Capítulo XXII

Día de la Madre

La novela Bonarda y Malarda, en su Capítulo XXI, de Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

Gustav Klimt:Twins.

Bonarda y Malarda decidieron festejaran juntas y en familia el día de la madre, con ambas madres, aunque algo estaba pasando en el último tiempo que los padres de ambas no tenían el mismo ímpetu ni entusiasmo por compartir los momentos familiares. Las gemelas intuían esta situación hacía rato, en sus conversaciones privadas sospechaban que había algo más que un cierto distanciamiento, razón por la cual, trataban de organizar actividades más seguidas para compartir y tratar de averiguar qué estaba pasando.

Ese domingo del día de la madre la casa de Bonarda lucía radiante, los pisos brillaban como nunca, las flores inundaban todas las salas, perfumaba hasta esos momentos no vividos juntas con sus propia madre biológica y los momentos vividos desde que se encontraron. La mesa tendida era una obra de arte, el mantel de hilo bordado, el cristal de Bohemia (heredado de su abuela) y un centro de mesa con uvas Bonarda frescas, de color púrpura profundo y terroso. Bonarda al recibir a los invitados convidaba granos de uva diciendo con dulzura y sensualidad: Sírvanse las uvas del vino de la persistencia. 

El sol era atrapado por los cristales de las ventanas inundandas de Santa Rita, proyectando sombras. Sombras y luz, la contradicción misma de sus vidas, habitando sus propias penumbras al fin y al cabo habían logrado una perspectiva más profunda sobre su propia existencia, cada una con su brillo personal y su camino recorrido.

La radio, que era el principal vehículo de cultura, información y politca, transformando la vida social de todos los mendocinos en esa época, ese domingo transmitía los mensajes a las madres que estaban lejos, a las madres que ya no estaban en este universo, iban y venían los mensajes y la música de Hilario Cuadros, Félix Palorma, Tito Francia eran los animadores de la previa del almuerzo, se sentía la tonada mendocina que iba solatando esos vacíos incómodos y los tanguitos subían los ánimos ya que muchos invitados se animaron a bailar.

Las gemelas eran luz cuando estaban juntas, así es que ese domingo de día de la madre, lograron unir, juntar, convivir en paz, esa paz que no tuvieron por mucho años y el momento de la unión familiar en la mesa se realizó con toda la presencia amorosa de las hermanas que rompían todos los estereotipos y los hielos. La calidez de Bonarda al empezar con un brindis el amluerzo fue de una emoción que traspasó el umbral de todas las personas, atravesando laberintos invisibles, su alma que había llorado en silencio tejía los abrazos de amor filial, les provocó chocar las copas con felicidad y todo cobró sentido. Malarda se levantó y se animó a dedicarle un poema a sus madres:

Las glorias de mis madres

Medida de una vida

De siestas sin prisa

Que va cosechando

Las uvas del dolor

En crespúsculos traslucidos

Cuando estás cerca de mí

No hay páramos

Ni pies descalzos de agua.

Todos, todos se emocionaron hasta liberar lágrimas contenidas, las madres con su sentimiento visceral abrazaron a sus hijas, sus brújulas divinas, dieron calma y armonía. Elena la mamá biológica de las gemelas, se volvió a mirar con ternura, recordó las primeras y únicas imágenes cuando tuvo a sus hijas en brazos con esa paz que no confundía, hacía mucho que no sentía ese especie de felicidad y nostalgia, escuchando su corazón. No había dolor.

Comenzaron almorzar, el plato de entrada eran las incomparables empanadas en el horno de barro, chirriantes y calentitas, luego unas sopaipillas con jamón crudo y para el plato principal un asado donde nada faltó, los postres no se quedarón atrás, el dulce de membrillo con nueces y el queso literalmente era un poema, el flan casero con un almíbar lujoso y cuántico. La vida comenzaba a confiar de nuevo, liberar memorias a través del alimento compartido donde se alineaban en un mismo própósito: renacer el alma. El día de las madres es eso.

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