Opinión

El cambio cultural empieza en el ejemplo: la oportunidad que no debemos volver a perder

Escribe Fernandop Gentile: Hablar de cambio cultural es hablar de conducta, de respeto y de coherencia. Ni las reformas económicas ni los discursos transforman una sociedad si quienes deben dar el ejemplo actúan con privilegios e impunidad. El verdadero cambio comienza cuando las normas se aplican, las instituciones se respetan y los valores vuelven a guiar la vida pública.

Fernando Gentile
FG & Co.Consultor y Mentor. Estrategia y Liderazgo.

Esta semana, conociendo algunas noticias de alcance nacional, reflexionaba sobre el llamado cambio cultural que tantos reclaman y que algunos dirigentes adoptaron como bandera. Sin embargo, cambiar la cultura de un país no es solo dejar de emitir dinero, alcanzar el déficit fiscal cero o modernizar las leyes laborales y tributarias. El cambio cultural verdadero va mucho más allá: implica asumir responsabilidades, cumplir las normas y dar ejemplo desde los lugares de liderazgo.

En los últimos días, distintos hechos volvieron a mostrar que esa transformación profunda sigue pendiente. La apertura del juicio por los denominados "cuadernos de las coimas" es uno de ellos. Más allá del análisis judicial -que corresponde a los tribunales-, lo que merece reflexión es el mensaje que la Justicia transmite a la sociedad. Han pasado seis años desde que la causa fue elevada a juicio oral, y recién ahora llega a esa instancia. Se trata de uno de los casos de corrupción más importantes de la historia argentina, con una expresidente y decenas de exfuncionarios y empresarios acusados de haber manejado millones de dólares fuera de la ley.Pero lo verdaderamente simbólico no fue la magnitud del expediente, sino la ausencia de ejemplaridad institucional. En lugar de mostrar con claridad que nadie está por encima de la ley, la Justicia eligió la tibieza: habilitó audiencias por Zoom, evitó pedir la presencia física de los acusados y hasta moderó el tono para no incomodar. Lo que correspondía era prever y adaptar un espacio físico acorde a la magnitud y relevancia de este juicio, con todos los acusados presentes frente al tribunal, para que la sociedad pudiera verlos y comprender que quien viola la ley debe rendir cuentas. Esa imagen, tan simple como potente, habría sido una verdadera lección de civismo.

Esa falta de rigor y de coherencia se replica en otros ámbitos. Días atrás, un fiscal auxiliar de Caleta Olivia se negó a realizarse un control de alcoholemia y agredió verbalmente a un efectivo policial, al que amenazaba con golpear. Alardeaba de su cargo y, en tono desafiante, se dirigía al agente sin acatar las indicaciones de la autoridad. La escena es un espejo de una cultura arraigada: la de creer que el poder otorga impunidad. Y lo más grave es que, pese a su conducta violenta, el fiscal no fue detenido, cuando su comportamiento -faltando el respeto, desafiando la autoridad y actuando con violencia- lo habría justificado plenamente. Cuando el ciudadano común percibe que hay castas exentas de las consecuencias, la autoridad moral de las instituciones se erosiona y el respeto por las reglas se disuelve.Lo mismo sucede en el sistema educativo, donde los límites también parecen haberse vuelto difusos. Casos de violencia escolar en distintas localidades de la provincia de Buenos Aires -como los registrados en José C. Paz, La Plata o Junín- revelan un patrón común: la dificultad para establecer autoridad y sanciones claras. El director general de Cultura y Educación bonaerense, Alberto Sileoni, comentó que adoptaron la medida de trasladar a los alumnos con conductas graves a otros colegios, es decir, que le transfieren el problema a otro establecimiento, en lugar de abordar la raíz del conflicto. Como señaló la especialista en educación Laura Lewin, "sacar las amonestaciones no le sacó la violencia, le sacó los límites". Y agregó algo esencial: "la escuela es un laboratorio de humanidad".Ese laboratorio hoy refleja, de manera preocupante, lo que ocurre a nivel social. Si la Justicia es temerosa, si los funcionarios se amparan en privilegios y si los adultos no damos el ejemplo, no podemos esperar que los jóvenes comprendan el sentido del respeto ni la importancia de las normas.El cambio cultural no se decreta: se ejerce. Empieza por cumplir las leyes, por respetar las instituciones y por entender que la autoridad no es un privilegio, sino una responsabilidad. Y también requiere revalorizar el mérito, porque sin reconocimiento al esfuerzo, la superación y la conducta ejemplar, la sociedad pierde el incentivo para mejorar. Necesitamos volver a confiar en las reglas, en la palabra y en la consecuencia de los actos. Solo así podremos hablar de una sociedad moderna, justa y previsible. Porque el cambio cultural -ese del que tanto se habla- no empieza arriba ni abajo: empieza en el ejemplo.