No todo está arreglado: las encuestas profesionales también existen (y son clave)
El analista Rubén Zavi pone en foco un tema siempre en el tapete: "El encuestador que acomoda resultados no solo pone en riesgo su ética profesional, sino también el valor de su producto".
Desde que la política es política -desde que el poder se organiza, se disputa y se ejerce- los gobernantes buscaron formas de medir el humor social. En el pasado, lo hacían a través de intuiciones, rumores de pasillo o el contacto directo con su entorno inmediato. Pero hoy contamos con algo mucho más preciso: las encuestas de opinión pública.
Y es que una encuesta bien diseñada no es solo una foto del presente, es un mapa estratégico.
Sirve para anticipar escenarios, comprender demandas sociales, evaluar la imagen de un dirigente o la eficacia de una política pública. En contextos electorales, es una herramienta
clave para segmentar públicos, testear mensajes, ajustar discursos y optimizar recursos. En la gestión, permite detectar alertas tempranas o decidir hacia dónde orientar una política pública.
Pero no todas las encuestas son iguales.
¿Publicidad o herramienta técnica?
Uno de los mayores problemas en los últimos años ha sido la proliferación de encuestas hechas más para instalar climas que para comprender la realidad. Algunas consultoras se han convertido en agencias de publicidad encubiertas, vendiendo datos que simplemente complacen al cliente o buscan titular en los medios.
Esta dinámica erosiona la confianza pública y perjudica a quienes trabajamos con rigor metodológico. Porque cuando se desdibuja la frontera entre lo técnico y lo político, lo primero que se pierde es la credibilidad.
El encuestador que acomoda resultados no solo pone en riesgo su ética profesional, sino también el valor de su producto. Porque una mala encuesta no es solo un mal dato: es una mala decisión esperando ocurrir.
Tipos de encuestas: ¿por qué arriesgarse con una presencial?
Hay múltiples tipos de encuestas: telefónicas automáticas, online, telefónicas con operador, por WhatsApp, presenciales. Cada una tiene sus ventajas y limitaciones. Pero si hay algo que resiste el paso del tiempo, es la potencia de las encuestas presenciales.
¿Por qué? Porque permiten representar con mayor fidelidad a los sectores más difíciles de captar: personas de bajo nivel educativo, sin conectividad o con menor predisposición a responder por medios digitales. Son más caras, sí, pero también mucho más confiables cuando se diseñan bien. Y en política, la confiabilidad es una inversión, no un lujo.
En una nota publicada por Ámbito Financiero, el consultor Dionisio Bosch detalla que un estudio serio de 1.200 casos presenciales puede rondar entre 6 y 12 millones de pesos, dependiendo la provincia, la logística y el equipo profesional involucrado. Son cifras que obligan a elegir con criterio, pero que también marcan la diferencia entre hacer política con intuición o con información.
¿Cómo leer una encuesta?
Hay algo esencial que cualquier dirigente, periodista o ciudadano debe saber al leer una encuesta: mirar la ficha técnica. Allí está la clave para distinguir entre un estudio riguroso y una operación de prensa.
Una encuesta seria debe informar:
Universo (¿a quiénes se encuestó?),Tamaño muestral,Margen de error,Fecha de recolección de datos,Método de recolección,Diseño muestral,Responsable técnico y consultora.Si la ficha técnica no está o es incompleta, desconfíe. Porque una encuesta sin ficha técnica es como una medicina sin etiqueta: puede parecer eficaz, pero no sabemos qué contiene ni quién la hizo.
Responsabilidad ética.
En tiempos donde todo se mide, donde cada dato compite por atención, donde el clic vale más que el contenido, defender la buena práctica encuestadora no es solo una responsabilidad técnica. Es también un compromiso ético con la política, la ciudadanía y el futuro.
Porque gobernar sin escuchar es un riesgo. Pero gobernar con los oídos tapados por encuestas falsas es directamente una irresponsabilidad.