Pobre Plaza Italia

Con más sol que sombras, un paseo por la plaza Italia -de la ciudad de Mendoza- será suficiente para confirmar que no es precisamente un lugar que dan ganas de volver.

Laura Romboli

¡Qué fea es la Plaza Italia! Y pido, por favor, que se interprete correctamente. Tal vez estos no sean los tiempos para opinar sobre las plazas pero que insulsa su existencia, pobrecita.

Sabemos que está bien atendida, cuidada y muy limpia. Pero va más allá de eso. Hay algo en ese cuadrado de cemento que hace que pocos vayan a su encuentro. Solo un par de almas solitarias se sientan en la glorieta, pero ni los perros la olfatean ni los desahuciados lloran ahí sus penas.

Es extraño, pero no hay caso, disimular su poca gracia no es para novatos. Como si los esfuerzos por renovarla no se destacaran y el mandato fuera: "Luce con pocas luces".

La bruma que se diluye desde la fuente es más comedia que divina.

Dicen que son contadas las fotos de turistas.

¿En las largas filas del Consulado nadie tiene la queja de la plaza en su lista?

Si entrara en una valija, le diríamos al hijo que la devuelva a la familia.

Ya ni siquiera la Fiesta queda bonita.

Seguramente Marcelo no la conoce y Francesco -si puede- la esconde.

No tiene el verde de Plaza Chile, ni la elegancia de Plaza España.

No posee el respeto de la San Martín ni la grandilocuencia de la Independencia.

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Ni los enamorados tiene cita para encontrar el amor en plaza Italia.

¡No hay ojos para verla!

Atravesarla al mediodía en un verano violento es hacerlo corriendo sin que los pies toquen el suelo. En invierno la rodeamos para que el frío que se condensa allí no nos cale los huesos.

Que plaza rara la Italia.

Es la cerveza tibia, la copa de vino fría y el café a temperatura barista.

Es enfrentar el viento helado de la montaña con una camisa finita.

Es mirar desde arriba una vereda sucia por una actividad clandestina.

Es que te tire onda la persona que le gusta a tu amiga.

Es que te inviten a un asado y cuando llegas, hay pizza.

Fiera desde que nació hasta nuestros días.

Si los juegos que los niños casi no utilizan se amontonan, todos, en una esquina

Ni flores ni adornos (ni siquiera en épocas de elecciones) pueden combatirla.

Nadie la tiene en cuenta, nadie la usa, nadie la envidia.

Está tan sola la pobrecita que, si algún día decidimos arreglarla, necesitaremos más que un jardinero un paisajista.

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