Historia

Dos generaciones y un mismo ideal, la libertad: San Martín y Alberdi en Francia

Daniel Pereyra relata aquí un encuentro entre José de San Martín y Juan Bautista Alberdi en Francia, de acuerdo con el relato del creador de la Constitucion.

Daniel Pereyra

El 29 de agosto de 2020, el Instituto Nacional Sanmartiniano publicó en su sitio web una nota titulada "El General San Martín en 1843 por Juan Bautista Alberdi".

Me ha parecido oportuno en este 17 de agosto, fecha en que evocamos la memoria del Libertador, rescatar lo que Alberdi escribió sobre él. 

Se trata de un testimonio elocuente que nos permite vislumbrar la figura y el espíritu del San Martín de aquellos años.

El encuentro

En la mañana del primero de setiembre de 1843 en la casa de Manuel José de Guerrico este se levantó exclamando: ¡El General San Martín! Imaginen la sorpresa de un joven de 33 años al ver al libertador en persona. San Martín tenía 65 años. Emociona solo pensarlo. Me pare lleno de agradable sorpresa a ver la gran celebridad americana. Sobre la puerta del ingreso a la casa de Guerrico estaban destinadas todas las miradas. Entró, por fin, con su sombrero en la mano, con la modestia y apocamiento de un hombre común. Alberdi lo describe como un hombre un poco más alto que los hombres de mediana estatura, de color moreno, delgado y especifica me llamó la atención su metal de voz notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llaneza de un hombre común. Al ver el modo cómo se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así.

La salud del Libertador

Es importante señalar que este encuentro se produce siete años antes de la muerte del general y Alberdi describe su salud en ese momento diciendo Yo había oído que su salud padecía mucho, pero quedé sorprendido al verle más joven y más ágil, que todos cuantos generales he conocido de la guerra de nuestra independencia, sin excluir al general Alvear, el más joven de todos. El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción y se cura con sólo ponerse en movimiento.

La imagen del prócer

En el retrato que Juan Bautista Alberdi dejó del Libertador se percibe el respeto hacia su figura histórica. La descripción del rostro del prócer, tal como lo vió un joven Alberdi, tiene detalles que nos dan una idea acabada del hombre real.

Su bonita y bien proporcionada cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos hoy casi totalmente; no usa patilla ni bigote a pesar de que hoy los llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos. Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete, sin embargo, una inteligencia clara y despejada; un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente., cada vez que se abren sus ojos llenos aún del fuego de la juventud. La nariz es larga y aguileña; la boca pequeña y ricamente dentada, es graciosa cuando sonríe; la barba es aguda. Estaba vestido con sencillez y propiedad, corbata negra atada con negligencia, chaleco de seda negro, levita del mismo color, pantalón mezcla celeste, zapatos grandes.

El acento y los idiomas del General

Solemos preguntarnos cómo era su voz y qué acento tenía después de tantos años en Europa. Alberdi nos da una respuesta pintoresca revelando no solo la entonación del Libertador, sino también su espontaneidad y sentido del humor al alternar distintos idiomas.

No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América, coetáneos suyos. En su casa, habla alternativamente el español y el francés y muchas veces mezcla las palabras de los dos idiomas, lo que le hace decir con mucha gracia, que llegará el día en que se verá privado de uno y otro o tendrá que hablar un "patois" de su propia invención.

Hacia la casa del Libertador

Mariano Balcarce, esposo de Merceditas y amigo de Alberdi lo invita a pasar un día de campo en Gran Bourg. Asistió con su amigo Guerrico. Para esa ocasión Alberdi viajaría por primera vez en tren. Tal fue su impresión e impacto que señaló al respecto los árboles y edificios que se encuentran en el borde del camino, parecen pasar por delante de la ventana del carruaje con la prontitud del relámpago, formando un soplo parecido al de la bala.

La casa del General San Martín, está circundada de calles estériles y tristes que forman los muros de las heredades vecinas. Se compone de un área de terreno igual, con poca diferencia, a una cuadra cuadrada nuestra, el edificio es de un solo cuerpo y dos pisos altos. Sus paredes blanqueadas con esmero, contrastan con el negro de la pizarra que cubre el techo, de forma irregular. Una hermosa acacia blanca da su sombra al alegre patio de la habitación. El terreno que forma el resto de la posesión está cultivado con esmero y gusto exquisito: no hay un punto en que no se alce una planta estimable o un árbol frutal. Dalias de mil colores, con una profusión extraordinaria, llenan de alegría aquel recinto delicioso.

Los recuerdos de la gloria

Todo en el interior de la casa, respira orden, conveniencia y buen tono. La digna hija del General San Martín, la señora Balcarce, cuya fisonomía recuerda con mucha vivacidad la del padre, es la que ha sabido dar a la distribución doméstica, de aquella casa, el buen tono que distingue su esmerada educación. El General ocupa las habitaciones altas que miran al norte. He visitado su gabinete lleno de la sencillez y método de un filósofo. Allí, en un ángulo de la habitación descansaba impasible, colgada al muro, la gloriosa espada que cambió un día la faz de la América occidental. Tuve el placer de tocarla y verla a mi gusto; es excesivamente curva, algo corta, el puño sin guarnición... A su lado estaban también las pistolas grandes, inglesas, con que nuestro guerrero hizo la campaña del Pacífico. Vista la espada, se venía naturalmente el deseo de conocer el trofeo con ella conquistado. Tuve, pues, el gusto de examinar muy despacio, el famoso estandarte de Pizarro, que el Cabildo de Lima regaló al General San Martín, en remuneración de sus brillantes hechos.

Abierto completamente sobre el piso del salón, le vi en todas sus partes y dimensiones. ¿Quién sino el General San Martín debía poseer este brillante gaje de una dominación que había abatido con su espada? Se puede decir con verdad que el General San Martín es el vencedor de Pizarro: ¿a quién, pues, mejor que al vencedor, tocaba la bandera del vencido?

La modestia del Titán

Juan Bautista Alberdi apodó a San Martín el "Titán de los Andes", no solo por sus impresionantes logros militares, sino también por una cualidad que él consideraba superior a cualquier otro honor: la modestia. Con su increíble pluma lo detalló: la última enseña que hay que agregar a un pecho sembrado de escudos de honor, capaz de deslumbrarlos a todos, es la modestia. He aquí la manía, por decirlo así, del General San Martín; y digo la manía, porque lleva esta calidad más allá de lo que conviene a un hombre de su mérito.

El General rara vez, o nunca, hablaba de política y jamás traía a colación, ante personas ajenas, sus campañas de Sudamérica. Sin embargo, sí le complacía referirse a empresas militares...El General San Martín habla a menudo de la América, en sus conversaciones íntimas, con el más animado placer: hombres, sucesos, escenas públicas y personales, todo lo recuerda con admirable exactitud.

Me gusta imaginar que haríamos hoy si nos tocara despedirnos de nuestro prócer. Creo que la mayoría lo realizaríamos con un fraternal y emotivo abrazo. Es probable que algo semejante haya ocurrido en 1843 cuando Alberdi al ver que el General le extendía la mano para despedirse se levantó emocionado y...acepté y cerré con mis dos manos la derecha del gran hombre que había hecho vibrar la espada libertadora de Chile y el Perú.

En esas dos manos encerraba su admiración y respeto. Dos colosos se despedían.

La espada del General tal como la describió Alberdi.

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