Algunas pistas sobre nuestros errores en educación
Un resumen en cuatro fragmentos realizado por Isabel Bohorquez.
Antes de comenzar, quiero hacer una salvedad respecto a mis textos de los domingos en el Memo de Mendoza: escribo con la convicción de que quienes lean, expertos en temas educativos o no, podrán anclar en algún párrafo y allí encontrar algo de valor para sus propias reflexiones. Siempre muy agradecida con quienes le dedican su tiempo, me he encontrado con muchos comentarios, especialmente de docentes, que comparten mis preocupaciones y que también llevan años "buscándole la vuelta".
Ojalá como país nos demos esa oportunidad, la de discutir, intercambiar y "buscarle la vuelta" a la encrucijada del "no aprenden" para encontrarnos unidos tras las pistas de nuestros errores que nos permitan superar nuestros fracasos.
Hoy se ha instalado la expresión "tragedia educativa" y estamos girando en círculos alrededor de los datos negativos, pero aún no nos hemos puesto en movimiento para cambiar algo al respecto y hacerlo juntos, como sociedad responsable de nuestros niños y nuestros jóvenes, de nuestro presente y de nuestro futuro. Yo veo más que nada slogans de cambio. Discursos respecto a la necesidad del cambio, pero no vislumbro la puesta en marcha de un debate que debe incluir a todos los docentes, a todas las comunidades, a la gente.
Con relación a los docentes que me comentan o escriben sobre los textos publicados, quiero especialmente dedicarles mi aprecio y mi respeto porque sé que ponen y han puesto todo el corazón en su profesión. Y aunque sabemos que hay docentes indiferentes o que no están a la altura de su rol, como en todas las profesiones, la gran mayoría es inmensamente feliz cuando las cosas salen bien en el aula, sus alumnos aprenden y el esfuerzo ha valido la pena. Todos ellos tienen mucho para decir en este debate tan postergado sobre nuestros errores en educación y cómo resolverlos.
Pienso este resumen, como un repaso y como mi propia guía interior para buscar un horizonte de debate y aquí se los comparto.
Fragmento 1: Verdades y prejuicios sobre la educación tradicional.
La educación tradicional se ha conceptualizado de muchas formas: se consideró así a la educación clásica, aquélla proveniente del pensamiento griego (valores trascendentales que se orientan a la verdad, la bondad y la belleza) con aprecio por el pensamiento crítico basado en el conocimiento de las artes, la literatura, la historia y la filosofía; también a la educación enciclopedista, proveniente del iluminismo europeo del siglo XVIII que asumió la búsqueda de las verdades del universo a través de la ciencia y la razón, a la vez que liberar a la gente de la ignorancia y generar progreso a través del conocimiento que debía ser el máximo posible; y a la educación industrializada, proveniente de la revolución industrial del siglo XIX, masiva, se propuso llegar a la mayoría de la población, estandarizada para obtener resultados similares en grandes grupos de alumnos, análoga a una fábrica de conocimientos organizados en módulos, con una inclinación por las habilidades prácticas y técnicas porque el énfasis estuvo puesto en la formación para el trabajo... y ya durante el siglo XX se llegó a denominar educación tradicional a la proveniente del conductismo para distinguirla del constructivismo (cuestión errónea que planteamos como un falso dilema)...si nos detenemos aquí, podemos reconocer -en este escaso y recortado recorrido- algunos aspectos que aún hoy son valiosos y necesarios en la formación integral. ¿Todo lo que proviene de la educación tradicional es negativo, autoritario, incluso represivo, aburrido, mecanizado y alejado de los intereses de los niños y los jóvenes? Creo que no. Sólo que no supimos avanzar hacia una educación en nuestro siglo y en nuestro contexto que integrara esos aspectos valiosos de las concepciones tradicionales, también fruto de su tiempo, para materializarlos en una propuesta superadora. Inclinamos la balanza, juzgando lo tradicional como malo y le dimos la espalda.
Fragmento 2: La Psicologización de la Pedagogía
Cuando la Psicología (durante el siglo XIX/XX) fue abriéndose camino como disciplina científica, abarcó diferentes aspectos de la vida de las personas: su conducta visible y consciente, su motivación, su voluntad, su capacidad de adaptación y de respuesta al medio; su vida intrapsíquica, inconsciente, simbólica; su evolución socio-afectiva, sexual, cognitiva; la conflictividad inherente al desarrollo humano y las posibilidades sanas/enfermas del proceso de crecimiento, etc.; y todo ello, golpeó las puertas de la escuela. La psicología amplió el panorama de comprensión de los niños y jóvenes al punto tal que la tarea docente se reformuló a partir de esta influencia, como una tarea de contención y de acompañamiento de los procesos evolutivos y propios de la edad de los niños y jóvenes; procesos que sucederían lo mismo sin la intervención del docente. El docente pasó a ser un guía más que un instructor o un impartidor de enseñanza y en ese papel surgió una demanda mayor (y diferente) a la de enseñar, pero no se pudo definir claramente el lugar que ocuparía el cuerpo de conocimientos y habilidades preestablecidos en el currículum en ese nuevo rol así el modo de desenvolverse en el papel de enseñante. Comenzó una época difusa para los docentes que empezaron a agobiarse frente a una serie de demandas sociales que se asumieron desde la bandera de la contención y el bienestar de los estudiantes en desmedro del esfuerzo y del mérito. Polarización que nunca debiera haber sucedido. Los beneficios de una mayor comprensión de los procesos evolutivos y subjetivos, así como de las necesidades de nuestros niños y adolescentes, podrían haber enriquecido la tarea pedagógica sin disminuirla ni subordinarla.
Fragmento 3: Entre el directivismo positivista y el espontaneísmo pedagógico antiautoritario: en el medio los métodos aplicados en la escuela
Diferentes influencias (del siglo XIX particularmente y en adelante) fueron conformando lo que podríamos resumir bajo el término direcvitismo positivista en educación. Esa corriente se basó en un mayor conocimiento de la psicología infantil y se centró en un trabajo riguroso por seguir paso a paso cada propósito pedagógico por lo que la formación docente estuvo muy dedicada a los métodos de enseñanza. El camino del espontaneísmo pedagógico, como una respuesta a la rigidez y a la imposición de la que acusó a las didácticas positivistas, se trazó a partir de la convicción de que los aprendizajes suceden fundamentalmente desde dentro del alumno, sobre la base del ejercicio de la propia libertad e interés (de allí la espontaneidad) por aprender y propuso la anti-didáctica. Mientras que el positivismo dirigía cada elemento que componía el proceso de enseñanza-aprendizaje, el espontaneísmo postuló que sólo la libertad de trabajo, la acción y la expresión, podrían dar las condiciones necesarias para el desarrollo. El deterioro por lo metódico impactó directamente en la capacidad de los docentes para afrontar la vida cotidiana en el aula, ya que ni se trataba de fomentar la rigidez, así como tampoco de cercenar la libertad y creatividad, sino de encontrar el modo de enseñar impulsando a los niños y jóvenes a creer en sí mismos y en el otro, aprendiendo con confianza y en un marco de aceptación, pero también de rigurosidad metodológica, científica y cultural. No era lo uno o lo otro. Ese equilibrio, esa integración de perspectivas no ha sucedido aún y los resultados negativos son un reflejo de esa ausencia. Ya comentamos respecto al aprendizaje de la matemática, lo lamentable de desaprovechar las capacidades propias de nuestros niños y jóvenes respecto al pensamiento matemático que están allí, palpitando en el aula, pero que requieren de un trabajo metódico, de un lenguaje específico (los números, las operaciones, los términos, las fórmulas) para alcanzar la comprensión y el aprendizaje deseado. Solos no pueden y si son pobres o están en desventaja, menos pueden... ¿qué ejercicio de libertad es esa?
Fragmento 4: La información y la tecnología versus el conocimiento y el esfuerzo
Al finalizar el siglo XX, las certezas que tuvimos sobre el conocimiento, la búsqueda de verdades (filosóficas y científicas) así como lo que se podía considerar indispensable para la trasmisión de una generación a otra a través de la educación, parecieron derrumbarse. Se comenzó a plantear que los conocimientos mutan, cambian vertiginosamente, que los aprendizajes memorísticos no tienen ningún sentido, que aquello que ya puede resolver un dispositivo (como una calculadora por ejemplo para hacer una división) no tiene ninguna finalidad útil hacer el esfuerzo de aprenderlo, que la escuela comenzó a quedarse afuera de su tiempo y que lo que podía realmente importar e interesar no se hallaba dentro del universo escolar. Decayó el interés por la precisión conceptual, por aprender con detalle un mapa o una línea de tiempo histórica, ya que, si lo buscas en Google o con la IA, te aparece todo...los docentes se sintieron menos que una aplicación de celular y también enseñaron menos en ese adormecimiento de que el conocimiento (tan valorado por la racionalidad moderna que vio nacer al método científico) no tenía el valor ni la importancia que en otros tiempos. Esa anestesia fue mortífera y hoy se ven los resultados de ese empobrecimiento que siempre golpea a los que menos tienen y menos pueden acceder...Este mismo menosprecio de los conocimientos generó lo que dio en llamarse el minimalismo didáctico, donde siempre resulta mejor lo poco, lo breve, lo que destierra los conocimientos que considera prescindibles para optar por lo más significativo... (nuestros textos de estudio escolares son un triste reflejo de ello). Aquí también se trató de un falso dilema que degradó además las posibilidades de un mayor desarrollo para los niños y jóvenes. El conocimiento y el esfuerzo por aprender algo, son fecundas herramientas (poderosas) para la vida de las personas. Google siempre estará a mano, pero lo que nosotros podemos pensar por sí mismos nos da auténtica libertad.
Aquí no termina la cuestión, solo hacemos un alto para continuar.