Una mirada

Textos de primavera, hoy: Pilates

Todo es especial en ese mundo de ejercicios que, en su mayor parte, se hacen acostados en una cama bastante particular. Escribe Laura Rombolí.

Laura Romboli

"La buena condición física es el primer requisito para la felicidad".  Joseph Pilates.

¿Hacen pilates? Seguramente muchos ya lo han probado. Según su creador, el método busca lograr el control físico, mental y -por qué no- espiritual. Cada tanto, algún famoso declara públicamente que gracias al pilates alcanzó el bienestar total y, justo en ese momento, una legión de humanos se comunica con los lugares que lo ofrecen para averiguar de qué se trata.

Cada vez más gente hace pilates. Y pasa algo curioso: nos cae bien esa gente. Es una linda manera de reconocernos entre quienes hemos probado una actividad tan específicamente dedicada a estirar el cuerpo mientras respiramos profundamente sin tratar de llegar a ser yoga.

Hay una carga emocional -o bueno, tal vez estoy exagerando pero sí simbólica- con la cuestión de los orígenes y su fundador, Joseph Pilates. Seguramente más de una alumna, mientras se esfuerza por mantener el equilibrio o hacer sentadillas siempre arriba de una cama movediza, piensa: ¿por qué se le ocurrió este sistema de ejercicios a ese ser humano?

Cuenta la historia que JP tuvo un padre gimnasta y una infancia con problemas de salud. Que se enfocó en lograr un equilibrio (Contrología llamaba a su disciplina) entre la mente y el cuerpo.

Y luego diseñó un sinfín de ejercicios que hacen que las clases sean siempre diferentes... bueno, o casi siempre. La rutina y la demanda de energía por parte del alumnado lleva a que algunas profesoras se preparen a dar siempre los mismos ejercicios y solo de vez en cuando traten de innovar. "Mis clases son únicas y divertidas", dirá más de una o uno al leer este texto, pero no. Lo cierto es que pasa el tiempo y caen en un acostumbramiento, y de pronto nos vemos atrapadas con la primavera susurrándonos frases irreproducibles.

Y ahí nos encontramos enganchando piernas o haciendo fuerza con los brazos para mover el cuerpo hacia adelante y hacia atrás en una cama que sigue siendo extraña.

Y es justo en esa posición horizontal donde ocurre algo inesperado: al relajarnos, nos damos cuenta de que podemos hablar. Y ahí aparece uno de los grandes "problemas": los encuentros son muy conversados. Se ha llegado a grandes reflexiones sobre la humanidad en un abrir y cerrar de piernas.

El pilates habita un universo curioso que cada vez es más inaccesible. Una, dos o hasta tres veces por semana, la cuota es como para decir "¿qué?", sumado a que si un día no podés ir, recuperar la clase se hace una aventura muy difícil.

Hay elongación sin meditación; no tiene la fuerza de un gimnasio, aunque con el tiempo se ven beneficios. Es una disciplina difícil de explicar, basada en inhalar y exhalar mientras haces movimientos poco elegantes que trabajan tu cuerpo. Los saltos son siempre sobre la cama medieval, de la que, cada tanto, nos levantamos para probar el equilibrio. Usamos zapatillas para correr que dejamos a un costado porque los ejercicios se hacen descalzos. Además, las profes de pilates son propensas a agotarse; la gran demanda de energía en clases casi personalizadas las lleva a la repetición y a perder la creatividad. Y en ciertas épocas del año esto se nota más. Dicho de otra manera, les quemamos la cabeza.

Hay pilates a toda hora. Y los grupos se identifican con los turnos:

-a la mañana: encantadoras jubiladas que buscan charla y flexibilidad.

-pasado el mediodía: jóvenes estudiantes o profesionales que sufren la contractura, la presión de espalda y el estrés de ser adultos responsables.

-por la tarde: las amigas que disfrutan charlar de maridos, escuelas, trabajos, viajes y, por supuesto, hijos mientras "respiran profundo".

-Y después: toda persona que sienta en su cuerpo las pequeñas molestias cotidianas y no tenga en quién descansar. Los de la vida solitaria que van con la recomendación de que una hora de pilates podrá sanar todo.

Y aunque a cierta edad no es suficiente se lo extraña cuando se deja de hacer, porque dejamos de comulgar esas dos veces a la semana con una tregua entre el cuerpo y la voluntad.

El buen pilates es mucho más que respirar mientras hacemos la V con las piernas. Y aunque no es para nada fácil de conseguir, cuando se encuentra el lugar ideal y la profesora que se complementa, los encuentros se vuelven absolutamente reparadores y así, al finalizar, nos vamos con la sensación de que la columna vertebral está un poco más derecha, como Joseph Pilates mandaba. Y, por supuesto, todo lo demás también.

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