Historia

Un corte de agua histórico

La historiadora Luciana Sabina se remonta al origen de la distribución de agua potable en el semidesierto mendocino, con los problemas que se generaban al respecto.

Luciana Sabina

Durante siglos en nuestra provincia la población se abasteció de agua a través de las acequias, alimentadas por el río Mendoza. Desde Luján llegaba a Godoy Cruz, de allí a Ciudad, para posteriormente pasar por Guaymallén y finalmente Las Heras. Cada hogar poseía entonces un pozo donde el líquido fundamental reposaba para clarificarse y ser consumido posteriormente. 

No es difícil imaginar que dicha situación distó mucho de ser salubre. 

El agua, señaló un diario mendocino hacia 1886, "desde que se saca del río a siete leguas de distancia hasta que entra en el pozo que la destina al servicio ordinario, recibe en su curso toda clase de inmundicias, porque parece que hay una tendencia dominante en la población de este país a echar todo lo sucio al agua corriente, sin preocuparse un instante en el perjuicio que le hace al que la ocupa más abajo".

Unos sesenta años antes la situación era bastante diferente. El italiano José Sallusti, que visitó nuestra provincia en 1824, se refirió a las acequias como canales a descubierto y a la orilla del camino con agua clarísima y ligera.

Pero en 1887 la población había aumentado y modificado sus costumbres, infectando el agua que consumía. En muchas oportunidades los canales pasaban por propiedades privadas donde al Estado le era imposible intervenir para evitar la contaminación. Con este panorama la llegada del cólera en 1886 tuvo consecuencias catastróficas. 

Debemos aclarar que en la década de 1880 recién estaba construyéndose el sistema de cañerías en nuestra provincia. A medida que este avanzó se colocaron surtidores en las calles para su uso público y gratuito, pero a la llegada de la enfermedad aún eran muy pocos.

Quienes tenemos varias décadas alcanzamos a ver algunos, aunque ya como llamativos vestigios de otra Mendoza.

Las familias que podían costear una instalación privada accedieron al sistema rápidamente y tuvieron agua corriente en sus hogares. La cuota era fija, debía pagarse en la Municipalidad y llegaba por trimestre. Podía hacerse un pago anual de manera adelantada obteniendo así un descuento del 9%.

Estos ciudadanos fueron los menos afectados por la epidemia, al igual que quienes hervían el agua que tomaban de las canales u acequias antes de consumirla.

Como no todos seguían esta recomendación, en un acto desesperado por combatir la enfermedad, el gobierno provincial dejó sin agua a los departamentos de Ciudad y Las Heras en pleno enero de 1887.

En este lapso, las familias debieron acercarse a la municipalidad correspondiente en busca de una ración líquida: dos baldes de agua por hogar, sin importar la cantidad de gente que lo habitaba. La otra opción era viajar en busca de surtidores públicos dónde solían darse peleas.

Realmente no se trató de la idea más oportuna y, consecuentemente, llovieron las críticas. La situación no perduró fundamentalmente gracias al accionar de la prensa criticando al gobierno. 

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