El corrupto y el ladrón: ¿por qué la sociedad condena más a uno que al otro?
El análisis y la opinión de Eduardo Muñoz.
Tanto el robo como la corrupción son delitos que, en esencia, implican el apoderamiento ilegítimo de bienes o recursos ajenos. Sin embargo, aunque compartan este núcleo común, la sociedad los condena de manera muy distinta. Mientras que al ladrón se le juzga con dureza y rapidez, el corrupto parece disfrutar de una indulgencia social, casi una suerte de impunidad.
Esta discrepancia refleja una profunda contradicción en cómo entendemos y respondemos a estos dos crímenes. ¿Qué lleva a la sociedad a castigar al ladrón con severidad y, en cambio, a ser más tolerante con el corrupto?
El apoderamiento ilegítimo: el núcleo común
Desde una perspectiva criminológica, tanto el ladrón como el corrupto buscan obtener algo que no les pertenece. El ladrón actúa de manera directa: roba bienes materiales, dinero o propiedades, y su acción se percibe como una amenaza inmediata a la seguridad de la víctima. Este delito es visible, y la persona afectada puede identificar con claridad lo que ha perdido y quién ha sido el responsable.
El corrupto, por otro lado, ópera de manera más sutil. Sus actos delictivos se materializan a través de favores políticos, desvío de fondos, tráfico de influencias o abuso de poder. Aunque los efectos de la corrupción pueden ser devastadores para la sociedad, su impacto es menos inmediato y más difícil de cuantificar. No hay una víctima directa a la vista; el corrupto no arrebata bienes personales de manera tangible, sino que manipula las estructuras burocráticas en su propio beneficio.
La percepción social: ¿Por qué se condena más al ladrón?
Una de las principales diferencias entre el ladrón y el corrupto radica en la percepción social que se tiene de cada uno. El robo es un delito visible, directo y personal.
La víctima siente el impacto de manera inmediata, lo que genera una condena social más rápida y severa. Es fácil imaginarse a alguien robando, y la indignación que esto genera en la víctima o en la sociedad en general es tangible.
En cambio, la corrupción, al operar en las sombras, no despierta el mismo tipo de reacción. Sus efectos son más difusos y afectan a un colectivo más amplio, pero de manera menos visible.
En muchos casos, la corrupción se tolera si se perciben beneficios tangibles derivados de ella, como obras públicas o mejoras sociales. Este fenómeno plantea una inquietante contradicción: la sociedad es más indulgente con aquellos que cometen crímenes contra el interés público mientras aparentan hacer algo positivo para la comunidad.
El corrupto como "Dimas sociales": el que roba, pero hace
La frase "roba, pero hace" es un reflejo claro de cómo la corrupción puede llegar a ser justificada en el imaginario colectivo. Al igual que Dimas, el Buen Ladrón de la narrativa cristiana que fue crucificado junto a Jesús y al que se le perdonaron sus pecados, el corrupto parece tener una oportunidad de redención si su delito viene acompañado de un aparente beneficio social.
En algunas sociedades, la figura del "corrupto redimido" se ha normalizado. El político que desvía fondos públicos, pero construye hospitales o carreteras, puede ser percibido como alguien que, aunque haya robado, hizo algo bueno con el fruto de su corrupción. Esta narrativa es peligrosa porque perpetúa la idea de que ciertos crímenes pueden justificarse si generan beneficios visibles a corto plazo, ignorando el daño sistémico que la corrupción inflige a largo plazo.
La peligrosidad de esta justificación
Desde un enfoque criminológico, es imperativo cuestionar la lógica que pretende justificar la corrupción bajo el pretexto de "hacer". Aunque el corrupto pueda mostrar logros tangibles, el daño que causa a largo plazo es mucho más profundo. La corrupción no solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también perpetúa la desigualdad y socava la justicia, creando un ciclo de impunidad que corroe lentamente el tejido social. En lugar de mejorar a la sociedad, la debilita desde sus cimientos, empobreciendo a las personas
A diferencia del robo, que afecta directamente a una víctima individual, la corrupción perjudica a toda una comunidad. Su impacto es menos visible, pero más profundo y destructivo, debilitando las bases de la sociedad al desviar los recursos que deberían beneficiar al bien común. Lo preocupante es que, mientras el ladrón enfrenta el peso de la ley con severidad, el corrupto muchas veces es tratado con indulgencia si logra presentar una aparición.
Es urgente que como sociedad reconozcamos que la corrupción, por más que se esconde tras una fachada de "progreso", es mucho más destructiva que el robo. Para combatir este mal, debemos abandonar la permisividad que la rodea y entender que ningún acto de corrupción debe ser tolerado, sin importar quién lo cometa ni qué beneficios superficiales ofrezcan. Solo así se podrá fortalecer el Estado de derecho y fomentar una verdadera cultura de legalidad, donde todos los crímenes se enfrenten con justicia.