Día de la Niñez

Nada es neutral: infancias y familias para la igualdad

Escribe Emiliana Lilloy en esta columna: "La igualdad nos invita a pensar que nuestras diferencias no sólo no han sido consideradas en la construcción de nuestras sociedades para dar a todas las personas en su diversidad beneficios equitativos, sino que esas diferencias fueron utilizadas para justificar un trato injusto otorgando privilegios artificiales a quien fue considerado el ser central destinatario de las normas y políticas".

Emiliana Lilloy

Pensemos en la posibilidad de que hoy en Argentina el gobierno lanzara una línea de créditos hipotecarios para acceder a la vivienda propia. En dicho caso, y bajo el estricto principio de igualdad, las condiciones para acceder serían las mismas para mujeres y varones. Supongamos: ser mayor de edad, acreditar al menos 5 años de antigüedad laboral con bonos de sueldo o un monotributo continuo, un sueldo por encima de determinada suma y otros requisitos generales como no encontrarse inhibida o en algún registro de deudores/as.

A primera vista, nadie tendría ninguna objeción frente a esta propuesta. Pero hay quienes dirían que esto no es justo y que convendría Implementar una acción positiva a favor de las mujeres disminuyendo los requisitos ¿por qué razón sería? ¿acaso las mujeres hoy no trabajan y deberían asumir los mismos costos que los varones? Darles algún beneficio ¿implicaría violar el principio de igualdad beneficiando a las mujeres en desmedro de los varones?

De contestar positivamente, diríamos que una norma o política que es igual para todo el mundo es justa en si misma, y que si bien, en algún momento las mujeres fueron privadas de derechos como son a la herencia, a la propiedad privada y al acceso al trabajo y al crédito, hoy esa situación ya no existe y merecemos el mismo trato.

Sin embargo, y por más que muchas mujeres que conocemos se encuentran en condiciones para acceder a un crédito bancario, cuando levantamos la mirada y salimos de nuestra propia experiencia, advertimos que existe una estructura mayor que hace que lo que a simple vista parece justo -como someter a varones y mujeres a las mismas condiciones- desde otra perspectiva se convierte en un arma de doble filo que no hace más que perpetuar la injusticia de que los bienes y el poder sigan estando en manos de los varones. Veamos cómo funciona esta lógica.

Sabemos que las mujeres fuimos privadas de derechos acumulando los varones en sus manos el capital y por tanto el poder público y privado en los hogares. Sabemos que, en razón de estas privaciones arbitrarias basadas en prejuicios y estereotipos, se ha feminizado la pobreza, esto es, que de cada 10 personas pobres 7 son mujeres. Pero más allá de las consecuencias económicas de esta privación, sabemos hoy también, que la clave de la opresión que sometió a las mujeres a esta servidumbre doméstica, fue justamente la asignación obligatoria y casi natural de los trabajos de cuidados o llamados también reproductivos (cuidado de la niñez, la discapacidad y la ancianidad, la alimentación, el hogar, las compras y tareas para la subsistencia etc.).

Para lograr que un ser humano acepte estas condiciones sin objetar perder todo el control sobre su vida y sin acceso a los derechos básicos como su propia subsistencia y economía, hizo falta una estrategia que se utilizó y se sigue utilizando como una herramienta de control social, esto es, una educación diferenciada en donde las mujeres son preparadas para estas tareas vinculadas a la emotividad, la abnegación y el servicio, y los varones para la valentía, la competencia, la agresividad y demás habilidades para disputarse el espacio público.

Esta estructura simbólica que persiste en nuestra sociedad, provoca que aún las mujeres sigan "eligiendo" priorizar las tareas de cuidado a cualquier otro desarrollo profesional o personal y que los varones asuman como natural que otra persona renuncie a otros objetivos en la vida o que ni siquiera se los plantee, ante la necesidad de construir una familia que tenga al varón como proveedor de la misma y que por tanto disponga de su tiempo para hacerlo. Porque por más que las mujeres hemos ingresado masivamente al mercado de trabajo, este ingreso masivo de los varones al trabajo de cuidados, estadísticamente, no ha sucedido. Ello conlleva a lo que llamamos la doble o triple jornada de las mujeres, que implica peores salarios, menos acceso a cargos de poder, menos acceso al goce etc.

Y aunque se escucha por ahí que nuestras sociedades han avanzado -y muchas veces se lo dice con buenas intenciones-, lo cierto es que las mujeres aún nos encontramos en un pie de desigualdad en el acceso a las mismos bienes y servicios que los varones. En nuestro ejemplo bancario, antes de pensar en la igualdad de condiciones, una mirada estructural nos invita a pensar que, en razón de estos mandatos, prejuicios asociados y privaciones históricas, las mujeres no nos encontramos en igualdad de condiciones para acceder a ese crédito porque entre otras cosas:

- interrumpimos nuestras trayectorias laborales para criar, lo que no priva del requisito de la antigüedad requerida.

-tomamos trabajos part time por lo mismo, lo que nos priva de un sueldo alto para acceder al crédito o a una mejor vivienda.

-elegimos trabajos con flexibilidad horaria para cuidar llevar y traer a los/as niñas y en general es trabajo informal y no registrado, lo que nos impide acreditar ingresos y estar bancarizadas.

-somos culturizadas para el espacio privado y el espacio público aún nos resulta hostil y adverso, lo que provoca que el sistema bancario y financiero sea un espacio con poca participación femenina.

Estas, entre otras condiciones que están lejos de ser personales, sino que responden a una estructura en que la distribución de tareas y educación perjudica a las mujeres, producen que nuestras normas y políticas supuestamente neutras y establecidas para personas iguales, no hagan más que ampliar las brechas que hoy existen.

Es por ello que la igualdad como meta, nos exige un pensamiento más profundo que comprenda la estructura de donde venimos y que comience a desarmar la idea de que si equiparamos a las mujeres a los varones la habremos logrado. Nada más erróneo. Porque una cosa es clara, las mujeres no somos iguales a los varones y ser tratadas como tales es una injusticia. La igualdad nos invita a pensar que nuestras diferencias no sólo no han sido consideradas en la construcción de nuestras sociedades para dar a todas las personas en su diversidad beneficios equitativos, sino que esas diferencias fueron utilizadas para justificar un trato injusto otorgando privilegios artificiales a quien fue considerado el ser central destinatario de las normas y políticas.

Pero quizás lo central que podríamos pensar hoy, en el Día de las Infancias, es justamente que, si logramos diseñar una familia en que cada participante asuma los cuidados como algo primordial y a realizarse en igualdad de condiciones, educando a los y las niñas en las mismas habilidades, actitudes y competencias ante la vida -empezando con el ejemplo-, construiremos sociedades equitativas donde ninguna acción positiva será necesaria, porque habremos disuelto las estructuras que hoy las justifican.

Esta nota habla de: