron publicados en Buenos Aires por importantes editoriales su huella es tenue.

Otra excepción interesante es el trabajo de J. Simón Semorille leído en tres sesiones en 1936 y publicado luego por la Junta de Estudios Históricos de Mendoza donde el autor pide justamente que se revise la imagen consagrada de Aldao, muy li- gada a la versión sarmientina y a la leyenda negra que se había te- jido a su alrededor en la provincia por la cruenta batalla de Pilar. La publicación, de más de 300 páginas, cuenta además con un enorme apéndice documental que enriquece la visión y permite profundizar la indagación.

Desde esos trabajos integrales de la década de 1930 hay que esperar al libro de Jorge Newton de 1971 para que la figura del fraile militar reaparezca en su riqueza. Salvo un trabajo ensayístico de nuestra autoría de 1999 para el libro Historias de caudillos argentinos, ninguno de los posteriores agrega nueva do- cumentación que permita reinterpretar la figura del personaje con evidencias y no con las simpatías o las antipatías ideológicas del autor. Se limitan a seguir lo ya publicado y reinterpretarlo, muchas veces con gruesos errores, a pesar de que hay generosa documentación tanto en el Archivo General de Mendoza como en el Archivo General de la Nación que hemos consultado para completar aquel trabajo aludido y el presente.

El domingo 5 de mayo de 1996 Tomás Eloy Martínez publicó en el diario Página/12 la extensa síntesis de un texto que había leído en la Feria del Libro en la presentación de su libro Las memorias del general, referido a sus investigaciones que derivaron en La novela de Perón (1985). Bajo el título "Argentina, entre historia y ficción" el escritor reflexiona sobre las difíciles relaciones de los argentinos con la historia del país y avanza sobre el papel que puede jugar la ficción en ese laberinto: "La ficción y la historia se escriben para corregir el porvenir, para labrar el cauce de río por el que navegará el porvenir, para situar el porvenir en el lugar de los deseos. Pero tanto la historia como la ficción se construyen con las respiraciones del pasado, reescriben un mundo que ya hemos perdido y, en esas fuentes comunes en las que abrevan, en esos espejos donde ambas se reflejan mutuamente, ya no hay casi fronteras: las diferencias entre ficción e historia se han ido tornando cada vez más lábiles, menos claras".

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Este espíritu es el que guió la novela que el lector tiene en sus manos, narrada con las herramientas de la ficción, pero luego de haber hecho una exhaustiva investigación histórica, documental y de fuentes éditas, y finalmente cristalizada en un ensayo his-tórico. Quizás, y ese fue el impulso, en un personaje novelesco como el fraile Aldao se requiera la respiración del texto ficcional para avanzar más allá en las pasiones y contradicciones de un protagonista de la historia argentina sobre el que cayó un olvido difícil de comprender en todas sus significaciones. Además, muchas veces sucede cuando se sigue investigando después de publicar, aparecieron nuevas pistas y matices que justificaron volver con ojos atentos sobre la materia indagada.

Un ejemplo claro puede ser que, en esta novela, se alude al pasar a que el delirante decreto de Aldao, que declara locos a los unitarios por pertenecer a ese partido, tuvo como víctimas, entre otros, a Tomás Godoy Cruz, figura central de la historia mendocina y nacional que llegó a gobernar la provincia luego de haber sido el enviado principal del general San Martín al Congreso de Tucumán. En investigaciones posteriores a lo publicado apareció un documento en el Archivo Histórico de Mendoza (Época Independiente, Sección Gobierno, año 1843, Carpeta 250, Documento 131), fechado el 9 de agosto de 1843, en el que, bajo la firma de Juan Montero, jefe de Policía, hay una lista de inmuebles incautados a unitarios y entregados a federales entre los que aparece Godoy Cruz. El documento adquiere relevancia porque en el Tomo X de la Historia de la Nación Argentina de la Academia Nacional de la Historia (1947), Edmundo Correas sostiene: "Felizmente este decreto, fruto de una mente extraviada, no fue cumplido".

El hallazgo entonces permite rectificar lo consagrado por la historiografía e incluirlo en un tramo del relato donde se muestra la toma del poder por parte de Aldao y sus desbordes cuando llega a controlarlo sin límites institucionales. De este modo se matiza con evidencias documentales algo tenido por cierto durante años. El decreto declarando locos a los unitarios era tan disparatado que ni el redactor original quiso firmarlo. Lo interesante es que sí tuvo efectos y ahí es donde la historia y la ficción, esas operaciones de escritura que Tomás Eloy Martínez encuentra con posibilidades de corregir el porvenir, muestran el sufrimiento de personas de carne y hueso, como cualquiera de nosotros y también las rectificaciones, los remordimientos, los arrepentimientos y las confirmaciones. Todos interactuando, como un modo de demostrar la complejidad de la historia y la necesidad de abordarla con dudas y flexibilidad en los análisis.

Hemos aludido a documentos desempolvados. Más adelante, Martínez reflexiona en su artículo sobre la naturaleza de lo documental y apunta la paradoja de que Bartolomé Mitre, quien introdujo la pasión por documentar y el afán por la investigación, con su actitud de recortar sentidos en los documentos contribuyó a "instalar en el imaginario argentino una larga desconfianza por la veracidad de lo que aseguran... no solo porque el poder político y los historiadores terminan manipulándolos pro domo sua. Lo son también porque desaparecen, se extinguen, se esfuman; pierden su valor de prueba". Y luego de hacer ese desarrollo se pregunta: "¿con qué argumentos negar a la novela, que es una forma no encubierta de ficción, su derecho a proponer también una versión propia de la verdad histórica?". Frente a esta visión solo se debe advertir sobre un límite: la ficción no debiera contradecir lo que el documento indubitable muestra, salvo que la falsificación sea un obvio juego literario. Martínez, que creía que en la Argentina la novela es un medio "más certero para acercarse a la realidad que las otras formas de la escritura" lo mostró con creces en La novela de Perón y en Santa Evita. En ambos textos ficcionaliza como un modo de indagar en profundidad lo sucedido y de iluminar los huecos, pero nunca deja de lado lo documentado. Los hechos ya de por sí son de una riqueza novelesca descomunal, no necesitan ser falseados. Porque si bien es cierto que un documento puede ser omitido o mutilado al transcribirlo para cambiarle el sentido o para ocultar algo, tiene también un origen en alguien que suele ser parte de un conflicto. Es la herramienta con la que cuenta la historia (y muchas veces la novela, como hemos visto) para indagar en ese espacio para situar el porvenir en el lugar de los deseos, según Martínez.

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A pesar del olvido sobre su figura, la trayectoria de Aldao dejó bastante documentación para hacer innecesario inventarle una vida a la medida de quien escribe la historia o la ficción. Hay hechos debidamente documentados, más allá del libro endemoniado de Sarmiento o de alguna versión edulcorada que quiere mostrar solo sus bondades, olvidando el resto. El personaje es de una enorme densidad, cargada de contradicciones y continuidades inquietantes. Quizás ese sea uno de los motivos centrales de su orfandad en los relatos históricos. ¿Cómo explicar que el jefe federal que ordenó la muerte de Acha, entregador de Dorrego, también marchó a San Juan para reponer al unitario Del Carril cuando la sanción de la Carta de Mayo rivadaviana en 1825 lo hizo caer? ¿Cómo el archienemigo de Godoy Cruz, luego de haberle expropiado inmuebles por estar loco a raíz de ser unitario lo invita a volver a Mendoza de su exilio, le da un puesto en la legislatura de aquel tiempo y legisla para impulsar la industria del gusano de seda que el expatriado ha estudiado y promovido? Son actitudes impropias de un faccioso, de un hombre de partido dispuesto a atrocidades por una causa. El mismo personaje que Sarmiento muestra solo en su barbarie, también tiene gestos de civilización notables, ilustrados. Pero ni liberales ni revisionistas logran ver esos dos extremos a la vez y sintetizarlos y como consecuencia de ello, quizá, lo invisibilizan. O a lo mejor lo hacen porque al advertir esos matices aparentemente contradictorios, se desorientan (e irritan) y el personaje pierde interés para ellos. Se le niega un espacio importante a Aldao, el héroe de la Independencia que guerreó junto a San Martín, que puso el cuerpo en las batallas, algo que no había hecho la mayoría de sus compañeros de ruta en los tiempos de la militancia rosista. El propio Rosas es un ejemplo ilustre. ¿Por qué no rescatarlo en su riqueza, entonces, quizás como un espejo que muestra la posibi- lidad de la síntesis y de los encuentros en un país de quiebres y exclusiones, de uno y otro lado?

Vayan algunos ejemplos. No hay en Mendoza calles, escuelas o plazas que lo recuerden. Al frente de la Iglesia de San Francisco, donde se guarda el bastón de mando de San Martín y está enterrada su hija Merceditas, hay una plaqueta que recuerda a los sacerdotes que participaron del Ejército Libertador y Aldao no figura.

El personaje no existe para los mendocinos de hoy a pesar de ha- ber sido gobernador y ni qué hablar para los argentinos. Durante años en la Legislatura mendocina ha faltado su retrato en la Sala de los Gobernadores y hace poco se colgó una reproducción de plástico por la negativa de la culta Buenos Aires, como le gustaba decir a Sarmiento, de ceder el retrato que le hizo Fernando García del Molino a pesar de los reiterados pedidos al Museo Histórico Nacional, que llegaron incluso a la presentación de un proyecto de ley en el Congreso Nacional y a gestiones de altos referentes del peronismo y del radicalismo a lo largo de años. Es destacable que la institución donde está depositado lo mantiene en archivo sin exponerlo desde hace más de cien años. Se esgrime para no cederlo un argumento burocrático, salvable con una medida judicial que anteponga la defensa simbólica del federalismo a una normativa apolillada que impide a ese cuadro estar a la vista del pueblo argentino en su lugar natural y no permanecer en la oscuridad de un depósito juntando polvo centenario.

No falta, por desgracia, la oportunidad en que, en vez de restituir la riqueza al caudillo, al héroe de la Independencia, al fraile independentista, se pretende utilizar su figura con mezquindades del presente. Es como si hubiera una maldición alrededor de Aldao, que la metáfora del cuadro cautivo sintetiza en sus aspectos más miserables.


1 Domingo Faustino Sarmiento: Apuntes biográficos sobre el general Fray Félix Aldao, Santiago de Chile, Imprenta de Julio Belin y Cia, 1851.

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