Cuando el termómetro político avisa: la abstención puede llegar desde el voto joven
En la política argentina, el voto joven siempre ha sido un termómetro de época. Fue motor de movilización con Néstor y Cristina Kirchner, y volvió a ser decisivo en 2023 con la irrupción libertaria. Hoy, las encuestas advierten que este electorado, menos polarizado y más volátil, podría convertirse en foco de abstención si la comunicación política no logra reconectar. El análisis de Rubén Zavi.
En las presidenciales de 2023, el voto joven irrumpió con una potencia pocas veces vista. No era la primera vez: durante el kirchnerismo, tanto con Néstor como con Cristina Fernández de Kirchner, la juventud se convirtió en símbolo de militancia y compromiso, marcando el pulso de la agenda pública. En aquel entonces, fue motor de expansión y defensa de políticas inclusivas. En 2023, con códigos y demandas distintas, volvió a demostrar su capacidad para cambiar el tablero electoral.
Pero las últimas mediciones advierten que ese capital político puede diluirse. La encuesta local en Ciudad de Mendoza muestra que, si bien los jóvenes de 18 a 30 años mantienen un peso importante en espacios como La Libertad Avanza + Cambia Mendoza, también crece la opción "Ninguno" y se diversifican las preferencias hacia otras fuerzas o alternativas no tradicionales.
Según datos de mi consultora, el 38% de quienes eligen "Ninguno" tiene entre 16 y 31 años, lo que refuerza la alerta sobre el riesgo de abstención en este segmento clave.
A nivel nacional, el estudio de Vox Populi refleja que este grupo etario presenta un Índice DIPA (polarización afectiva) más bajo que los mayores, junto con señales de enojo moderado y fragmentación en temas clave. Además, un dato preocupante es que muchos jóvenes señalan el desconocimiento de los actores políticos como motivo para no involucrarse, lo que evidencia una brecha entre el sistema político y su capacidad para generar identificación en las nuevas generaciones.
El descreimiento no surge en el vacío: buena parte de estos jóvenes han crecido en democracia avanzada, pero han sido testigos de corrupción, aumento de la pobreza, políticos enriquecidos, procesados y encarcelados, junto a una marcada falta de empatía frente a problemas ecológicos y laborales. A esto se suma un discurso de incivilidad que atraviesa a ambos lados de la grieta, reforzando el cansancio y el desapego político. También pesan los cambios recurrentes en los sistemas electorales y la ausencia de un calendario unificado, decisiones tomadas más por conveniencias partidarias que por un criterio social o institucional, lo que contribuye a una mayor desconexión ciudadana.
¿Qué dice la encuesta en Ciudad que respalda a Ulpiano Suarez y la alianza entre Cornejo y Milei?
La tendencia a la desafección electoral entre los jóvenes no solo se expresa en la opción "Ninguno" o en el desconocimiento de actores políticos, sino también en una visión más pragmática -y menos institucionalista- de la democracia. Según una encuesta nacional de Creencias Sociales (Pulsar.UBA, junio 2025), el 40% de los jóvenes de 18 a 29 años cree que si un gobierno democrático no da soluciones debería ser reemplazado antes de terminar su mandato, un porcentaje mayor al de las franjas adultas. Este dato revela que, para una parte importante de la juventud, la legitimidad del sistema se mide más por la capacidad de respuesta que por la duración de los mandatos. Es una señal de alerta para la estabilidad institucional: si la democracia no se traduce en soluciones concretas, corre el riesgo de perder su valor como marco de convivencia, potenciando la abstención y el desapego hacia las reglas del juego.
El riesgo no es solo perder su voto, sino que decidan no votar.
Y para evitarlo, los políticos deberían escuchar con atención qué preocupa realmente a este sector. Diversos estudios internacionales y nacionales coinciden en que los temas que marcan su agenda son:
Empleo y calidad laboral: acceso al primer trabajo, programas de formación y oportunidades reales para emprender.
Salud mental: aumento de la ansiedad y depresión juvenil, y falta de políticas públicas que acompañen.
Educación superior pública: preocupación por la continuidad de universidades y becas frente a recortes presupuestarios.
Vivienda: dificultades para alquilar o acceder a la primera casa.
Cambio climático: interés alto en acciones concretas de transición energética y empleo verde.
Economía digital: formalización de trabajos en plataformas y capacitación tecnológica.
No basta con incluir estos puntos en un discurso: deben convertirse en políticas visibles y medibles. La comunicación política efectiva con los jóvenes no es para improvisados: requiere el trabajo de expertos que entiendan cómo diseñar mensajes segmentados, construir narrativas creíbles y mantener una presencia constante en los canales que consume este electorado. No se trata de aparecer solo en campaña, sino de sostener un vínculo que genere confianza y sentido de representación.
No todo está arreglado: las encuestas profesionales también existen (y son clave)
Este panorama abre preguntas de fondo: ¿estamos asistiendo a la ruptura del contrato social que describía Jean-Jacques Rousseau, basado en el consentimiento de los gobernados? ¿Qué rol tendrá la democracia en unos años si la desafección se profundiza? Lo cierto es que esta tendencia ya convive con un sistema de partidos roto, fragmentado y con dificultades para sostener proyectos colectivos duraderos, algo que he señalado en análisis anteriores.
El voto joven no es solo un número en las encuestas: es un termómetro social que anticipa cambios de ciclo. Ignorar sus señales puede transformarlo de motor electoral en epicentro de una ola de abstención silenciosa, con impacto directo en el resultado de las próximas urnas.