Análisis

Violencia de género y barrabravas: La raíz machista que une dos "epidemias" argentinas

El criminólogo Eduardo Muñoz analiza el accionar de los barrabravas y su energía discriminatoria y agresiva.

Eduardo Muñoz
Criminólogo. Autor del libro "El Género de la Muerte". Divulgador en medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad. linkedin.com/in/eduardo-muñoz-seguridad IG: @educriminologo

¿Qué tienen en común el agresor que grita y golpea puertas en su casa y el hincha violento que desata una batalla campal en una tribuna? A simple vista, parecen mundos distintos. 

Sin embargo, ambos reproducen una misma lógica: una masculinidad hegemónica que necesita dominar, controlar y someter para afirmarse.

Desde la criminología, es posible trazar un paralelismo entre la violencia de género y la violencia en el fútbol argentino. Aunque ocurren en espacios diferentes, comparten una raíz común: la naturalización de la agresividad como forma de validación de la identidad masculina.

¿Por qué el control sostiene la violencia?

En los casos de violencia de género, el objetivo del agresor no se limita a lo físico. Busca ejercer un control simbólico y total sobre la vida, el cuerpo y las decisiones de su pareja. 

La violencia funciona como un mecanismo sistemático de sometimiento, sostenido por el miedo, la desigualdad estructural y la percepción de impunidad.

En el universo de las barrabravas, esta lógica se replica: control territorial, dominio sobre la tribuna, negocios paralelos y un uso estratégico del miedo para imponer autoridad. La violencia no es impulsiva ni desorganizada; es una herramienta funcional dentro de estructuras jerárquicas donde se premian la obediencia, la intimidación y la lealtad violenta.

Impunidad: el combustible de la violencia estructural

La impunidad refuerza y perpetúa ambos tipos de violencia. En el ámbito doméstico, la lentitud judicial, la revictimización y el silencio social envían un mensaje claro: se puede agredir sin consecuencias. 

En el mundo del fútbol, la complicidad política, policial y dirigencial crea un ecosistema donde la barra brava actúa por fuera de la ley, amparada por un pacto de protección y silencio.

Esta percepción de invulnerabilidad es un factor criminógeno en sí mismo. El agresor que no teme a las consecuencias tiene más probabilidades de reincidir, y en contextos colectivos como las hinchadas, la violencia se multiplica por el efecto contagio.

Masculinidad tóxica: raíz común

Ambas violencias se alimentan de una masculinidad tóxica que exalta la fuerza, el dominio y la represión emocional. En este modelo, mostrar sensibilidad es un signo de debilidad, y ejercer la violencia, una forma de reafirmar el poder.

Para muchos agresores de género, esa visión de "hombría" se traduce en un supuesto derecho a controlar a la mujer. En las tribunas, el grupo ofrece un espacio donde esa lógica se amplifica: la pertenencia se gana a través del miedo, la agresión y el desprecio por lo vulnerable. El consumo de alcohol y drogas actúa como un desinhibidor que potencia estos comportamientos.

Repensar la masculinidad para prevenir la violencia

Es urgente desarmar este modelo que sostiene la violencia como forma válida de ser hombre. No alcanza con intervenir luego de los hechos consumados; es necesario prevenir desde la raíz: repensar las masculinidades, invertir en educación emocional, fortalecer los mecanismos institucionales de protección y romper con los pactos de silencio.

Mientras la agresividad siga siendo sinónimo de hombría, ni las casas ni los estadios serán espacios seguros. La transformación no es solo posible: es indispensable. Y debe ser colectiva.

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