Opinión

Nos oponemos por reflejo: cómo el miedo al cambio nos impide mejorar

Fernando Gentile describe la reacción cíclica de los argentinos ante la posibilidad de cambios, y el consiguiente estancamiento.

Fernando Gentile
FG & Co.Consultor y Mentor. Estrategia y Liderazgo.

Los argentinos pedimos cambios, pero cuando finalmente aparecen, la primera reacción suele ser rechazarlos sin comprenderlos. El miedo a lo nuevo, la incertidumbre y la defensa de beneficios individuales nos frenan como sociedad. ¿Cómo salimos de esa lógica?

Hay algo que observo desde hace tiempo en nuestra conducta social: reclamamos mejoras, exigimos cambios, pedimos soluciones... pero cuando finalmente aparece la posibilidad de modificar lo que no funciona, la primera reacción es oponerse. Rechazamos antes de entender. Resistimos antes de conocer. Y es allí donde se esconde uno de los mayores frenos al progreso.

Durante décadas convivimos con un modelo que deterioró el empleo, el poder adquisitivo, la actividad económica, la inversión y, en definitiva, la calidad de vida. Sostenemos estructuras obsoletas que ya demostraron no funcionar. Y aun así, cuando surge la intención de reformar algo -lo que sea- surge también un reflejo automático: decir que no.

Uno de los ejemplos recientes fue el debate sobre una posible reforma tributaria. Sin conocerse el proyecto oficial, bastó que circulara la idea de eliminar o reemplazar el monotributo para que emergiera una ola inmediata de rechazo. No hubo espacio para preguntas esenciales:

- ¿Qué sistema lo reemplazaría?

- ¿Sería más simple?

- ¿Ampliaría la formalidad?

- ¿Podría aliviar la carga tributaria?

-  ¿Podríamos unificar impuestos nacionales, provinciales y municipales para terminar con el laberinto actual?

Esas son las discusiones que valdrían la pena. Pero en lugar de explorar alternativas, debatir mejoras o analizar propuestas, preferimos quedarnos con lo conocido -aunque lo conocido no funcione- porque lo nuevo genera incertidumbre. Y para algunos, porque lo nuevo podría afectar beneficios personales sostenidos en un sistema que, en muchos casos, perjudica al conjunto.

Este punto no es menor. Hace unos días publiqué en Memo un análisis comparado de sistemas tributarios internacionales, donde se observan patrones consistentes: los países que simplifican, transparentan y unifican sus estructuras fiscales logran mayor formalidad, mejor recaudación y más estabilidad. Esa experiencia debería invitarnos a analizar antes de rechazar, y a entender antes de oponernos.

Algo similar ocurre con la modernización laboral. Argentina prácticamente no genera empleo privado formal desde hace más de una década. A esto se suma un ecosistema laboral que no refleja el mundo real: tecnologías nuevas, formas de trabajo nuevas, dinámicas nuevas, pero leyes y convenios que siguen anclados en otro siglo. La actualización es indispensable. Sin embargo, la reacción volvió a ser la misma: rechazo automático, incluso cuando se aclaró que la modernización sería solo hacia adelante y sin afectar derechos adquiridos.

Y lo mismo sucede con el sistema previsional. Todos sabemos que no es sostenible. Todos reconocemos que los jubilados no perciben ingresos dignos. Y aun así, cada intento de revisar el sistema despierta resistencia. Cuesta aceptar que una población que vive más años requiere ajustes estructurales y un sistema más equilibrado. No hablamos de parches ni bonos. Hablamos de soluciones reales.

Todo esto me llevó a comprender algo muy simple pero profundamente determinante: queremos mejorar, pero no queremos movernos del lugar en el que estamos. Confundimos estabilidad con seguridad, cuando en realidad lo que sostenemos muchas veces es apenas una zona de supervivencia. Un sitio incómodo pero conocido, que preferimos preservar antes que arriesgarnos a lo nuevo. Y es ese miedo -legítimo, humano, entendible- el que termina bloqueando la posibilidad de construir algo mejor.

La evolución, en cualquier ámbito, implica cambio. No se puede mejorar haciendo siempre lo mismo. No se puede avanzar defendiendo estructuras que no funcionan. No se puede aspirar a una sociedad más próspera si cada propuesta de reforma se encuentra con un muro de resistencia automática.

No se trata de aceptar cualquier cosa. Se trata de pedir debate serio, de exigir propuestas superadoras, de buscar claridad, de comparar alternativas y, recién entonces, tomar posición. Pero la oposición por reflejo, sin análisis, sin información y sin apertura, no nos acerca a un país mejor. Nos aleja.

En resumen:

- Sistema tributario: simplicidad, menos superposición, más formalidad, menos castigo al que produce y más incentivos a invertir.

- Sistema laboral: reglas modernas y equilibradas que generen empleo genuino sin exponer a las empresas a riesgos desmedidos.

- Sistema previsional: sostenibilidad real que permita ingresos dignos y previsibles.

Y sí: también necesitamos revisar nuestra cultura. Una cultura que a veces defiende intereses individuales por encima del bienestar general. Una cultura que prefiere la estabilidad de lo conocido, incluso cuando lo conocido ya no sirve. Una cultura que se opone antes de preguntar.

Si queremos un mejor país, tenemos que estar dispuestos a algo más que reclamar. Tenemos que aprender a entender primero, analizar después y decidir con seriedad.

No oponernos por reflejo.

No resistir por costumbre.

No temer al cambio por el solo hecho de que es nuevo.

El verdadero progreso empieza cuando dejamos de reaccionar y empezamos a pensar.

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