Capítulo XXIV

La aparición de los Gerónimos enólogos

La novela Bonarda y Malarda, en su Capítulo XXI, de Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

El sol de la tarde caía con un peso plomizo sobre los hombros de quienes regresaban del cementerio. El aire, antes cargado de la solemnidad del adiós a Osman, se volvía ahora un murmullo incómodo en la casa de Doña Elena. La gente se movía con la pesadez del duelo, sirviéndose un café amargo y buscando el alivio de la conversación trivial.

Gerónimo, el anciano patriarca de los Gerónimo, observaba a Doña Elena desde la distancia, con una intensidad que apenas disfrazaba la tristeza. Se notaba en su rostro la huella de una amistad profunda, Gerónimo era muy amigo, muy amigo de Osman, al volver del cementerio se acerca a Elena y le dice al oído: Doña Elena Ud sabe que tenemos una conversación pendiente tengo una carta de Osman que me ha generado muchas dudas, cuando ustede esté en condiciones podemos reunirnos y conversar. Elena sobresaltada volviendo a la realidad le dice que gracias por venir, los dos sabemos cuánto se querían. Era mi hermano de la vida, Elena, no había nada que no le confiara y viceversa. Es por eso que, (Se inclina un poco más, acercando su boca al oído de Doña Elena) tengo que hablar con usted. El rostro de Elena, palidece. La mención de una carta desconocida la golpea con la fuerza de una revelación. Lleva una mano a su pecho ¿Una carta? ¿Qué dice esa carta? El dolor y la congoja son inmensos ahora. Pero la verdad, también lo es.

El encuentro se concertó una semana después. Doña Elena sentía que el aire dentro de su propia casa se había vuelto sofocante; la promesa susurrada por Gerónimo abuelo en el entierro, era ahora una brasa que le quemaba la conciencia. Eligió la vieja biblioteca, un lugar austero y cargado de silencio, para recibir al patriarca de los Gerónimo. Gerónimo abuelo llegó solo. Su hijo, Gerónimo, se había quedado en la galería que olía a una primavera inconclusa. El anciano parecía portar el peso no solo de la edad, sino de un secreto ajeno, un legado que su amigo Osmán le había transferido justo antes de cruzar el umbral.

Doña Elena, vestida de luto riguroso, lo invitó a tomar asiento frente a una gran mesa de caoba. Había una taza de té humeante para él y una frialdad palpable entre ambos. Gracias por venir, Gerónimo -dijo Elena, su voz áspera por el dolor contenido. El agradecimiento es mío, Elena. Me alegra ver que ha podido tomar un respiro. Aunque sé que el dolor no se va. Gerónimo sacó de su bolsillo interior una carta cuidadosamente doblada, de papel antiguo y amarillento. La deslizó sobre la mesa, sin atreverse a tocarla.

-Aquí está. El legado de Osmán. Él me la entregó hace casi un año, con la orden estricta de leerla y actuar, solo después de su muerte. Lo que dice aquí me ha desvelado, Elena. Doña Elena se inclinó, tomando la carta con manos temblorosas. Sus ojos recorrieron la caligrafía inconfundible de Osmán, el hombre que había amado y perdido. El texto era breve, pero cada palabra parecía escrita con tinta corrosiva:

Gerónimo, amigo. Cuando leas esto, ya no estaré. Sabes que siempre te consideré más que un hermano. Te he dejado el peso de una verdad que no pude cargar más, una verdad que Bonarda y Malarda (Ahora Bárbara) deben conocer para defender lo que es suyo, y para entender mi silencio. Mi gran error fue este secreto y la alianza que hice para proteger a Elena. Pero ese error ahora tiene dueño y nombre: Roberto siempre supo la verdad. Sabía que mis hijas eran sus hijas, sabía por qué las dejé en la oscuridad de una identidad que no era como tal, pero sabrás comprender lo difícil y tortuoso que hubiera sido para mí y toda la familia y para Elena que creía que yo no lo sabía, y él está esperando el momento para vivir un amor que no pudo ser en ese momento y también para acercase a sus gemelas. Gerónimo. Protege a Elena y las chicas. Muéstrale esta carta cuando sea el momento. Lo siento.

Osmán.

Gerónimo se inclinó hacia ella, sus ojos fijos. Doña Elena sintió un frío que recorría su espalda, pero el dolor empezaba a ser reemplazado por una furia y vergüenza, imposibilitada de cualquier defensa. No era solo el luto lo que la consumía ahora; era la traición y la amenaza. Osmán había muerto protegiéndola, dejándola armada con la verdad, y ahora ella tenía que enfrentarse a la sombra que él había evitado nombrar en vida. Roberto lo sabía, repitió Elena, esta vez con una determinación pétrea. Gerónimo asintió lentamente, ahí es donde debemos empezar. El secreto ya tiene dueño, y él está esperando su momento.

Mientras tanto Elena, revolvía sus pensamientos que viajaban a la velocidad de la luz, entre ese pasado que quería olvidar y no, una sensación de bronca y alivio, de paz y de muchas preguntas. Gerónimo observaba a Doña Elena, cuya postura se había petrificado ante la magnitud de la verdad: Osmán lo sabía todo, Roberto lo sabía todo, y Bonarda y Malarda (ahora Bárbara) eran, de hecho, hermanas de sangre e hijas de Roberto. La vergüenza y la nostalgia de Elena se sentían en el aire, densas como el mosto.

Gerónimo tomó un sorbo del té, que ya se había enfriado, y luego señaló la carta de Osmán con un dedo arrugado.

-Permítame introducirle un concepto que Osmán y yo compartimos a menudo al hablar de nuestros viñedos: el del Dominio de Uyata.

Elena alzó una ceja, confundida por el cambio de tema, pero atenta.

-¿Dominio de Uyata? El nombre de sus vinos

-Exacto. La zona de Uspallata significa "agua que hace ruido" en Huarpe -explicó Gerónimo, su voz de repente didáctica, como un profesor de historia-. Pero nuestra zona, nuestra tierra, es Uyata: "agua que no hace ruido". El agua silenciosa. Y el concepto de Dominio es porque nosotros hacemos las uvas, elaboramos el vino y lo vendemos bajo una misma persona. Es control total.

Gerónimo se inclinó sobre la mesa, conectando los puntos con una lucidez escalofriante, Osmán no solo me confió un secreto, Elena, me confió una antítesis. Él mismo vivió como Uyata, como un "agua silenciosa", cargando esta verdad sin que usted lo supiera, sin que nadie lo sospechara. Fue su manera de intentar mantener el dominio sobre el caos de esa historia. Quiso que todo estuviera contenido, controlado, sin ruido.

Elena comenzó a temblar al comprender la metáfora y también al pensar en Roberto, cuánto dolor habrá pasado ese hombre, un hombre destinado al silencio absoluto. Y ahora Gerónimo qué haría, porque se sabía de la amistad con Osman, pero también, era hermano de leche y amigo de Roberto.

Roberto es la fuga, una fuga impuesta. Él conoció esa "agua silenciosa", ese secreto, y ahora buscará seguramente reclamar el dominio perdido sobre sus hijas y sobre usted. Lo que Osmán temía no era solo la identidad, sino que Roberto, sabiendo que sus hijas eran hijas de él, trataría de empezar a buscar ese lugar que lo tuvo silenciado y que al fin y al cabo no pudo disfrutar junto a las gemelas, encima Roberto con Adriana no pudieron tener hijos, por eso al rescatar a esa niña malherida y adoptarla como su propia hija, sin saber que era su hija, fue una recompensa del universo, quizás y los enólogos Gerónimos llegaron para escribir y construir o reconstruir otra parte de la historia, como un antes y un después.

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