¿Existen los dioses? Las dudas del chalo
El doctor Eduardo Da Viá nos regala un cuento huarpe esta vez, digno de ser leído de principio a fin.
Chalo en idioma huarpe Milcayac significa flecha y también muchacho porque ellos suelen andar utilizando flechas para cazar utilizando por (arco) para lanzarlas
Desde mucho tiempo atrás, experimenté una especial admiración por los huarpes, legítimos dueños de la tierra donde hoy vivimos, desplazados y hasta victimizados por el conquistador español y su sed de genocidio insaciable; olvidados por sus comprovincianos actuales que muestran casi total indiferencia por las necesidades de la comunidad en Lavalle.
En realidad por lo general tenemos una visión indirecta de los habitantes del secano lavallino, donde hoy se concentra la mayor cantidad de gente de la etnia en cuestión, pero son datos de literatura, que no abunda por cierto, quizás porque no hay mayor cantidad de interesados que digamos.
Tuve oportunidad hace 10 años de ir a la Laguna del Rosario y tomar contacto directo con algunos miembros de la comunidad, así como visitar la Capilla del La virgen del Rosario, erigida originalmente por los jesuitas en el 1609.
Pero la visita me dejó gusto a poco y al cabo de un par de años retorné pero con la idea de adentrarme en el monte donde yo sabía que habían familias viviendo casi en soledad aunque vinculados comercialmente con la comunidad distante unos pocos quilómetros hacia el oeste.
Así lo hice bien temprano una mañana de marzo, dejé mi auto en la "villa" y le dije a un vecino que me iba al monte a caminar un poco y que seguramente regresaría hacia principios de la tarde.
La idea era familiarizarme con la flora y la fauna, y de ser posible visitar alguna familia de las llamadas "solitarias".
Avancé entre algarrobos, jarillas, zampas, tamarindos y chañares, tratando de divisar seres de la fauna como la mulita, gato montés, puma, serpientes y culebras, arañas pollito y siempre muy atento a la potencialmente mortal yarará
La sequía prolongada ha desecado los complejos laguneros del Rosario y Guanacache, dando lugar el paisaje actual, donde a pesar de la adversidad sigue habitado por los estoicos huarpes
Esta introducción totalmente técnica tiene el objeto de ambientarse el lector en un para je que, estimo, pocos mendocinos conocen en detalle y donde se desarrolla la historia que paso a contarles.
Como dijera al principio, una vez que abandoné mi vehículo me introduje en el monte, el que a poco andar superaba mi altura pero no era muy abigarrado por lo que podía caminar con bastante facilidad.
El silencio era fascinante, sólo el sonido de mis propios pasos al pisar hojas o ramitas secas, una perdiz y una mulita que se me cruzaron no alteraron para nada ese santuario del silencio en lugar el ruido que nos atormenta en la ciudad, y me trajeron a mi memoria a Simón y Garfunkel con su más que famoso tema "The Sounds of Silence".
Por eso es que me sobresaltó escuchar repentinamente una voz de mujer que gritó autoritariamente un nombre: ¡Paco!!!!!!!, lejano pero claro el grito hizo detenerme y quedar petrificado dado que no esperaba encontrar humanos tan pronto, y más aún cuando mucho más cerca una voz de niño respondió casi de inmediato: ya voy "pelme", dejame prender el ketek
Había contestado en una mezcla de correcto español con huarpe dado que pelme significa madre y ketek fuego.
¡Trae unas ramas de jarilla! Espetó la madre, ahorita, contestó el Paco, diminutivo de Francisco, de puro origen español.
La madre era hija de un matrimonio español que se asentó como inmigrante en la entonces Villa de Lavalle e instalaron un almacén de ramos generales, donde desde temprana edad colaboraba la única hija, Concepción, hoy madre del chalo.
Ocurrió que Jacinto Guaquinchay, un huarpe de pura cepa, concurría religiosamente una vez al mes a abastecerse en la proveeduría de los "gallegos", y cuando Concepción arañó los 14 años sintió el flechazo. Jacinto era alto, de nariz ligeramente aguileña , de pelo muy abundante y renegrido, casi no hablaba español pero señalando los productos cumplía su cometido; con un tímido cuánto es y un "cachutum" (saludo) mascullado se retiraba perturbado, quizás por la presencia de la niña, ya casi señorita por cierto muy bonita y montando su burro que lo esperaba sin atadura alguna, se alejaba al paso no sin voltearse a veces en dirección al almacén.
A la sazón el muchacho tenía 17 años y era todo un hombre avezado en la dura vida del secano, contribuyendo con su padre en la cría de caprinos y en la pesca lagunera. Era un experto constructor de canoas de totora y manejaba la lanza con maestría para pescar truchas y bagres.
Montaba el burro en pelo y a veces calzaba alpargatas, de lo contario andaba "a patas" aún en la periferia del monte.
Había ido a la escuela y sabía leer y escribir en huarpe, aunque manejaba algo de español por el contacto con los hispano parlantes de la villa..
El flechazo fue bidireccional y a los 15 años la Concepción montó el burro y tomada de la cintura del Jacinto partieron pa´ la casa que precautoriamente había construido el chalo, de quincha y cañas, de dos piezas y un alero orientado al norte, en medio del monte porque a la comunidad no la caía bien que se amachimbrara con una gallega.
Al año nació el Paco con los rasgos del padre que resultaron dominantes, pero con la escuela castiza de la madre aplicada más que nunca cuando el Jacinto partía a sus tareas rurales.
Por cierto uno de los temas preferidos eran los religiosos; Dios, Jesús, la Virgen María y el pecado; y el castigo, infierno y purgatorio incluidos. Temas que para nada le gustaban al Paquito cuyo pensamiento era simple y llano, creía en lo que veía y sabía por su padre que Hunuc Huar, el dios de la montaña lo protegería siempre.
Volviendo a mi experiencia, yo permanecía inmóvil aunque apartando con un palo las ramas que me impedía ver al muchacho que yo lo sabía cerca; hasta que por fin lo vi: estaba tallando con su cuchillo una rama de algarrobo seguramente para transformarla en una flecha, dado que llevaba un por cruzado en la espalda. Se olvidó del perentorio llamado materno hasta que bruscamente escuché nuevamente a la madre, molesta por la tardanza del chico, con un estridente "vení pronto que si no Dios te va a castigar". Saltó como resorte el chico y partió corriendo, se ve que la madre lo esperaba fuera de la vivienda a la que no alcanzaba a ver, pero sí a escuchar la conversación; agitado por la carrera preguntó el Paco a su madre por qué lo iba a castigar el Dios que nunca veía si no había hecho nada malo, a lo que la madre contestó que no le había hecho caso cuando lo llamó.
?Y cómo me va a castigar si nunca lo veo, ni siquiera lo conozco, o es que tiene una huasca (látigo) tan larga que sin verme me va a pegar?
El chico conocía la huasca de Prri (padre) con el que alguna vez lo amenazó, pero era corta y delgada.
La madre por cierto, ante la falta de respuestas coherentes para el niño optó por terminar el reto y le pidió por favor que le ayudara con el fuego porque pronto llegaría el padre y quería tenerle preparada la chanfaina.
Una siesta de verano, mientras Paco dormitaba a la sombre de un chañar, llegó la madre excitada y le dijo que se cambiara de ropa que tenían que ir a la procesión; el niño, adormilado todavía le preguntó qué era eso y la madre le respondió que es una caminata con velas hasta la capilla para pedirle a la virgen y a Dios por la salud de la Manuelita Pelaitay que estaba muy enferma.
Se apuró el niño y de pronto le preguntó a la madre si vendría el hombre de negro (el cura) a lo que la madre contestó que casi seguro porque el padre, montando el mejor Yan (caballo) había ido a buscarlo dado que vivía a unas diez leguas hacia el norte.
Cuando terminó la ceremonia, sin el hombre de negro que nunca llegó, estaba el padre de la enferma cabizbajo y explicando que el cura no podía venir porque tenía otros enfermos graves que atender, y que el domingo en la misa iba a pedir por la nena.
El Paco le había pedido a Hunuc, sin saberlo la madre que lo había hecho pero a su Dios.
Manuelita falleció en la madrugada.
El pueblo entero la lloró y todos asistieron al enterratorio, y ahí un amiguito del Paco le cuchicheó que el hombre de negro no se fue al monte, él lo vio tocándole los Xepuc (pechos) a una chinita de la otra aldea que se negaba y lo amenazó con gritar. El cura malhumorado se fue para el rancho que oficiaba de bar y se pidió un vino; lo sabía porque lo siguió. Había tenido tiempo suficiente para venir a la procesión. Simplemente no quiso acercar su Ayacyanen (ayuda) y no vaciló en mentir para dar excusa. Los niños se sorprendieron al advertir que el cura era un Calltayanen (deshonesto)
El niño se quedó muy preocupado por los hechos y al otro día encaró a los padres durante el almuerzo y de repente, en medio del mutismo mayor que el habitual, seguramente tristeza por la muerte de la pequeña a quienes todos querían, y señalando con sus dedos sucios por el jugo del guiso de conejo, alternativamente al Prri y a la Mama, les dijo. ?Yo creo que ni el Hunuc de Prri ni el Dios de la Mama existen y que los curas no son buenos, solo sirven para amenazarnos con el infierno por los poyup (pecados) que cometemos y que no sé cuáles son?
Sorprendidos los padres por la inesperada locuacidad del niño le preguntaron por qué decía eso, a lo que respondió: ?Ninguno de los dos vino para ampitoguina ( curar) a la Manuelita y el hombre de negro no quiso venir por andar mujereando con una niña?
Entonces no creés en nada le preguntaron casi al unísono, a lo que Paco respondió: ? Sí que creo, pero en la Pachamama, porque es la tierra a la que puedo ver y tocar, que se me mete en las alpargatas y en los ojos cuando ventea y que nos da las planta después de azanina (llover)que podemos nemina (comer)y la sombra en el verano, y siempre está, no hay que ir a pedirle que venga, solo pide un poco de agua y la devuelve con comida, ah! Y no necesita del hombre de negro para venir?
También creo en Xumec (sol) que nos calor y luz y en Cheye (luna) que me alumbra de noche cuando salgo a cazar mulitas, ninguno me reta ni me castiga
?Mi Yan (caballo) viene al sólo silbido mío y eso que es nada más que un animal?
Los padres intentaron convencer al niño de que los dioses vivían uno en la montaña, Hunuc, y el otro en el cielo y que todo lo sabían porque escuchaban a los mortales..
La explicación no sólo falló en su propósito, sino que el muchacho, con la lógica inocente del puro de espíritu les contestó: ? Y ya que me escuchan por qué no contestan, a veces hasta les grito cuando ando solo en el monte y nada...?
?Para ampitoguina a Manuelita tendrían que haber llamado al Machi (hechicero).
En los días subsiguientes el niño se la pasaba en los ratos libres tallando una maderas con su afilado cuchillo, hasta que un día se le presentó a los padres, sentados alrededor del fuego y mateando para paliar el frío del desierto y les dijo: ?Estos son los dioses de ustedes? y les mostró dos figuras antropomorfas pequeñas, un tanto groseras pero cuyos rostros claramente mostraban un gesto de enojo para nada tranquilizador, acto seguido los echó a la hoguera y cabizbajo se alejó aclarando que se iba a jugar con la Pachamama junto con el Llahue (hijo) de Talquenca (apellido huarpe muy común).
Había nacido el primer agnóstico de la comunidad.