Análisis

Por una pedagogía de la paciencia y la tolerancia

Las palabras del Dalai Lama le sirven al Prof. José Jorge Chade para promover una discusión valiosa.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza Dr. en Ciencias de la Educación.

Hoy nos detenemos a reflexionar sobre los conceptos de paciencia y tolerancia con la siguiente cita del Dalai Lama:

"La paciencia y la tolerancia no deben considerarse un signo de debilidad y renuncia, sino más bien, un signo de fortaleza: la fortaleza que proviene de la firmeza interior. Reaccionar ante las circunstancias difíciles con paciencia y tolerancia, en lugar de con ira y odio, significa tener un control activo sobre las cosas, que es el resultado de una mente fuerte y autodisciplinada".

Paciencia y tolerancia en el trabajo

¿Cuántas veces en el trabajo hemos sido pacientes con determinados compañeros? ¿O cuántas veces hemos sido tolerantes con algunas actitudes improductivas?

Puede que incluso nos hayan criticado por ser pacientes. Acusados de favoritismo, por ser tolerantes y no tomar medidas inmediatas.

Probablemente también nos hemos preguntado por qué elegimos la paciencia y la tolerancia. También teníamos miedo de que nos consideraran débiles, incapaces, descuidados por estas elecciones que hacíamos.

Y nos lo seguimos preguntando, sin encontrar una respuesta inmediata. ¿Acaso era sólo para no provocar problemas o reacciones desagradables? ¿O tal vez no teníamos realmente lo que se necesita para ser líderes? La duda siempre nos acompañaba, invisible.

La tolerancia es fuerza, la paciencia es autodisciplina: la palabra del Dalai Lama

Esta frase del Dalai Lama nos ha aclarado un poco más por qué adoptamos una actitud tolerante y conciliadora. Es porque queremos permanecer lúcidos, sin dejarnos atravesar y desbordar por reacciones inmediatas e incontroladas, que pueden acarrear consecuencias aún peores.

El hecho es que queremos mantener el control. Comprender las motivaciones y los orígenes de determinadas actitudes. Y, para ello, debemos asegurarnos de que nos encontramos en un estado de calma y tranquilidad.

Por eso somos tolerantes: para poder luego intervenir y corregir con la máxima serenidad y eficacia. Para que podamos beneficiarnos de la autodisciplina y, tal vez, incluso enseñarla y difundirla.

¿Y no es esto un signo de liderazgo?

Muchas personas con las que he trabajado confundían a veces el significado de estas dos palabras, haciéndolas sinónimas. En cambio, hay una diferencia sustancial entre ellas.

La tolerancia tiene más que ver con la aceptación de los demás, de las diferencias que podemos encontrar con otros seres humanos, ya sea en opiniones, religiones o comportamientos. También podemos utilizarlo para superar situaciones a las que nos enfrentamos (quizá no haberlas elegido) y que no nos gustan, recurriendo a esta capacidad de convivir con lo que no está en nuestra zona de confort.

La paciencia, en cambio, es la capacidad de saber esperar y afrontar las situaciones con calma, pero sobre todo sin frustración. Nos permite saber esperar el momento oportuno para hablar o actuar después de pensar, en lugar de precipitarnos.

Son de todas formas dos características fundamentales para quienes ambicionan una posición de liderazgo. Cuando se utilizan juntos, se convierten en una combinación perfecta para «dirigir» con mayor eficacia a un equipo de personas y mantener intacta su ecología.

¿Hasta dónde llega nuestra tolerancia?

La tolerancia puede figurar entre las virtudes más importantes, tanto desde el punto de vista moral como práctico, pero, como suele decirse, demasiado es demasiado. ¿Hasta qué punto es lícito y eficaz practicar la tolerancia?

Sabemos que nuestro sistema de valores afecta profundamente a los valores que definen el comportamiento y las opciones no sólo de los individuos, sino también de las sociedades en las que actúan e incluso de civilizaciones enteras.

El concepto de tolerancia, que, por otra parte, ni siquiera es prerrogativa exclusiva del cristianismo, ya que también es fuertemente promovido por muchos cultos orientales de forma aún más extrema que en el nuestro, está bien arraigado y exaltado en nuestra civilización, aunque a menudo se confunda con el de paciencia que, aunque aparentemente similar, en realidad manifiesta distinciones en absoluto triviales.

La paciencia es la capacidad de soportar personas y/o situaciones que ejercen una fuerte presión sobre nuestro físico y nuestro psiquismo, especialmente cuando esa presión procede de una disonancia en términos de creencias y, más aún, de valores.

Por ejemplo, esto es lo que ocurre entre los cónyuges (pero no sólo) cuando se enfrentan a sus mutuas diferencias de opinión sobre determinados temas. Ambos los ven de forma diferente pero, por razones básicamente oportunistas (para no desequilibrar la relación, para evitar situaciones desagradables, por miedo, etc.), más que por razones de mérito, prefieren aguantarse y soportar la carga física y emocional que ello implica. Pero, ¿hasta qué punto puede mantenerse esta actitud, teniendo en cuenta que, a la larga, producirá efectos nocivos en la propia relación que se intenta mantener sana?

La tolerancia, por otra parte, se mueve en una dirección distinta de la paciencia. En primer lugar, no están al mismo nivel. Mientras que la paciencia se vincula únicamente a nuestra capacidad de aguante, partiendo de la NO aceptación de la diversidad de valores que subyace al conflicto que expresa la relación, la tolerancia (o mejor dicho, el tolerante) no sólo no lucha contra la diversidad, sino que la acepta y la utiliza para modificar su propia visión de las cosas, creando una síntesis de las dos posturas en un nuevo nivel, evolucionando así la relación. Sin duda, se puede decir que la paciencia sufre pasivamente el conflicto sin resolverlo, creando además la base para nuevos conflictos, incluso internos, mientras que la tolerancia es una actitud proactiva que corta el conflicto de raíz y, de hecho, lo utiliza para su propio crecimiento y el de la relación.

Hay que tener siempre presente que el concepto de relación no sólo se refiere a la relación entre individuos, sino también entre un individuo y una situación. Por ejemplo, ocurre algo desagradable que despierta en mí miedo, desdén, ira, decepción, etc.: tales emociones no sólo son inevitables, sino necesarias. La actitud que elija adoptar ante la situación es lo que marcará la diferencia. Puedo elegir la paciencia, aceptando la situación y las emociones que despierta en mí; o puedo adoptar la tolerancia, aceptando la situación como un hecho y tratando de encontrar la manera de convertirla en una ventaja para mí. En el primer caso no hay crecimiento, mientras que en el segundo puedo encontrar esa síntesis que me elevará a otro nivel.

Dicho así, parecería que la paciencia es casi un defecto, mientras que la tolerancia es la panacea de todos los males. En realidad no: las cosas nunca son tan blancas o negras. La paciencia puede ser una virtud extraordinaria si se utiliza conscientemente, de la forma adecuada y en el momento oportuno. Por ejemplo, quienes piensan y trabajan a nivel sistémico saben muy bien que cualquier proyecto valioso tiene su tiempo de maduración y que cuanto más importante sea ese proyecto, más tiempo tardará en llegar a su término y más paciencia se necesitará.

No cabe duda de que el proyecto más importante para cada uno de nosotros es nuestra propia vida, asegurándonos de que evoluciona para que expresemos todo nuestro potencial posible. Se necesita mucha paciencia, pero en este caso hablamos de una paciencia proactiva, orientada al éxito pleno de este proyecto que llamamos «mi vida». Aquí no hay nada que soportar, sino que se sale de la esfera emocional para afrontar este camino con amor.

Y del mismo modo que la paciencia tiene dos caras, la tolerancia también las tiene. Aunque es una cualidad proactiva, ¿hasta qué punto está permitido ejercerla? ¿Hasta dónde se puede llegar en el juego de considerar ambas (o más) posturas para llegar a una síntesis superior? ¿Llegará algún día el momento en que haya que decir. «¡Basta ya!»?

Mientras que la paciencia basada en la presión psicológica no puede durar para siempre porque tarde o temprano uno se quiebra, la tolerancia es potencialmente ilimitada. Sin embargo, casi cabe preguntarse si al final ésta es siempre la mejor estrategia... la respuesta es no.

Para saber cómo orientarse, hay que tener en cuenta la diferencia entre un valor y un principio, que a menudo se utilizan como sinónimos. ¡Gran error! No puedo entrar aquí en demasiados detalles sobre el asunto, pero de forma muy resumida, un valor es un estado emocional y, por tanto, tiene un valor exclusivamente subjetivo: la honestidad, el amor, el éxito, el honor, la inteligencia, etc. son todos ellos valores, y no sólo como elección personal, sino que cada uno de nosotros los vive de forma diferente. Se puede ver fácilmente adónde puede llevar una divergencia de valores entre dos personas.

Si te enfrentas a una persona arrogante, mientras que tú te consideras humilde, para evitar el conflicto soportarás este estado de disonancia de valores que de hecho se manifiesta en actitudes, de parte del otro, que tu mente tenderá a interpretar como hostil. Sin embargo, como ya he dicho, tarde o temprano cederás: no se puede ser paciente eternamente.

Los principios, en cambio, son leyes, pilares que sostienen nuestra realidad, y como todas las leyes humanas, las leyes de la Naturaleza son objetivas, universales y sobre todo no negociables. Violar los principios, incluso de buena fe, significa desgarrar el tejido mismo de nuestra realidad, con consecuencias para todos: vemos los resultados de estos desgarros tanto en nuestras vidas como en las de «ahí afuera».

Hecha esta premisa necesaria, veamos cómo incluir la tolerancia en este discurso. Si se trata de divergencias de valores, no hay problema: aquí, como ya he dicho, no hay límite para la tolerancia, ya que sólo se trata de recontextualizar estas divergencias y utilizarlas después en beneficio de todas las partes, llegando a una síntesis. Cuanto más eficaz te vuelves en el manejo de estas situaciones, más competente te vuelves en el uso de la tolerancia.

En cambio, cuando se trata de principios, no hay tolerancia: no se cruza ese umbral. A diferencia de la paciencia, cuya fuerza viene determinada por la robustez de tu aparato psicológico/emocional, la fuerza de tu tolerancia viene determinada por tu capacidad para reconocer una situación o un comportamiento, propio o ajeno, que viola un principio y evitarlo o incluso impedir que se produzca.

Por ejemplo, podemos discutir o chocar todo lo que queramos sobre el hecho de que yo me comporte de forma inadecuada contigo, o viceversa, ya que esto depende de un choque de valores y, por tanto, puede resolverse con un mínimo de tolerancia mutua, pero el hecho de que tu comportamiento pueda dañar mi dignidad o limitar mi libertad o distorsionar la relación con mentiras y engaños... en esto no hay compromiso ni tolerancia que valga.

La tolerancia es una cualidad de la que ningún líder puede privarse, pero ser capaz de discernir las situaciones, comprender cómo encajan o no en la estructura de nuestra realidad y actuar en consecuencia es un rasgo de liderazgo que será cada vez más importante en un mundo que manifiesta cada vez más su verdadera naturaleza.

Fuente consultada: Conferencia del Dr. Alejandro Carli. Universidad de Siena. "Guía a profesionales, directivos y empresarios en el desarrollo de un liderazgo firme", 2022.