Murió Emilia Puceiro de Zuleta: 100 años de vida dedicados a la cultura
Tras recibir homenajes por su centenario de vida, la destacada académica Emilia Puceiro de Zuleta falleció este sábado en Buenos Aires.
Este sábado, falleció a los 100 años en Buenos Aires Emilia Puceiro de Zuleta, esposa del historiador y exrector de la UNCUYO Enrique Zuleta Álvarez, madre del jurista y politólogo Enrique Zuleta Puceiro y del periodista Ignacio Zuleta.
Sus restos serán despedidos con profundo dolor el domingo 28 de septiembre en el Cementerio Parque Los Cipreses, ubicado en Ramal Tigre 2125, Béccar, Provincia de Buenos Aires, a las 12 horas.
Emilia Puceiro de Zuleta, quien había celebrado su centenario en junio pasado, deja una huella imborrable en la vida cultural de Mendoza, de la Argentina e Hispanoamérica.
Su aporte académico, sus libros, y su incansable labor en tiempos en que la comunicación era limitada al intercambio epistolar y a largas horas de investigación en bibliotecas, la convierten en una figura ejemplar.
Nacida en Buenos Aires el 24 de junio de 1925, vivió en su infancia una experiencia que marcaría su sensibilidad cultural: un viaje a Galicia junto a su familia, donde permaneció dos años. Al regresar al país, recordaba con asombro haber sido testigo de la inauguración del Obelisco en 1936, del Congreso Eucarístico Internacional de 1934 y del duelo colectivo por la muerte de Carlos Gardel en 1935.
Su trayectoria, vasta y silenciosa, es recordada hoy como un símbolo de entrega, conocimiento y pasión por la cultura. En tiempos vertiginosos y proclives al olvido, su figura representa la memoria viva de una Argentina intelectual, rigurosa y comprometida con la transmisión de saberes.
El homenaje
A su turno, Jaime Correas leyó el discurso "Emilia de Zuleta, la pasión de enseñar y de vivir"Hernan Zenteno - La Nacion.
En la misma semana de su muerte, la Academia Argentina de Letras (AAL) le había rendido homenaje. Emilia Puceiro fue miembro honoraria de esa institución, eminente educadora y amiga de Julio Cortázar. El diario La Nación indicó que se trató de "un homenaje que revaloriza la profusa y sensible labor ensayística con que tendió puentes entre la tradición literaria española y argentina; su profundo compromiso docente y su gran aporte a la cultura hispanoamericana". El periodista y escritor mendocino Jaime Correas fue parte del acto de reconocimiento.
Durante el acto Rafael Felipe Oteriño, quiso recordar "los lazos" que Emilia "tendió hacia las generaciones más jóvenes", de las que él "alguna vez" fue parte, bromeó. Y subrayó "las dos caras de su personalidad: erudita y a la vez animosa, a favor de la vida", así como "la llama sagrada" que Emilia les legó: "El amor por la literatura y el amor hacia esta academia", que aún no alcanza la edad de la homenajeada, seis años mayor que toda la historia de la institución.
Antonio Requeni, otro académico que la recordó en la sala Leopoldo Lugones, llevó ante la audiencia a una Emilia "reivindicadora de las modernas letras españolas". "Para ella Pérez Galdós no era el Balzac español, sino Balzac el Pérez Galdós francés", afirmó, despertando risas ante los presentes, entre los que se encontraban Ignacio Zuleta, uno de los hijos de la homenajeada, y Paola Delbosco, directora de la Academia Nacional de Educación.
A su turno, Jaime Correas, académico correspondiente con sede en Mendoza, leyó el texto "Emilia de Zuleta, la pasión de enseñar y de vivir" y aportó su mirada como alumno de la reconocida educadora.
Es en Mendoza, justamente, donde una adolescente Emilia Puceiro -faltaba mucho aún para que se casara con el historiador Enrique Zuleta Álvarez y tuviera a sus cinco hijos- comenzó a estudiar Literatura. Tenía 17 años y la cita era en una novísima universidad, de tan sólo cuatro años de existencia, adonde conoció a Cortázar, por entonces escritor en ciernes y joven profesor que despertó su entusiasmo.
"De su boca escuchamos los primeros cuentos de su libro inicial, Bestiario", le contaría ella, en un encuentro, al propio Correas, sobre sus amistades. Vínculos profesionales pero íntimos a la vez, que incluyeron a figuras como Jorge Guillén, con quien mantuvo un intercambio epistolar que se extendió hasta la muerte del poeta.
"Emilia desde niña fue una lectora feroz, incansable y sutil" que supo manifestarse en dos modos, señaló Correas: "el crítico, el profesional al que ella re-humaniza contra las corrientes de moda" y "el personal, el íntimo, que se animaba a llevar a la cátedra y nos recomendaba en clase: ‘cuando un libro no les interese, ¡déjenlo!".
El homenaje de Jaime Correas en Filosofía y Letras de la UNCUYO
Cuando era niño, mi abuela siempre nombraba a una señora con quien compartía la complicidad de los libros. Yo la veía cada tanto. Cuando murió mi madre me escribió una carta. Luego de aclararme que nada tenía que ver con el rito del pésame, me relataba los orígenes de nuestra relación, anterior a mi nacimiento: "Desde los tiempos en que iba a charlar con tu abuela Angèle, mi amiga entrañable y compañera de lecturas. O ella venía a nuestra casa de Rufino Ortega, a mi escritorio".
Pasó el tiempo y fui su alumno de Literatura Española Moderna y Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. No sólo fue mi profesora, la mejor, sino una compañía e impulso constante para muchísimos trabajos literarios y de investigación. Ser el motor de la curiosidad del discípulo y la guía de sus esfuerzos es la condición esencial de una maestra.
Emilia Puceiro de Zuleta acaba de cumplir cien años en su apacible retiro porteño. Merece ser reconocida por su inmenso aporte y entrega a la vida cultural de Mendoza, de la Argentina y del mundo hispanoamericano. Vivimos tiempos veloces, proclives al olvido, pero las personalidades como Emilia portan una ejemplaridad que es imprescindible transmitir a los que no la conocieron. También es necesario conjurar el dañino poder de la ingratitud hacia quienes tanto han dado.
Residente durante sus años de formación y productivos en una ciudad lejana y algo marginal del oeste argentino, es increíble su obra en tiempos previos a internet. La vastedad de sus conocimientos, la amplitud de sus relaciones, sus logros académicos y sus libros son verdaderas hazañas. Todo lo hizo a fuerza de morosas cartas postales y de sus visitas a bibliotecas argentinas y extranjeras.
Nacida el 24 de junio de 1925 en Buenos Aires, en la infancia viajó con sus padres a Galicia, donde la familia permaneció dos años. Rememorando el regreso al país relata: "fui espectadora asombrada de la inauguración del Obelisco emplazado en la calle Corrientes, del gran Congreso Eucarístico de 1934 y del duelo ciudadano por la muerte de Carlos Gardel en 1935".
A fines de 1936 la familia Puceiro se afincó en Mendoza, donde Emilia siguió sus estudios. En 1943 ingresó a la UNCuyo, creada cuatro años antes, y allí fue alumna del célebre filólogo catalán Joan Corominas, exiliado por la Guerra Civil española; del profesor entrerriano Alfonso Sola González, uno de los poetas sobresalientes de la Generación del 40 y, sobre todo, de Julio Cortázar.
Emilia Puceiro de Zuleta con Guillermo de Torre, en 1962
Sus recuerdos de aquellas clases impulsaron la investigación que después de muchos años de pesquisas, siempre bajo la amorosa mirada de Emilia, terminó en mi libro Cortázar en Mendoza. Un encuentro crucial (Alfaguara, 2014). Conservo sus respuestas a mis ansiosos interrogatorios, pero sobre todo atesoro su testimonio de aquel magisterio: "fuimos sus amigos y de su boca escuchamos los primeros cuentos de su libro inicial, Bestiario. Por entonces era un muchacho alto y delgado, lampiño y de grandes ojos verdes azulados. Guardamos durante años las traducciones propias con que completaba sus clases sobre poesía francesa, desde Baudelaire al surrealismo, sobre los románticos ingleses, Byron, Shelley y Keats".
También conservo una carta manuscrita donde Emilia me dejó su recuerdo vivo del otorgamiento en la UNCuyo del primer doctorado honoris causa que recibiera Borges en 1956. "Algún día esto será historia y la vas a poder contar", me dijo.
Recuerda ella que en aquellos años iniciales veían pasar por los patios de la universidad con su capa oscura a "otro exiliado ilustre, don Claudio Sánchez Albornoz, que dictaba historia medieval". Usa el plural al referir su amistad con el profesor Cortázar y otras vicisitudes de formación para incluir en las referencias a quien en 1947 se convirtió en su marido, Enrique Zuleta Álvarez, notable profesor e historiador.
Ella misma ha rememorado aquellos años de mucho cine y lecturas de las revistas Sur y Correo Literario, y de las primeras traducciones de las novelas de Graham Greene, Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, Dos Passos, Faulkner. La casa familiar de la calle Rufino Ortega fue el escenario del nacimiento de sus cinco hijos y donde su mágica mano para la cocina ganó celebridad. También fue el espacio en el que creció la mítica biblioteca de los Zuleta, de la que tantos fuimos agradecidos beneficiarios.
Aquella morada se transformó en un lugar de reunión inexcusable para la vida cultural mendocina. Pasaban por allí, además de los referentes locales, los visitantes destacados: los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta; Jorge Luis Borges y su madre, doña Leonor Acevedo; el cuñado del autor de Ficciones; Guillermo de Torre: Miguel Angel Asturias (en una pared de la última casa de Emilia en Mendoza había un cuadro con dos fotos del premio Nobel guatemalteco en Estocolmo con dedicatoria y firma), Rafael Alberti, María Teresa León, Guillermo Díaz Plaja, entre otros. ¿Qué alquimia producían esta mujer extraordinaria y su marido en ese medio provinciano para atraer personalidades de esa dimensión?
Quizás haya muchas claves que conjugar para aproximar una respuesta a esa pregunta. A quienes tuvimos la dicha y el privilegio de ir a sus clases inolvidables nos quedaron enseñanzas para toda la vida: "cuando un libro no les interesa, déjenlo", nos enseñaba. Una frase que adquiría enorme valor en el contexto universitario. Era un modo contundente de poner el placer de la lectura antes que la obligación de cumplir con un programa.
La obra escrita de Emilia de Zuleta está compuesta por innumerables artículos y por varios libros esenciales. En 1962 publicó Guillermo de Torre (Ediciones Culturales Argentinas); le siguieron Historia de la crítica española contemporánea (Gredos, 1966, ampliada en 1974), Cinco poetas españoles (Gredos, 1971), Arte y vida en la obra de Benjamín Jarnés (Gredos, 1977), Relaciones literarias entre España y la Argentina (Ediciones de Cultura Hispánica, 1981), Guillermo de Torre entre España y América (Ediunc, 1993), Españoles en la Argentina, El exilio literario de 1936 (Atril, 1999).
Si tuviera que elegir entre aquellos volúmenes de los años de gloria de Gredos me quedaría con el de los cinco poetas: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Luis Cernuda. La elección deja sin aliento al lector de poesía. De los poetas seleccionados, ella conoció a Alberti y tuvo una extensa correspondencia con Guillén. El modo de contarlo la pinta de cuerpo entero en su humildad: "En 1962, a propósito de un modesto trabajito mío, ‘La esencial continuidad del Cántico', una carta de Jorge Guillén iniciaba una relación epistolar que duraría hasta su muerte". No es usual que el poeta le escriba a la crítica. Emilia había dado en la tecla sobre la gran obra guilleniana, una cumbre de la lírica española del siglo XX, desde su lejana ciudad junto a los Andes. Sería de toda justicia que su epistolario sea publicado en una edición cuidada, porque allí anida un tesoro perenne que merece publicidad.
Emilia recibió premios y fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente por Hispanoamérica de la Real Academia Española. Fundó, junto a importantes colegas, la Asociación Argentina de Hispanistas y, con sus colaboradoras más cercanas, el Grupo de Estudios de la Crítica (GEC), a través del cual conectó a Mendoza y al país con el mundo, trayendo a críticos de renombre a disertar. Por su prestigio internacional, su sola mención era un imán para que accedieran a venir.
Emilia de Zuleta en su centenario es un faro encendido para quienes fuimos sus discípulos. Con ella, con la maestra y con al amiga, nos quedará siempre una deuda de gratitud impagable. Estas líneas son un emocionado intento de que su luz guiadora les llegue a las nuevas generaciones. Su ejemplo de trabajo inteligente y su generosidad ilimitada merecen ser conocidos y reconocidos.