Los audios se reenvían
Para mí es casi una norma que, por supuesto, nadie cumple. En mi casa, cuando alguien manda un audio, al terminar le recuerdo: los audios se reenvían. Escribe Laura Rombolí.
A menos que quieras que se viralice, deberíamos pensar un poco más antes de mandar un audio. Sé que es lo más cómodo cuando vamos caminando en pleno día y, encima, a cierta edad no ves o peor, tenés que detenerte para leer y responder. El audio te libera de todo eso y te permite no perder tiempo y hacer otras cosas mientras los haces.
Además, tiene ventajas innegables: no carga con la pesadez de una llamada telefónica, es ágil, rápido y, sobre todo, gracias al tono del interlocutor, entendemos mucho mejor qué nos quiere decir.
Pero lo que tiene de fácil lo tiene de peligroso. Es una gran tentación tener en nuestro poder audios comprometedores o, al menos, polémicos. Por algo existe la opción de reenviar: perfectamente podría no estar, pero ahí está.
El recorrido de los audios es casi mágico: las conversaciones empiezan con mensajes escritos, pero a medida que crece el entusiasmo, nos ponemos cómodos y basta con que uno se anime para que la charla se pase automáticamente a esa modalidad. Entonces nos desparramamos en el sillón y empieza la terapia.
Una cuestión de tiempo
En esos segundos se mide la capacidad que tenemos para resumir, contar o pedir algo. La duración de un audio habla de nosotros. Están los que mandan muchos, todos de 30 segundos (para eso, mejor, llamen directamente). También están los que no tienen problema en pasarse del minuto y llegar hasta tres: a esos no les importa nada; el objetivo no es que los escuches, solo quieren hablar y disfrutar de que, por supuesto, nadie los interrumpa.
Existen además los audios indescifrables, esos que solo los padres de un adolescente logran resolver. Y los de un adolescente que no llegan a los 20 segundos, con palabras cortadas y, siempre, mientras hacen otra cosa. Están también los galanes que ponen el celular lejos, como si fuera una cámara, para ponerse a reflexionar tranquilamente. Y ni hablar de los audios que llegan cargados de suspenso y generan tanta expectativa que uno termina gritándole al teléfono: "¡Dale, terminá de una vez!".
Y muchas veces, a esos audios -sean breves o eternos- llega la respuesta más desoladora: un "ok" frío y seco. A esa gente, señor, ¿qué les pasa?
El sistema es tan perverso que hasta te da la opción de adelantar, ideal para quienes todavía no logran dominar "el temita" de la ansiedad. Entonces nos acostumbramos a escuchar a todo nuestro entorno como un grupo de ardillitas fiesteras.
Todos tenemos audios que nos comprometen
Como un muerto en el placard, todos guardamos audios que podrían comprometer. Esos en los que hablamos de alguien o confesamos algo que jamás escribiríamos. Los audios se van, las palabras escritas quedan, y justamente ese es el tema: los audios van y vienen todo el tiempo. Podés estar completamente seguro de que alguno tuyo fue reenviado en algún momento. Es una regla que no falla.
Por eso debemos cuidar todo lo que decimos en voz alta frente a un aparatito, y tener presente que, por más confiable que sea el destinatario, siempre tendrá la tentación de hacer algo con lo que acaba de recibir. Es humano, demasiado humano.
Bueno, creo que ya hablé bastante de mí y capaz que estoy aburriendo. ¿Qué? ¿Ahhh, no me digas que entraste a esta nota por el tema que está en todos lados y no era lo que esperabas? Mil disculpas. No hay nada más por acá, pero bueno... cualquier queja, mandame un audio.