Emiliana Lilloy

Amores que matan

"El problema está en concebir a la pareja como algo necesario sin lo cual no somos personas completas y que trae como consecuencia soportar o tolerar conductas dañinas por el miedo a sacrificar ese valor más alto", escribe Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

Desde Romeo y Julieta, hasta los amores que matan de Joaquín Sabina en la actualidad, el amor ha estado ligado en nuestro imaginario a la muerte y la tragedia.

Sucede que los humanos hemos construido una forma de amor o afecto condicionado a unos requisitos o expectativas que por lo general son ficticias o imposibles de cumplir, y que traen como consecuencia frustraciones y reacciones a veces exageradas o descontroladas cuando no suceden. Para que este imaginario pueda sostenerse, hemos inventado también unos discursos que convierten a nuestra afectividad en lo que hoy llamamos "Amor romántico"

Ideas como la de que nos completamos, la media naranja, el alma gemela, estar destinadas/os con alguien, el "hasta que la muerte nos separe" etc, nos dan una pauta del relato o cuento de hadas que rodea a nuestras relaciones afectivas, y el por qué de las angustias, depresiones o frustraciones ante las rupturas o desamores. Hasta incluso suicidios o muertes por violencia de género ante la negativa de no continuar con ellas o por ser rechazados/as.

Ya te va a llegar. ¿Por qué una chica tan linda como vos no se casó con nadie? ¿No tenés familia? ¿Por qué estás sola? Debe tener algo raro para "ser" soltera/o a esta edad. Se divorció y nunca más rehízo su vida. Ya hice todo lo que tenía que hacer: me casé y tengo dos hijos, ahora me puedo dedicar a lo que me gusta.

Pareciera ser que para nuestra cultura, si no contrajiste matrimonio y tuviste hijos/as no "hiciste tu vida" y si "te quedas sola" luego de una separación tampoco la re hiciste, y por lo tanto perdiste la oportunidad de vivir o de estar acorde con no se sabe bien cuales intereses que exigen que para ser válida o que a tu alrededor te consideren una persona completa y feliz, tengas pareja.

Estas frases tan cotidianas hacen que nos demos cuenta de que para nuestra sociedad, el mejor estado posible y quizás el aceptable que deja tranquilo a todo quien nos rodea es el de pareja. Si estás en pareja, no importa en qué condiciones, estás bien y ya nadie debe preocuparse. Esto último me recuerda a un libro de la biblioteca de la casa materna y que fue muy leído en otra época titulado "No seré feliz pero tengo marido".

Es que vivimos en una cultura que coloca al amor, según Marcela Lagarde, en el centro de nuestra identidad. Y esta idea está arraigada en todas las ficciones que vemos en la televisión, los libros, la publicidad, la educación, los cuentos y mitos antiguos, que además refuerzan los estereotipos de cómo debemos amar y vincularnos afectivamente en este planeta.

El amor de pareja nos define, y lo vivimos como algo íntimo sin darnos cuenta de que la forma en que experimentamos ese amor romántico está mediado por el mensaje simbólico que nos es dado desde afuera, y que es connotado e incluso edulcorado con una serie de ideas que determinan nuestro actuar, percibir y sentir de manera social: sin ti no soy nada, si te cela es porque te quiere, sos única y no sé qué haría sin ti, hay una conexión especial entre nosotros y es porque quizás estamos destinados, en el amor hay que soportar cosas, ceder y abnegarse.

Estas y tantas otras ideas que hemos incorporado en mayor o menor medida según nuestros contextos y creencias, son las que hemos asumido como válidas y que creemos propias. Y si bien el homo sapiens se caracteriza y diferencia de otras especies humanas por la capacidad de imaginar, fantasear y crear historias inventando incluso cosas y personajes que no existen, la ponderación del amor romántico está íntimamente ligado a la monogamia y a la organización de las sociedades modernas.

Así, en plena revolución francesa e industrial, desarrollo de los conceptos de ciudadanía, industria, trabajador asalariado, Estado moderno y la propiedad privada tal como la conocemos hoy, el matrimonio civil y religioso fue la base de la ordenación social, esto es, estableciendo la distinción entre espacio público y privado. Se generó entonces la idea de la complementariedad de la pareja heterosexual, asignándole a la mujer el espacio privado y el cuidado de la familia de manera gratuita, y el espacio público y pagado al varón en la industria. Esta unión era necesaria y debía durar "hasta que la muerte los separe" para que el sistema establecido funcionara.

Dicho esto, hay quien dirá que dadas así las cosas, no podemos ir contra todo un sistema cultural, que la estructura del matrimonio que empobrecía a la mujer también cambió y que ya no la convierte en una impúber, y que en definitiva, por qué no ser romántico/a con lo lindo que es y se siente, endulzando nuestras relaciones con hermosas demostraciones públicas y privadas de amor: regalar flores, hacer propuestas de matrimonio despampanantes, pintar pancartas, invitar a una cena romántica con velas y champagne ¿por qué no?

Y es que el problema no radica en estas actitudes, que incluso pueden ser muy divertidas y que intrínsecamente no tienen por sí nada malo. El problema está en concebir a la pareja como algo necesario sin lo cual no somos personas completas y que trae como consecuencia soportar o tolerar conductas dañinas por el miedo a sacrificar ese valor más alto. Es obsesionarse con la idea de una persona destinada o alma gemela, que nos da también la sensación de propiedad trayendo consecuencias nocivas para la libertad de ambas personas. Creer que el amor duele y que todo lo puede, propiciando situaciones arriesgadas o peligrosas sobre todo en nuestros adolescentes etc.

Desarmar estos mitos y creencias nos llevará tiempo. Quizás sea esta una de las revoluciones más grandes del ser humano: la de concebirnos como seres completos y libres, responsables de nuestra afectividad y disponibles a ejercerla sin connotaciones tóxicas e impuestas desde afuera. Construir un nuevo imaginario cultural en donde amar no sea un acto de posesión, una necesidad desesperada o un producto de nuestra insuficiencia, incapacidad o miedo a estar solas/os, sino un acto positivo de amor, que elegimos dar y compartir de manera sana y entre iguales.

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