Análisis

Cómo la administración Trump puede aprovechar lo que está funcionando en la guerra contra las drogas

Brandan P. Buck dice que a pesar de su retórica acalorada, el presidente Trump y la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, han trabajado para reanudar la cooperación en la lucha contra el tráfico de drogas y la violencia de los cárteles.

Brandan P. Buck
Investigador de Política Exterior e historiador en el Instituto Cato y doctor en Historia por la Universidad George Mason

Según se informa, la administración Donald Trump ordenó recientemente al Departamento de Defensa que comenzara a utilizar la fuerza militar contra una serie de cárteles de la droga en México y otros lugares de América Latina. Como han argumentado varios expertos en seguridad nacional y especialistas en la materia, una mayor militarización, especialmente si es unilateral, no ganará la guerra contra las drogas. La Casa Blanca debería considerar mantener el rumbo de sus actuales esfuerzos diplomáticos, al tiempo que explora opciones por el lado de la demanda para frenar la crisis del fentanilo.

A pesar de su retórica acalorada, el presidente Trump y la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, han trabajado para reanudar la cooperación en la lucha contra el tráfico de drogas y la violencia de los cárteles. El Gobierno mexicano ha extraditado a Estados Unidos a dos oleadas de asociados de cárteles encarcelados, primero en febrero y luego de nuevo en agosto. Además, Sheinbaum ordenó previamente a las tropas de la Guardia Nacional Mexicana que se desplazaran a la frontera entre Estados Unidos y México y está colaborando con Estados Unidos en la vigilancia con drones. Por último, el 7.º Grupo de Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos ha reanudado su misión de entrenamiento y asistencia a los marinos mexicanos.

Estas iniciativas, en comparación con la perspectiva de una fuerza militar unilateral, tienen un costo diplomático considerablemente menor. Si la Casa Blanca quiere seguir siendo proactiva en la cuestión de los cárteles en América Latina, trabajar a través del Gobierno mexicano, por imperfecta que sea la solución, sigue siendo la mejor de muchas malas opciones.

Sheinbaum ha advertido en repetidas ocasiones que el uso unilateral de la fuerza militar por parte de Estados Unidos constituiría una línea roja para el Gobierno mexicano. La noción de soberanía es un tema especialmente delicado en México, dada la compleja historia del país con su vecino del norte. Aunque los escépticos en Estados Unidos pueden sentirse inclinados a descartar tales protestas, lo hacen por su cuenta y riesgo, ya que corren el peligro de socavar la relación bilateral necesaria para mitigar el problema de los cárteles.

Ya se han intentado antes iniciativas como las que podría emprender unilateralmente el ejército estadounidense. Las anteriores administraciones mexicanas llevaron a cabo su propia guerra total contra las drogas, matando o capturando a decenas de líderes de los cárteles y a miles de sus miembros. Los defensores de la acción unilateral de Estados Unidos no han logrado explicar cómo prevén que tales esfuerzos conduzcan al éxito estratégico, cuando los esfuerzos del Gobierno mexicano no lo han logrado. Por lo tanto, el uso de la acción militar estadounidense dentro de México supondría un riesgo diplomático significativo a cambio de una ganancia estratégica mínima.

Las medidas de interdicción, incluso si tienen éxito táctico y se llevan a cabo de forma bilateral, deben evaluarse con seriedad, ya que la historia de la guerra contra las drogas sugiere que las estrategias centradas exclusivamente en la oferta son ineficaces a largo plazo. Erradicar las fuentes de narcóticos ilícitos para limitar su consumo y la mortalidad por sobredosis ha sido, en el mejor de los casos, un juego de "golpear al topo".

Incluso en el mejor de los casos citado por los partidarios de una mayor intervención, el de Colombia, un examen más detallado revela resultados poco alentadores. A pesar de décadas de ayuda económica y coordinación directa bajo los auspicios del "Plan Colombia", este no logró frenar el flujo de cocaína hacia Estados Unidos.

La dinámica de la oferta es aún más desalentadora en el caso de un narcótico sintético como el fentanilo. Al ser fabricado en laboratorio, el fentanilo es más barato de producir, almacenar y transportar que las drogas tradicionales derivadas de la agricultura. Aunque atacar las raíces literales de la producción de amapola, marihuana o coca solía ser una tarea efímera, que acarreaba importantes costos ecológicos, la erradicación agrícola de estas drogas era, no obstante, una opción a disposición de los responsables políticos. Este no es el caso del fentanilo, ya que puede fabricarse a diferentes escalas de producción, a menudo en interiores y en zonas densamente pobladas, y por lo tanto libre de los modos tradicionales de detección.

Dadas estas diferencias en los métodos de producción, la interdicción podría lograr un éxito moderado en zonas menos sensibles desde el punto de vista diplomático, como la frontera entre Estados Unidos y México y el mar. Sin embargo, una vez más, la historia de la guerra contra las drogas no presenta un panorama alentador para la interdicción como panacea.

Dados estos retos y las dificultades históricas de la interdicción por el lado de la oferta y la persecución de las redes de cárteles, la Casa Blanca debería explorar opciones políticas para reducir la demanda y redoblar los esfuerzos de reducción de daños. Esas son las vías más prometedoras para salvar vidas en Estados Unidos. En este frente, hay señales tempranas alentadoras. Según las estadísticas del Gobierno de Estados Unidos, las muertes por sobredosis han disminuido más de un 25% en todo el país. Los elementos causales exactos de dicha reducción no están claros; sin embargo, algunos estados y localidades informan del éxito de los programas de reducción de daños, incluido el aumento de la disponibilidad del medicamento Narcan, que salva vidas. Las tendencias generacionales también son alentadoras, ya que la generación Z muestra una disminución aún mayor de las sobredosis relacionadas con los opioides.

Tanto si este descenso se debe a un aumento de la interdicción como al éxito de la reducción de daños, la tendencia es alentadora, sobre todo teniendo en cuenta que los defensores de la acción militar suelen argumentar que se han agotado todas las demás opciones políticas. Teniendo en cuenta estas tendencias internas, sería una locura embarcarse en una campaña militar unilateral. Si las muertes por sobredosis han disminuido y la cooperación mexicana ha aumentado, lo más sensato para la Administración Trump sería mantener su rumbo actual para no echar por tierra los progresos realizados.

Este artículo fue publicado originalmente en Los Angeles Times (Estados Unidos)