El fuego de los adultos: ¿Qué duele más, el acto de un niño o la reacción de los grandes?
El análisis del criminologo Eduardo Muñoz en torno a un caso real.
La historia parece una pesadilla colectiva. En una escuela de Mar del Plata, un niño de 10 años fue acusado de haber manoseado a dos compañeras de siete. Lo que debía abordarse con intervención profesional y contención emocional terminó en un estallido social: padres enfurecidos, policías heridos, vidrios rotos, docentes evacuados y una casa envuelta en llamas.
La madre del menor, golpeada y despojada de todo, lo resumió con una frase que hiela la sangre: "Me prendieron fuego la casa por algo que no sé si pasó".
Los hechos revelan un doble drama: el de las niñas posiblemente víctimas, y el del niño señalado como victimario antes de que se comprobara nada.Sin embargo, lo más inquietante no es lo ocurrido, sino lo que vino después: ¿qué resulta más reprochable, la acusación a un menor inimputable o la reacción de los adultos que eligieron la violencia y el fuego en lugar del diálogo?
Inimputabilidad y comprensión del daño
La legislación argentina establece que un menor de 14 años es inimputable. No porque no haya hecho algo mal, sino porque aún no puede comprender la dimensión del daño.
Un niño de diez años es un sujeto en formación, que necesita acompañamiento psicológico, educativo y familiar.
No se trata de impunidad, sino de responsabilidad adulta.
Pero en este caso fueron los adultos quienes perdieron el control.Los mismos que deberían proteger a todos los niños (víctimas y acusados) optaron por reproducir la violencia.
El mensaje fue devastador: ante la sospecha de un delito, no se busca justicia, se ejecuta venganza.
Cuando la indignación se convierte en delito
La quema de una casa, las golpizas, los destrozos y el terror colectivo no reparan nada. Por el contrario, multiplican el daño y siembran miedo.
En nombre de "defender a los niños", se terminó atacando a otro menor, a su madre y a su hogar.
Desde la criminología, esto no solo evidencia una pérdida de confianza en las instituciones, sino una incapacidad social para tramitar la frustración sin violencia.Cuando la sociedad desconfía de la justicia, la reemplaza con fuego.
Educar, no incendiar
Queremos prevenir, pero actuamos con violencia.
¿Cómo pretendemos que los niños aprendan a reparar si los adultos solo mostramos cómo destruir?
La justicia que nace de la furia no corrige nada: solo deja cenizas.La verdadera prevención no se impone, se acompaña.
Educar, no incendiar.