Opinión

Cuando se pierde la épica y el aura

Una comparación con exmandatarios del actual presidente Milei, a cargo del abogado Carlos Varela Álvarez.

Carlos Varela Álvarez
Abogado

Hace varios años atrás escuché del periodista Chiche Gelblung criticar al gobierno de Mauricio Macri por su falta de épica, decía que era sólo un producto, un gobierno falta de calidez de convocatoria y que su único aspecto positivo, si lo tuvo, fue terminar su período sin haber sido derrocado o renunciado.

Desde esa perspectiva, Raúl Alfonsín tuvo épica venciendo al peronismo que quería pactar con la dictadura saliente, recitando el Preámbulo y prometiendo democracia.

La tuvo Carlos Menem convocando al salariazo y el inclasificable "síganme que no los voy a defraudar", porque nadie preguntó a quien se dirigía, pero los defraudados no fueron los ricos ni los poderosos de siempre.

La tuvo Néstor Kirchner que logró desde la desazón por la democracia golpeada desde Fernando De la Rúa convocando nuevamente a los sectores esencialmente juveniles y trayendo a la mesa la política y las grietas como nadie.

Finalmente, Javier Milei tuvo épica desde las mesas de la televisión a la política con sus discursos y propuestas disruptivas, su carácter belicoso y el adiós a las formas.

Instaló la épica desde las redes, los trolls, las peleas e insultos a todos y todas en estas fronteras y allende los andes. Se hizo mundialmente popular y famoso.

Pero la Ley de Murphy es implacable, mientras más alto subes más fuerte es la caída.

Hoy Milei más allá de Trump se quedó sin épica y ha perdido el aura esencial del poder que es la confianza, o mejor dicho el halo que rodea al poderoso, al que gobierna.

El último Maquiavelo del siglo XX, Kissinger dijo que "el poder es sexi".

No es que Milei se quedó desnudo en medio de la plaza, por el contrario se ha corrido el velo de su gobierno al que le han adicionado la condición de corrupto.

Se suma a ello que sus ataques a todos/as no prenden de la manera que pretendía.

Cuando se trató de distintas direcciones del Estado como el Inadi, o los miles de ñoquis heredados de las administraciones anteriores la sociedad lo entendió.

Pero cuando se trató de educación, discapacidad o jubilados la gente empezó a entender a quien realmente había elegido.

Ni hablar de su política exterior que siempre está al margen del entendimiento popular, pero su brújula de Zelenski a Netanyahu y sus discursos desde Davos hasta el reciente en Naciones Unidas, dan vergüenza y estupor.

Nadie puede saber cuánto o qué costará el abrazo con Trump para salvar su gobierno de tantos dislates.

Se ha quedado sin esos dos elementos esenciales para el elector, el votante; la épica y el aura. Es el fin de la ilusión.

La gente ha vuelto a mirar su sueldo, su ingreso y estos mandan en el cuarto oscuro, sumados a la inseguridad, y la ceguera del poder.

Nuevamente es la incertidumbre la que impone.

Las elecciones por suerte asoman en el horizonte cercano, no se eligen utopías ni se juega la República. El objetivo es más modesto.

Simplemente es para saber si somos capaces de optar entre el odio como política de estado, el pasado de los que se fueron ayer dejando el país en bancarrota y robado y quizás si entre toda esa oferta haya alguno/a que se anime nuevamente a la épica para obtener el aura.

Es poco, pero es significa mucho.

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