Feliz cumpleaños
Una nueva historia para el recreo de los domingos, con los cuentos de Cristina Orozco Flores.
A Lucho, este año, le tocó ir al velorio de una tía en el día de su cumpleaños. Ese velorio reunió a gran parte de la familia. Llegó a primera hora de la tarde para despedirla. En la entrada se encontró con varios primos. Mientras subían las escaleras lo escuchaban quejarse entre dientes. Decía que pronto se iría de ahí. Lucía, que iba detrás, lo alcanzó. Quería saber qué le había pasado a la tía Irene.
-No sé los detalles, dijo-. Creo que fue un infarto, cerca del mediodía.
-Y si´-respondió ella. En un geriátrico, con 90 años, y además con algunos problemitas de salud, era de esperar-. Y agregó: feliz cumpleaños para vos.
-¡Ay gracias querida por acodarte! Respondió Lucho con media sonrisa.
Ella aprovechó para darle un abrazo.
Lucía y ese grupo de primos se mantenían en contacto .Se pusieron de acuerdo para asistir al velorio de la única tía que quedaba con vida en la familia. Todos se adelantaron para darles el pésame a los tres hijos, pero atrás quedó Lucía con el ramo de margaritas, que había mandado su madre. Antes de saludar, necesitaba un florero para ubicarlas y cuando lo encontró las llevó al lado del féretro. Ella sabía que esas flores no iban a pasar desapercibidas porque todos conocían los gustos de la tía. Lucho la esperó en la galería y se mostró tan conmovido por esa situación que por momentos se olvidó de que era su cumpleaños.
Los dos se aproximaron para saludar y se quedaron de pie, muy cerca de los tres hijos de la tía. Lucho estaba colgado de los bolsillos de su pantalón, al lado del primo que había perdido a su madre. Desde ese lugar empezó a mirar a los que estaban y a los que iban llegando. Advirtió que la mayoría había cambiado. Algunos estaban canosos y con arrugas en la frente. Otros, calvos, más delgados o más gordos. En definitiva, vio en ellos el paso del tiempo. Lucía se quedó en silencio junto a las dos hermanas y, por un instante, dudó de la existencia de la felicidad.
Los distrajo el bullicio de unas personas que se acercaban. Se distinguió la voz de Nadia, otra prima, que era la ahijada de la tía Irene. Venía acompañada como siempre de su esposo. Se adelantó y fue directo a donde estaban todos. Cuando llegó al lado del hijo de la tía, antes de saludarlo, le tocó la panza y le dijo:
- ¡Qué bueno primo, no soy la única que tiene pancita! ¡Me quedo más tranquila!
Y se reía. E inmediatamente lo abrazó porque se dio cuenta del momento que él estaba viviendo. Después, se acercó a Lucho, le tiró las orejas y en voz alta le deseó muy feliz cumpleaños. Y otra vez se dio cuenta , pero esta vez le dio vergüenza.
Otras primas que llegaron empezaron a llorar desconsoladas y repetían que la difunta había sido la más buena de todas. Recordaban que a la tía Irene nunca le había gustado lavar los platos y siempre había delegado esa tarea. Una de ellas se acordó de que en una reunión, le había confesado a la tía que le encantaba lavar los platos. Ella le respondió: nena qué gustos raros que tenés. Siguieron comentando otras anécdotas y dejaron de llorar.
Los que fueron acompañados con sus hijos se lamentaban, porque no los dejaban conversar. No tuvieron más remedio que darles dinero para que fueran a comprar golosinas, al buffet.
Nadia no paraba de hablar. Contaba con lujo de detalles cada viaje que había hecho por la Argentina. Se acomodaba los lentes de sol sobre la cabeza, le molestaba el cabello que caía sobre su rostro. Se jactaba de ser una verdadera leonina por ese detalle de su pelo y parecía que estaba en una reunión familiar, no en un velorio.
De repente, la hija menor de la tía invitó a los presentes a rezar el rosario y, mientras le ordenaba el tul del féretro, Lucho se adelantó. Todos creyeron que se iba a despedir y lo miraron porque sabían que era su cumpleaños. Pero no. Simplemente quería colaborar, dijo: empiezo yo. Primero se hizo la señal de la cruz, después rezó el Padre Nuestro y continuó con los misterios.
Nadia no los acompañó. Prefirió quedarse en el buffet junto a su esposo y otros primos para tomar un café. Todos los que estaban en ese lugar fumaban sin parar. Ella explicó que no le gustaba rezar en los velorios, y prefería quedarse ahí para no perderse los cuentos de José. Disfrutaba de los chiste verdes, que él contaba. Apenas los escuchó se tapó la boca con una mano para disimular la risa y con la otra sostenía el cigarrillo encendido.
Ya estaba anocheciendo cuando terminaron de rezar. Todos salieron del salón. Sólo se quedó Lucho porque deseaba quedarse a solas con su tía. Pensó que era el momento justo para irse de allí. Entonces, se acercó más para observarla, por última vez. Estaba bastante fastidiado consigo mismo. No quería irse por el gran cariño que le tenía pero, a la vez, se quería ir porque era su cumpleaños. Se sentía agotado y esperaba que nadie se diera cuenta. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener cierto equilibrio emocional.
Mientras la contemplaba reconoció en ella los rasgos de su padre. Un instante fugaz que lo llevó a su infancia. Fueron breves pantallazos que jamás pensó revivir. Pero ahí estaba, sintiendo el aroma del té con galletas Boca de dama. Guardaba en su memoria los más felices momentos de su vida. También, se acordó de las reñidas competencias con su primo, cuando jugaban al metegol. Y no se olvidaba de los relatos exagerados del marido de la tía, sobre las minas de Malargüe. Todo lo que había vivido con la familia paterna, había sido gracias a su madre, quién supo mantener vivos esos importantes lazos.
El padre lo había abandonado en plena edad escolar, cuando Lucho más lo necesitaba. Y no contó con una figura masculina en la que se pudiera proyectar.
Se sostuvo del féretro para sacudir la cabeza y soltar esas imágenes. Necesitaba sobreponerse. Esas vivencias le hicieron tomar conciencia del presente, de lo que tenía y de lo que había logrado. Un buen trabajo y estabilidad laboral le habían permitido darse algunos gustos en la vida. Sabía cuánto le había costado y se sentía reconfortado.
Recordó que el año pasado, en su cumpleaños, había estado solo, envuelto en una niebla de recuerdos sin tiempo. Pero, en el velorio de su tía se sentía acompañado.
José y Lucía se acercaron al féretro porque les pareció que Lucho llevaba bastante tiempo ahí. Ellos lo convencieron y lo acompañaron al buffet. José lo invitó a tomar algo y empezaron a hablar sobre distintos temas. Lucho parecía distraído. Todavía estaba conmovido. Después hablaron de fútbol y, como los dos eran de Racing, opinaron sobre el rendimiento del equipo. Comentaron el último partido y de lo bien que venían jugando. Querían que saliera campeón. Lucho se veía mejor. No se explicaba por qué causa esos recuerdos habían vuelto a su memoria, y no sabía si era por el velorio o por su cumpleaños.
Lucía se cansó de escuchar sobre fútbol e intervino para recordar a la tía. Dijo que estaba contenta por la cantidad de personas que habían asistido al velorio y sabía que eso era un reconocimiento valioso hacia ella. También bromeó con su primo porque no había soplado las velitas.
Si bien la mayoría habían saludado a Lucho. Algunos lo miraban desde la galería y esperaban poder hacerlo cuando saliera del buffet. Nadia, su esposo, el hijo de la tía y Rosi se acercaron y se sentaron en la misma mesa. Siguieron comentando sobre la fragilidad de los 90 años de la tía y recordaron algunas anécdotas, de cuando eran niños. Lucho también recordó esos recuerdos.
Se dio cuenta de que en este cumpleaños estaba más acompañado de lo que se hubiera podido imaginar. Ese evento aunque fuera triste, se había convertido en una historia para contar. Nada que ver con el del año anterior. Ya que en esa oportunidad, la soledad se le había hecho interminable.
Reconocía para sus adentros que había llegado a la sala velatoria con la idea de estar solo un rato, pero las circunstancias hicieron que todavía permaneciera en ese lugar. Se sentía pleno de gratitud porque, sin querer, había podido valorar lo que la vida le había dado: esa familia.
Lucho cumplía ese día, 40 años. La misma edad que tenía su padre cuando lo abandonó, para irse detrás de un sueño.
Era casi medianoche y el cumpleañero se levantó rápido para irse. Bajó de la banqueta decidido y fue a pagar lo que había consumido mientras los demás hablaban entre sí. Pero José lo siguió. Lo detuvo del brazo y le dijo: ¿acaso no es tu cumpleaños?, pagamos nosotros. Todos se quedaron callados. La mayoría levantó el pulgar y él, con una sonrisa entera, les agradeció. Ya no contaba con el fastidio de las primeras horas.
Antes de salir volvió su mirada hacia el féretro y balbuceó: gracias tía porque en el día de tu partida y en mi cumpleaños estuvimos todos juntos como antes cuando éramos chicos. Apresuró sus pasos. A medida que avanzaba hacia la puerta de salida, se dio cuenta de que unos primos le hacían un gesto de despedida levantando la mano y él respondía igual. Lucía, también agitó sus brazos y le gritó: ¡Adiós querido Lucho! A otros se los escuchó decir: Felicidades.
Las mujeres que habían estado llorando por la tía se quedaron cuchicheando cuando lo vieron pasar y comentaron sobre lo bien que le quedaban las canas y cómo le contrastaban con las cejas negras y pobladas típicas de un descendiente asturiano.
Rosi contó que el año pasado le había mandado un mensaje, a Lucho, y que le contestó siete meses después. ¿Lo pueden creer?, dijo. Nadia hacía globos con un chicle, que recién se llevaba a la boca, y junto a José y al hijo de la tía leyeron el mensaje, que había guardado y que decía:
Gracias querida prima. Espero que no necesites explicaciones por mi tardanza al responder. Abrazo.
Lucía y otros primos lo volvieron a leer. Después, se miraron con asombro. Conocían la historia de Lucho, lo que no sabían es que ya no daba explicaciones. Ese día notaron con cuánto cariño recordó aquellos tiempos, esos lugares y a las personas que dejaron huellas en su camino. Eso fue lo que le permitió actuar con energía a lo largo de su vida, no sólo por amor propio, sino también por agradecimiento.
Al rato, Rosi recuperó su teléfono y a ese cuchicheo le ganó el silencio.
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