CRIMINALISTICA

Ajustes de cuentas íntimos: cuando el crimen viene de la familia

El criminalista Eduardo Muñoz se mete en este artículo con uno de los géneros del crimen menos analizados, el que ocurre entre personas de una misma familia.

Eduardo Muñoz
Criminólogo. Autor del libro "El Género de la Muerte". Divulgador en medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad. linkedin.com/in/eduardo-muñoz-seguridad IG: @educriminologo

La muerte de Raúl "Padi" Pérez en Mendoza, presuntamente a manos de su propia hermana, sacudió a la comunidad. El brutal crimen, ocurrido en el barrio La Favorita, impactó no solo por el hecho en sí, sino por su crudeza íntima.

A veces, el enemigo no llega desde afuera: crece adentro del hogar. Comparte la mesa, el apellido, la historia. Y un día, también, la escena del crimen le pertenece.

Este caso, rápidamente etiquetado como "ajuste de cuentas", obliga a revisar esa expresión. No siempre se trata de bandas, venganzas callejeras o traiciones narco. A veces, la resolución más letal ocurre entre hermanos, padres e hijos. Y entonces, la violencia se vuelve insoportablemente cercana.

Crímenes en familia: una categoría ignorada

Los ajustes de cuentas familiares existen, aunque rara vez se los nombre así. En su raíz no hay negocios ilícitos, sino vínculos rotos, afectos desgastados, resentimientos acumulados. Se dan en contextos de adicciones, violencia doméstica crónica, dependencia emocional o económica, y fragilidad psíquica no abordada.

Estas situaciones no responden a lógicas mafiosas, sino a dinámicas relacionales profundamente deterioradas. Desde la criminología, podemos comprenderlas como formas de violencia intragrupal que, al no contar con canales simbólicos ni institucionales de resolución, estallan de forma brutal.

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Aunque poco visibilizados en los medios, los homicidios entre familiares representan un porcentaje significativo dentro de los crímenes violentos en distintas regiones del país. Aun así, se los trata con menor alarma pública.

Hogares que estallan

Cuando la casa se transforma en campo de batalla, el miedo no está afuera. Está adentro. El agresor no es un extraño. Es alguien que conoce todas las heridas. Sabe cómo herir, cuándo atacar y dónde duele más. Lo que debería ser un espacio de cuidado se convierte en territorio hostil.

Las adicciones suelen ser puntos de quiebre. Robos reiterados, amenazas, coacciones, gritos. Cuando la violencia se naturaliza, la palabra pierde valor y el castigo deja de ser simbólico: se vuelve letal.

Una sociedad que calla lo que ocurre puertas adentro

Estos crímenes son también un síntoma de algo más profundo. De un Estado que llega tarde. De redes familiares desbordadas. De comunidades que se cansan de intervenir. La familia se convierte en una cápsula de conflicto, y la idea de lo privado funciona como un velo que cubre la tragedia.

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Aceptar que "es un tema entre ellos" es negar que estos casos son parte de un problema social. Cada hecho refleja nuestra incapacidad colectiva para intervenir a tiempo, prevenir, contener o simplemente escuchar. Y mientras la institucionalidad minimiza estos hechos como "asuntos domésticos", las tragedias se repiten.

El cobro se ejecuta en la mesa familiar

No todos los ajustes de cuentas provienen de bandas criminales o enemigos externos. A veces, el cobro se ejecuta en la mesa familiar, entre hermanos, padres o hijos.

Cuando los lazos afectivos se rompen y la justicia no llega, algunos creen tener derecho a imponerla por mano propia. Y lo hacen de la forma más cruel: desde adentro, desde donde debería haber cuidado.

Comprender que la violencia puede habitar en el corazón del hogar no es solo clave para entender estos crímenes: es el único camino para evitarlos.

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