Camaradas... ¡no se vayan, por favor!

Eduardo Da Viá y un aporte triste, pero necesario: "El covid ha sido el asesino indiscriminado que nos privó de médicos jóvenes y no tanto, aún capaces, de esposas de compañeros e hijos de los mismos".

Eduardo Da Viá

No se vayan, no partan por favor, camaradas, amigos, colegas, seres queridos; en lo que va del año, nada menos que veintinueve han partido para no volver, dejando mi corazón también partido de dolor.

Con chicos vecinos, cuya mayoría ya no están, conocimos la Mendoza de los cuarenta y parte de los cincuenta y compartimos escuela, vereda, madres y padres respectivos que nos llamaban para tomar la "leche" a eso de las 5 de la tarde, para de inmediato volver nuestras serias actividades: fuimos marineros con barquitos de madera, unos trocitos que iban de acorazado a portaviones porque habíamos nacido en plena segunda guerra mundial y ese horrendo vocabulario era común entre nosotros que nunca habíamos visto un barco, nos imaginábamos Capitanes de altamar mientras las maderitas se deslizaban por las aguas transparentes de nuestras mendocinas acequias, de sifón a sifón, sin tapones de plásticos ni basura arrojada impunemente porque eran nuestras madres las que barrían la vereda.

Allí tuve dos grandes amigos Oscar Carlos F.R. y Gado A. el hijo del carpintero del barrio que nos permitía hacernos los autos tipo cupecitas del Turismo de Carretera. No sé nada de ellos, de vivir están cerca de los 80.

Además fuimos campeones con Labruna, Pescia y Corbatta, ganábamos los Grandes Premios de Turismo de Carretera con autitos hechos por nosotros y pasábamos del fútbol al automovilismo transformándonos en los hermanos Galvez, o los Emiliozzi o los mendocinos Víctor García o Pablo Gullé, y nos peleábamos a las tres y nos reconciliábamos antes de ir a cenar.

Y todo esto lo hacíamos mancomunadamente, alternando perdedores y ganadores, y por las mañanas a la Escuela donde, en la mía al menos, el patio estaba dividido por una línea imaginaria que lo partía en dos mitades, una para las niñas y la otra para los varones. Por cierto que la mayor demostración de arrojo era inmiscuirse a la carrera en el patio de los pecados, previo asegurarnos los vigías apostados discretamente que no habían maestras en la costa.

Eran bravuconadas inocentes hasta quinto o comienzos de sexto, cuando los varones empezamos a percibir cierto escozor en la entrepierna cuando advertimos que las otrora planas pecheras de los níveos guardapolvos femeninos empezaban a rellenarse sospechosamente, a la vez que la confianza que nos brindaban las chicas disminuía drásticamente y era remplazada por corrillos de tres o cuatro de ellas que juntaban las cabezas para, los más disimuladamente posible, levantando los codos a guisa de cubierta, deslizar una mirada hacia el coro de espectadores, cada uno de los cuales nos considerábamos destinatarios de esa tibieza que nos invadía y nos hacía sonrojar; ellas también tenían sus inevitables arreboles que desvelaban al menos el tema que trataban de camuflar. Muchas de esas bellas niñas cuya transición a señoritas nos quitaba el sueño, se han ido también a lomos de sus ochenta años,

Y un día sucedió la diáspora.

Finalizada la Primaria, tomamos distintos caminos, la mayoría hacia diferentes colegios secundarios, otros injustamente, tuvieron que empezar a trabajar para paliar la pobreza que los esperaba en sus muy humildes hogares.

Los que coincidimos en ingresar al Liceo Militar, tuvimos la suerte de comprender el significado de la palabra Camarada, que aún conservamos los que por extraños designios del destino, seguimos vigentes en este mundo. Fueron cinco años de convivencia en un mundo casi irreal por cuanto éramos todos iguales sin importar el apellido, el color de la piel o la creencia o descreencia religiosa. Todos éramos meros depositarios de los mismos bienes provistos por el estado y, en teoría al menos, podíamos alcanzar las mismas metas.

Un mal día supimos de la palabra revolución que hasta ese momento era solamente la de Mayo de 1810 y nos enteramos que Perón había sido derrocado previo sacrificio de vidas humanas inocentes y bajo la misma bandera que a diario izábamos y arriábamos emocionados al son de una corneta solitaria.

Así revivió la grieta que ya antes separaba a los argentinos y que hoy está en su apogeo.

Y también lo vivimos juntos y juntos aprendimos lo que era colocarle al Mauser 1909 munición de guerra en vez de la casi inocua de fogueo con que nos entrenábamos para DEFENDER A LA PATRIA, creyendo que la defensa, de llegar a ser necesaria, sería contra enemigos provenientes del exterior. El solo pensar en la peregrina idea de encañonar a otro argentino, nos hacía temblar el pulso y encogerse el alma. Teníamos a la sazón 14 años y estoy más que seguro que ninguno de nosotros hubiera apretado la cola del disparador.

A poco andar el nuevo gobierno supimos en carne propia lo que es ver avasallados nuestros legítimos derechos: hasta ese momento el libro de lectura obligatorio era "La razón de mi vida".

Más allá de la carencia absoluta de las condiciones que debe reunir una obra para ser considerada Literatura, y no obstante ser propiedad privada por cuanto libros y útiles debíamos llevarlos nosotros, simplemente nos lo arrebataron cobardemente durante un fin de semana en que casi todos estábamos ausentes. No medió explicación alguna.

Y así empezamos a conocer el mundo real, lo que hizo que el compañerismo se acendrara y fortaleciera de tal manera, que hoy perdura.

En las vacaciones teníamos un grupo pequeño integrado por Ernesto M., Miguel Ángel G. Lalo F.B. y el que suscribe Yayo D.V. Nos reuníamos para jugar a las cartas y siempre un toque de filosofía entremezclado. Los dos primeros hace tiempo que se embarcaron con Caronte.

En el ínterin aconteció un hecho que habría de marcar mi vida para siempre. Un ángel cayó del cielo con apariencia de una bella señorita y Eros nos unió casi de inmediato. Soportó once años de noviazgo hasta recibirme de médico; nos casamos y la vida nos regaló dos hijos preciosos con los cuales afortunadamente tenemos excelente relación. Ella fue mi apoyo y mi colaboradora, brillante ama de casa y hoy, ya octogenarios, seguimos tan unidos como siempre.

Finalmente vino la segunda diáspora al finalizar el bachillerato y por fin, los que tuvimos la suerte, dedicarnos a los estudios universitarios que ya la mayoría tenía decidido, lo hicimos con la alegría y el orgullo de ser estudiantes terciarios.

Para algunos eso significó partir a otras provincias, dado que nuestra joven Universidad carecía de varias carreras que sí ofrecían sus hermanas mayores, en especial Buenos Aires y Córdoba, incluso San Luis

Lalo vive en Londres y paradojalmente es con uno de los que con quien más contacto tengo.

Carlos Darío S. vive en Guaruyá y nos conectamos; Carlos R. vive en Buenos aires y estamos en contacto.

Un párrafo aparte para Oscar Vicente L- (Chichino) con quien compartimos los meses de vacaciones previos a la Facultad, éramos vecinos y nos veíamos todos lo los días. Juntos conocimos el mar, El Pacífico Chileno y aprendimos a dar los primeros pasos en la noche de las zonas portuarias. Inolvidable. Vive en Buenos Aires pero estamos en contacto.

Para las últimas materias integramos un grupo de entusiastas que queríamos recibirnos: Roberto Oscar V., Bernardo Marcelo A.; Carlos Adelmo P.; Ángel Alfonso G; Lucio C. Yayo D.V...

Los tres primeros ya no militan entre nosotros, y con Ángel Alfonso me ocurre lo mismo que con el londinense, vive en Buffalo NY pero estamos en contacto frecuente.

Tuve la suerte y el honor de ser discípulo predilecto del Prof. Dr. José Antonio Aranguren, un diestro de la cirugía. Se fue inesperada y precozmente a los 67 años de edad.

Todos mis restantes maestros lo hicieron en sus respectivas décadas de los 80.

Durante la práctica hospitalaria comenzamos a tener bajas de colegas y amigos jóvenes, tal el caso de los dos anestesistas del Hospital de Maipú Carlos Victoriano M. un año mayor que yo y Gerardo S. varios años menor.

Una de las pérdidas más grandes fue la del Dr. Carlos S., jefe del Servicio de Clínica Médica y uno de los médicos más sabios que he conocido; éramos amigos pero el cáncer me lo quito de entre los brazos

La mayoría de mis familiares, así como los grandes amigos de la natación en el Club de Regatas desaparecieron en la ochentena.

Tuve un gran amigo y médico corocorteño; ni él ni su esposa superaron la octava década.

A todo esto más de las dos terceras partes de los camaradas liceístas habían fallecido.

Y ahora hemos arribado a la década fatal, la octava. Quedamos pocos, sólo un compañero de la primaria Juan Carlos V. con quien tengo contacto asiduo, un puñado de cadetes y otro de colegas médicos coetáneos.

El covid ha sido el asesino indiscriminado que nos privó de médicos jóvenes y no tanto, aún capaces, de esposas de compañeros e hijos de los mismos.

Y con su empecinada presencia, la pandemia en nuestro medio sigue matando alrededor de una trentena diaria.

Si le sumamos las muertes naturales estadísticamente esperables veremos que el futuro individual dista de ser optimista.

Tengo un gran amigo que dice levantarse por las mañanas, encender la PC leer los avisos fúnebres; se fija si figura, de ser positivo es que todo terminó, de los contrario empieza a programar las actividades para ese día. Tiene 83.

Tiene un tinte de humor negro, pero es muy acertado

Se trata de mi actual mejor amigo Juan Carlos C. un hermano, confidente y confesor.

No menciono exprofeso a otros cuatro amigos a los que mucho quiero porque por fortuna aún no pasan la marca del final de los 70. Tres son hermanos del Valle de Uco y el otros es un citadino de la cuarta sección.

Por eso es que le ruego al grupo de rezagados, que no nos vayamos todavía, que nos abroquelemos aferrados a la vida con la decisión y el empuje de los All Blacks y Nueva Zelandia cuando interpretan sus respectivos HAKAS.

Cuidémonos para pervivir, estrechemos vínculos aunque sea en forma virtual.

La década de los 80 es la de las últimas pérdidas, pero no es obligatorio.

Pregúntenle a Christiane Dosne de Pasqualini, Pierre Soulages, Guido Gorgatti y muchos más que están por encima de los cien, o a Pablo Casals; y si es necesario aprender el violonchelo, pues al trabajo, y que nos alcance la parca.

Por eso repito queridos amigos:

NO SE VAYAN TODAVÍA

Eduardo A. Da Viá- Junio 2021

Esta nota habla de: