Emiliana Lilloy

Los hombres que nos explican las cosas: un test en 4 pasos

"Confíe en que la mujer que tiene enfrente es un ser humano inteligente que asiste y comprende la misma realidad que usted", escribe Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

Es el último día de vacaciones en la costa argentina y nos invitan a casa de unos amigos para despedirnos. Vamos con uno de ellos a un mercadito cercano a buscar comida. Olvidamos comprar algo y con una amiga ofrecemos ir nuevamente.

- ¿Estás segura de saber llegar al mercadito?- dice el dueño de la casa.

- Claro, fui más temprano-contesto. Acto seguido comienza a explicarme el camino. Le digo amablemente que ya lo conozco porque fui más temprano. Parece no escucharme e insiste en que algún amigo suyo nos acompañe para guiarnos. Le digo que no hace falta.

- ¿Pero estás segura?- Insiste. Bromeo y le explico que no es la primera vez que salgo de Mendoza y que teniendo 41 años aún no me he perdido.

- Llevate el teléfono por si te perdés- dice ofuscado por el miedo a que me resulte imposible caminar dos cuadras a la derecha y una a la izquierda memorizando el trayecto para volver y producto de eso me desoriente desapareciendo para siempre en una ciudad desconocida.

Ya no contesto, nada que hacer, en su mente voy a extraviarme. Pero ¿por qué? ¿Sólo por ser mujer?

No hace falta leer a Rebecca Solnit para saber que a las mujeres siempre nos están explicando las cosas. Cada una de nosotras experimenta constantemente situaciones en que los varones nos dan indicaciones (en general obvias), nos explican cómo funcionan las cosas (en general las simples) y nos tratan como si fuéramos seres frágiles, endebles, torpes, inseguras, desorientadas y sobre todo necesitadas de su guía y consejos. Aunque se le atribuye, no fue Rebecca Solnit la que inventó el termino mansplaining, que es un compuesto entre "varón" y "explicación". Pero si fue ella de las primeras en poner el foco en esta conducta sistemática de los hombres hacia las mujeres que consiste en considerarnos disminuidas mentales o inferiores y por lo tanto necesitadas de explicaciones, guías, ayudas etc y carentes de ideas u opiniones dignas de ser escuchadas. A esta creencia, la acompaña su correlato que es creer que los hombres sí son seres inteligentes y hábiles y que por lo tanto deben explicar y opinar sobre todo, aún cuando no sepan del tema del que hablan. Esto último le pasó a la propia Rebecca (lo cuenta en su libro "Los hombres me explican cosas") cuando un varón le empezó a explicar unas ideas surgidas de un libro que ella misma había escrito. El interlocutor no advirtió que estaba frente a la autora justamente porque hablaba del libro sin siquiera haberlo leído y por tanto tenido en frente para advertir que en la tapa figuraba el nombre de ella.

Pero no todos los hombres lo hacen, ni todo es culpa de los varones. Estas conductas son sistemáticamente estimuladas por la información contenida en las series, películas, publicidades, etc. Basta poner una de acción para observar que el héroe masculino es quien con valentía y sin dudarlo toma toda las decisiones para salir del problema, sabe perfectamente qué hacer, y guía a la pobre mujer que lleva de la mano, que llora incansablemente, y que ante cualquier mínimo desafío grita desesperada y abraza al héroe sollozándole al oído "no puedo, no podré hacerlo". Así nos muestran, ridículas, indecisas, miedosas. Nada más lejos de la realidad cuando se trata de enfrentar problemas.

La creencia de los varones de que las mujeres somos torpes y necesitamos que nos expliquen las cosas y su correlato de tener el derecho de sentirse hábiles y capaces con la verdad en la boca aunque no la tengan o sepan menos incluso que su interlocutora (y esto pasa mucho cuando sin entenderlo siquiera quieren explicarnos cómo debería ser el feminismo) se agrava en ciertos espacios o actividades que según ellos mismos les pertenecen por derecho de nacimiento. Esto es, por ejemplo, en el tema del manejo y los autos.

Todas hemos experimentado la guía excesiva y exagerada de los cuida coches para estacionar en playas o la vía pública. El enojo cuando prescindimos de ellos usando los tan complejos espejos retrovisores. Incluso siempre aparece algún dispuesto transeúnte a guiarnos si nos ve haciendo una maniobra en la calle. ¿Por qué? ¿Y por qué si la persona adentro del auto es varón no la guían de la misma manera? Por qué la semana pasada al ver el vecino como estacionaba normalmente (perfectamente) el auto frente a mi puerta disfrutó de gritarme desde su casa con una sonrisita: "veo que estas aprendiendo a estacionar" ¿Por qué la risa, por qué el constante menosprecio?

El termino mansplaining, o esta conducta sistemática, implica mucho más que explicarle algo a una mujer. Implica ponerla siempre en una posición de inferioridad, es mirarla como a una eterna impúber, es dudar de sus ideas, opiniones, habilidades o pensamientos y de su capacidad de comprender y transformar el mundo. Es ignorar su inteligencia, es educarla en la fragilidad y la duda. Es mucho más que un acto de soberbia y sobre todo es un constante menosprecio e insulto que quienes lo recibimos debemos soportar a cada momento y lidiar con la impunidad de quienes permanentemente nos están agrediendo "so pena" de ser tildadas de quejosas, complicadas o fanáticas si lo destacamos y pedimos que se detenga.

Igualmente sabemos que muchos varones no están de acuerdo con esta conducta y que lo hacen sin darse cuenta o por costumbre. Pero no todo está perdido. Para ellos proponemos aquí un test en cuatro pasos para detectar malas prácticas y abstenerse del menosprecio, la soberbia y la ignorancia sistemática:

Antes de opinar sobre cualquier tema hágase la siguiente pregunta: ¿sé de este tema?

Si la respuesta es NO, es que no sabe. No opine como si lo supiera. Esta puede ser una buena oportunidad para escuchar a sus interlocutores/as (incluso si son mujeres) y aprender algo.

Cuando sienta muchas ganas de explicarle algo a una mujer hágase la siguiente pregunta: ¿haría lo mismo y de la misma manera si mi interlocutor fuera hombre?

Si la respuesta es NO, no lo haga, no explique. Espere y observe si en vez de hablar puede usted aprender algo nuevo (incluso proveniente de una mujer)

Cuando esté dando por hecho que usted sabe más que la mujer con la que habla, hágase la siguiente pregunta: ¿Es posible que ella sepa de lo que estamos hablando y tenga una opinión para dar?

Aunque no lo crea, la respuesta puede ser afirmativa. Aproveche para hacer algunas preguntas de sondeo, y así evitará la vergüenza de hablar sin saber sobre un tema en el que su interlocutora pueda ser especialista.

Confíe en que la mujer que tiene enfrente es un ser humano inteligente que asiste y comprende la misma realidad que usted. Si le resulta difícil creerlo, solo confíe y le será demostrado.

Emiliana Lilloy-Abogada

Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad

Vicepresidenta de la Comisión de Género del Colegio de Abogados de Mendoza

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