El "zumo" premio
A continuación, un relato de inmigrantes, vendimias y quimeras, por Matías Edgardo Pascualotto. Máster en Historia de las Ideas Políticas. Autor del libro "Las políticas hídricas y el proceso constitucional de Mendoza".
Luiggi, sentado sobre el cajón de madera destartalado bajo la galería ubicada en la entrada al galpón, calzaba , con parsimonia solemne, la última de las duelas de la barrica que yacía parada frente a él, junto a los barretines y demás herramientas esparcidas por el piso, pruebas materiales de la faena.
Adentro de la construcción, la luz se filtraba con fuerza a través de los resquicios de la pequeña claraboya redonda ubicada en el ángulo más alto de la misma, proyectando una especie de rayos traslúcidos en el espacio de penumbra que permitían vislumbrar, en el fondo de sus entrañas y protegidos de la luz, bajo las frescas paredes de gruesos adobones, la estiba de barriles apoyados sobre tacos, acodados unos con otros, gruesos, parecidos a un conjunto humano pintado por Botero.
El olor a humedad del cerrado ambiente se mezclaba con el rumor de la acequia madre que venía del exterior, delante de la construcción, donde delineaba la vanguardia de las hileras de vid, alimentándolas con sus aguas a turnos intermitentes. Algún pájaro que pasara atento sobre el conjunto presentado sobre la finca habría distinguido, embelesado, el frondoso paño verdinegro con los puntos oscuros de uvas tintas que invitaban a la placentera rapiña.
Escuchando el murmullo del canal, Luiggi recordaba esos otros ríos y sus innumerables puentes de su Treviso natal, allá en el Véneto. Cierta reminiscencia, dada por las acequias, aun en la total diferencia del paisaje, fue el hilo invisible que lo ancló a esta agreste zona, cuando recaló, casual y al garete de diez mil quimeras, en estas tierras perdidas, de esta provincia llamada Mendoza, y su tapete de espacio infinito.
En ese cuadro de ilusiones nuevas, y dando movimiento al mismo, podían vislumbrarse también, entre las hileras de parras, ciertos movimientos, lentos, como de hormigas. Los demás varones de la casa y sus laboriosas mujeres, con sus cestos y sus pañuelos anudados a la cabeza, conjurantes del inclemente sol, extirpaban, con manos ásperas y mil veces rasguñadas en la lid, el zumo premio de entre los sarmientos verdes. La vendimia cuyana había llegado.