Opinión

No hay vacuna contra la estupidez

El análisis y opinion de Jorge Fontana.

Jorge Fontana

"El problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo, mientras que los inteligentes están llenos de dudas". Bertrand Russell (1872-1970)

El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, en el contexto del ascenso del nacionalsocialismo, desarrolló una Teoría de la Estupidez, en la que intenta comprender los mecanismos de pensamiento que hacían posible la negación masiva de las visibles atrocidades del régimen nazi. Bonhoeffer afirmaba allí que la estupidez no era un una incapacidad individual de pensar con claridad, sino un fenómeno social, colectivo. No es falta de inteligencia, sino una renuncia voluntaria al pensamiento crítico.

En la génesis de la estupidez se encuentra el miedo, pero también la necesidad de ser parte de algo, de sentirse incluido en algún colectivo de personas que piensan igual. Además, existe la necesidad de confirmación personal, ya que estos colectivos suelen autopercibirse como "los despiertos", "los que no temen al poder". Viven una fantasía de libertad de pensamiento, cuando en realidad es todo lo contrario: practican una adhesión acrítica a consignas, una obediencia ciega a narrativas simplistas y maniqueas, las cuales forman parte de un pensamiento grupal y colectivo. Pero no se trata de una actitud pasiva, un dejarse manipular sin resistencia, se trata más bien de una actitud activa, una decisión irreductible de adscribir a ciertas ideas y relatos, y una renuncia voluntaria al pensamiento profundo y la investigación.

La estupidez se ha asociado históricamente a los fenómenos de masa: el "hombre masa" de Ortega y Gasset es alguien que está seguro de todo (como el destinatario de la cita de Bertrand Russell que encabeza esta nota), y no necesita escuchar, aprender: "¿Para qué oír, si ya tiene dentro cuanto le hace falta?" se preguntaba el filósofo español en "La Rebelión de las Masas".

Las redes sociales han consagrado un nuevo tipo de hombre-masa, y con él, un nuevo tipo de estupidez: la de aquél que adscribe a teorías conspirativas de todo tipo, y siente que al hacerlo está accediendo a una verdad oculta a las mayorías, y por lo tanto poniéndose un escalón más arriba que el resto de los mortales. Para agravar las cosas, los algoritmos fortalecen esa percepción, ofreciéndole al estúpido más información que confirma sus tópicos, prejuicios, ideas sueltas y razonamientos arbitrarios, solidificándolos. Así, las redes se han visto pobladas de personas que niegan el viaje a la Luna, que creen que la Tierra es plana, que aseguran que el clima está siendo manipulado... todas ellas estúpidas en diverso grado, y también en diverso grado, inocuas.

Pero no todas las estupideces son inocuas, algunas pueden traer consecuencias nefastas, no sólo para quienes las sostienen y practican, sino para la sociedad toda.

El 7 de agosto pasado los mendocinos nos encontramos con la noticia de que el gobierno provincial endurecería las sanciones contra los padres que se negaran a vacunar a sus hijos. La resolución 2572 del Ministerio de Salud y Deportes establece multas y otros castigos para aquellos "padres o madres, tutores o tutoras, curadores o curadoras, guardadores o guardadoras, representantes legales o encargados o encargadas de niños, niñas, y adolescentes" que expresaran su negativa a aplicarles el plan de vacunación obligatorio a los menores a su cargo. Los portales en los que se publicó la noticia, ya sea de medios nacionales como locales, se llenaron de comentarios en contra de la medida.

Se podían leer en esos comentarios preñados de estupidez alusiones al grafeno, a metales pesados y otros elementos que contendrían las vacunas y que (para ellos sin ninguna duda) provocarían autismo. Obviamente, ninguno puede demostrar nada, ni lo intenta: se limitan a repetir de manera acrítica cosas que leyeron u oyeron por ahí.

A partir de la pandemia de COVID-19, que obligó a generar vacunas contrarreloj (muchas de ellas "flojas de papeles") la paranoia de los antivacunas creció, o encontró la justificación que estos paranoicos venían buscando. Es notable como muchos de los comentarios contrarios a la resolución del Ministerio de Salud y Deportes provienen de esa confusión (ya sea basada en la ignorancia o la mala intención) entre aquellas vacunas creadas y difundidas de apuro en un contexto de epidemia, y las incluidas en el calendario oficial, de probada eficacia para la prevención de enfermedades. (Aquí es necesario hacer un paréntesis para aclarar cuáles son las vacunas obligatorias según la Ley Nacional N° 27.941: las incluidas en el Calendario Nacional de Vacunación, las recomendadas por la autoridad sanitaria para grupos en riesgo y las indicadas en una situación de emergencia por epidemia).

Otro fenómeno (a mi modo de ver más preocupante), es el de quienes basan su postura en una supuesta "libertad individual" que los lleva a rechazar cualquier imposición proveniente del Estado. Esta actitud ideológica es más grave que la mera ignorancia, porque implica un profundo e irreductible desprecio por todo aquellos que se relacione con la solidaridad, la responsabilidad, la vida en sociedad. Los cultores de este individualismo frívolo, acrítico y grosero creen estar sosteniendo una declaración de principios, cuando en realidad sólo están haciendo gala de una patética y notoria estupidez, minuciosamente adquirida por el consumo de teorías conspirativas en las redes, y fortalecida por discursos provenientes desde las más altas esferas del poder político. La estupidez encuentra entonces una justificación ideológica, volviéndose sólida e irreversible.

Es inútil intentar razonar con los antivacunas. Como todo estúpido, estos personajes son inmunes (paradójicamente) a cualquier argumento basado en estadísticas e informes científicos, e incluso a datos empíricos accesibles para cualquier persona que conserve al menos trazas infinitesimales de sentido común: ya nadie ha visto enfermos de poliomielitis, parotiditis o tos convulsa, nadie ha visto morir gente de tétanos, de difteria y mucho menos de viruela, enfermedad erradicada gracias a las vacunaciones masivas. Nadie ha visto hoy a embarazadas con aborto espontáneo a causa de la rubeola, o a personas con discapacidades producto del síndrome de rubéola congénita. La incidencia de muchas enfermedades cuyas vacunas se encuentran desde hace años en el calendario oficial se ha reducido casi a cero, mientras que otras incluidas recientemente están empezando a demostrar eficacia (por ejemplo, la del rotavirus, enfermedad que hizo estragos hace una década y media y hoy ha reducido su incidencia en un 50%).

Decía Ortega que al ‘hombre-masa' no le preocupa nada más que su bienestar y, a la vez, es insolidario con las causas de ese bienestar, por lo que muestra una radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia. Todos los antivacunas han recibido vacunas, y por eso están vivos y sanos, pero en lugar de defender las causas de su bienestar, lo aprovechan para elaborar sus ridículas teorías conspirativas.

Decía Bonhoeffer que la estupidez como fenómeno social y colectivo es extremadamente peligrosa, porque es capaz de tolerar, sostener e incluso generar atrocidades como el nazismo. Su engendro más reciente es el movimiento antivacunas, enfermedad social que amenaza con convertirse en epidemia y para cual -por ahora- no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de encontrar un medio de inmunización.