Pascuas

Cuestión de fe

"Todas las religiones deberían enfocarse en aportar, con su tarea pastoral, instancias concretas de transformación social. Me parece indispensable que todas aboguen por un mundo mejor desde el lugar del trabajo y el esfuerzo, entre la gente, con la gente", escribe Isabel Bohorquez en esta nota.

Isabel Bohorquez

Vía Crucis, misa de Resurrección... Pascua. Experimenté la sensación de que quienes elaboraron los guiones, hablaron desde los púlpitos o tuvieron la autoridad para dirigirse a la gente, respondieron a una sola consigna: mostrar una iglesia comprometida con la realidad social y política. Y yo pienso... no es ahí donde se tiene que mostrar ese compromiso. No de esa forma ni en esa circunstancia.

Sentí que la insistencia en la corrupción, la violencia, la delincuencia, el narcotráfico, la pobreza como aparente madre de todos los males, en los cuarenta años de la democracia, en la periferia como uno de los conceptos eje...nos puso en otro escenario que no es el de un pueblo que expresa su religiosidad.

Coincido en la opción preferencial por los pobres y los más vulnerables, coincido en que las iglesias deben proclamar y trabajar por la justicia, la paz y la humanización de los pueblos. Todas las religiones deberían enfocarse en aportar, con su tarea pastoral, instancias concretas de transformación social. Me parece indispensable que todas aboguen por un mundo mejor desde el lugar del trabajo y el esfuerzo, entre la gente, con la gente.

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Esa visión social y política no debería estar emparentada con ningún sector ni atravesada por ningún interés que no sea el bien común, sin excepción. Y aunque valoro inmensamente que la iglesia católica (como institución) se involucre con los problemas de la gente, creo que esa mirada no debe acortar el horizonte ni torcerlo usando la oportunidad de una celebración multitudinaria para pronunciar una alocución ideológica que pone distancia con el sentido más profundo por el que un pueblo busca a Dios.

De cualquier modo en que se viva la Pascua, las personas cristianas solemos participar en la liturgia pascual. Muchos van a misa por su ramito para tener en casa todo el año o llevan el agua para que sea bendecida así como sus imágenes y medallitas. Miles de personas recorren los templos, rezando y visitando la imagen del Señor Crucificado. Muchos bautizan a sus hijos. Hay una práctica de gestos religiosos profundamente arraigada que además representa uno de los momentos más contundentes respecto a la devoción por Jesús, el Hijo de Dios que nació, vivió, murió y resucitó entre nosotros. Nuestro Señor Jesucristo.

Me pregunto desde mi propia experiencia de vida: ¿qué espero encontrar en cada una de las prácticas litúrgicas?. Y me respondo: un atisbo de lo insondable de la existencia de Dios, del sentido de nuestra fe en ese Dios que nos invita a creer desde el dolor, la muerte y la resurrección, contradiciendo nuestra naturaleza humana que siempre pugna por vivir. Es que la muerte nos resulta cuanto menos una injusticia si llega muy pronto y nuestra circunstancia más temible al momento de enfrentarla.

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Sin embargo, creemos en un Dios que muere. Su vida en esta tierra se acaba en medio de sufrimientos y humillaciones, de acusaciones y desprecios. Creemos en un Dios que enfrenta la derrota caído, herido, vulnerable y desde ahí nos invita a seguirlo.

Creemos en un Dios que nos pone en interdicción con un mundo que hoy parece estar exigiendo constante juventud, felicidad y éxitos.

Esa locura de la fe que germina en una promesa de esperanza intangible y de sentido de existencia, se pone a prueba cuando nos toca sufrir. Sufrir en serio. Perder personas amadas, sufrir tantísimas intemperies, enfrentar injusticias graves, ofensas, lidiar con el desamor y hasta con el odio. Es allí, en ese crucial acontecimiento que miramos hacia Nuestro Jesús y nos planteamos si algo de todo esto que nos pasa tendrá algún significado, seremos cobijados, escuchados, asistidos. Si seguimos estando tan solos o hay una mano tendida que de alguna manera manifestará su ternura y su amor.

Creer, para mí, es hacerle frente a la desolación y seguir de pie, o de rodillas o agotados y caídos pero aquí. Seguir aquí...

Creer, para mí, es mantener la mirada en el misterio de lo divino y a veces, algunas extraordinarias veces...alcanzar a rozarlo con la punta de los dedos.

Somos seres en constante humanización, somos seres humanizándonos y parte de ello es reconocernos y vivenciarnos espirituales. Recordarnos espirituales para encontrar en ese origen, la fuerza existencial.

Cuando un pueblo, una comunidad construye a lo largo del tiempo un modo de expresarse, quizá resguarde algunos signos que se han vaciado y oscurecido pero también preserva otros que cobijan el ánimo de las personas y las acompañan.

Los signos de la Pascua resumen, para mí, ese umbral entre lo que se me hace imperceptible e incomprensible y lo que me abraza a un modo de expresar mi manera de entender y transitar la vida. Y eso no es poco.

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¿Cómo enunciarlo? ¿Cómo encontrar las palabras que representen lo que se vislumbra? ¿Cómo contemplar la belleza que salva al mundo?

Al participar en los actos litúrgicos anhelo hallar algo de ese umbral, sus indicios, sus destellos. No me espero un discurso político. ¿Quizá espero demasiado de nuestros sacerdotes y pastores?

En definitiva, se trata de una cuestión de fe.

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.

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