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Envidiosa, temporada tres: difícil de digerir

La tercera temporada de la serie de Netflix ya está en marcha. Son diez capítulos que, por momentos, se vuelven pesados de transitar: la intensidad de la protagonista y esa sensación de que nada la interpela ni la modifica, terminan siendo un pelotazo en contra. Lo cuenta Laura Rombolí.

Laura Romboli

Pasa algo extraño con esta última entrega de Envidiosa, la serie protagonizada por Griselda Siciliani, y es que no resulta para nada sencillo contemplar la vida de una mujer atrapada en traumas que, pese a los años vividos -su personaje tiene más de 40-, siguen siendo inamovibles. Ni la gente que la quiere, como Matías, su novio (Esteban Lamothe), con su permanente condescendencia, ni la propia terapia logran atravesar el impenetrable mundo en el que sobrevive Vicky, el personaje principal.

Y desde mi lugar de espectadora caí en uno de los pecados más comunes que pueden aparecer cuando una serie nos incomoda: dejé mi opinión en redes mientras trataba de entender por qué a Vicky le cuesta tanto absolutamente todo.

La sorpresa fue la cantidad de mensajes que recibí de personas que confesaban no haber podido terminar la temporada, abrumadas por la invasión de diálogos y conflictos de un personaje que, en ningún momento, muestra -alerta spoiler- un cambio real o algún progreso en su vida. Sí, ya sé: es ficción, y la guionista tiene la libertad de jugar como quiera. Pero en este caso, la tercera temporada es un manojo de capítulos que solo busca condensar y exaltar los ¿defectos? de alguien que, tal vez, necesita un tratamiento profundo para poder sanar.

Y quizás sea eso lo que irrita: ver a una mujer para la que nada es suficiente, cuyas inseguridades crecen sin pausa, sin que exista un estímulo, un trabajo, una amistad, un amor o incluso una terapeuta capaz de torcer el rumbo de una vida convertida en caos. No hay contrastes, no hay quiebres, no hay lágrimas que anuncien una alegría venidera. No hay lucha y, por lo tanto, tampoco recompensa.

El personaje -que pretende interpelar a espectadoras mediante identificación- sostiene una línea constante marcada por los celos, los traumas, la soledad y ese borde permanente del ataque de ira. El llanto como moneda diaria y la victimización de alguien que se pregunta a cada rato por qué nadie la quiere o por qué siempre pierde, difícilmente pueda sostener el interés en la trama.

Solo escenas repetidas de mujeres colapsadas -como Caro, la hermana de Vicky, sumida en una maternidad que la desborda- en un universo donde nadie parece interesado en sanar.

Entiendo que existen en nuestras vidas personas así; conocemos envidiosas, conocemos mujeres cuya maternidad las desarma. Pero, aún en la realidad, la mayoría encuentra la forma de salir a flote, tocar fondo y resurgir. Aprenden, cambian, progresan, comprenden, crecen con lo vivido.

Nada de eso ocurre en la serie. Incluso la dependencia emocional con la psicóloga -que en esta temporada se vuelve inexplicablemente insólita- pierde fuerza por la falta de evolución.

Todo sucede dentro de un pozo emocional donde los personajes dan vueltas sin asomar la cabeza. Un círculo vicioso de carencias e incapacidades para vincularse, en el que quizá la envidia patológica de la protagonista termine siendo lo menos alarmante dentro de una historia poblada por gente a la que nunca nada le sale bien.

Puede pasar que, al llegar al final -y lamento otro spoiler-, aparezca esa extraña sensación de que no ocurrió absolutamente nada en toda la temporada. Y si queremos sentirnos un poco más estúpidos todavía, siempre podemos hacer clic en los títulos de los portales que prometen "el final explicado de la serie", como si la trama realmente pidiera semejante análisis.

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