Lecturas

Un día de la vida

Otra lectura para el fin de semana: un cuento de Cristina Orozco Flores.

Cristina Orozco Flores

El Tano escuchó la alarma y apagó el reloj. Eran las 8 de la mañana. Lo esperaba la rutina. Se incorporó. Bajó las piernas de la cama y se puso las pantuflas. Estiró las sábanas y la colcha que permanecían intactas como recién planchadas. Acomodó las almohadas. La cama quedó armada. Se acordó de cuando lo despertaba su madre y de pronto, tuvo la sensación de que el tiempo pasado se le había empezado a revelar.

El perro apareció por el pasillo, se sacudió y con suaves gruñidos le pidió salir al patio. El gato lo siguió.

Era 8 de octubre y ya habían pasado tres meses desde la muerte de su madre. El padre había muerto un año antes tras una larga enfermedad. Todavía, no se acostumbraba a no tenerlos.

Él que era un hombre de poco carácter, siempre supo complacerlos. Mientras se peinaba frente al espejo hacía memoria de los dichos de su madre. Como pisadas, retumbaban en la casa vacía.

¡Manejar, ni se te ocurra nene!

Tu padre te consiguió un trabajo. Mañana te presentas en el Registro Civil de Palermo.

¡Mejor cállate!

¿Qué dijiste? ¿Irte a vivir solo? ¡En ningún lugar vas a estar mejor que acá!

Se acordó de la chica que por primera vez llevó a su casa. Una compañera de trabajo con quien había empezado a salir, pero como era de padres separados, no les había caído muy bien. Así que le duró poco esa relación.

Y otra vez retumbaron sus palabras. Si es necesario todos los días te voy a recordar que no es bueno compartir la vida con alguien que tenga un separado en su familia. ¡No te conviene!

El padre también, le había dicho lo mismo, para que no se le olvidara.

Encendió la radio en la cocina. Todo empezaba a funcionar como siempre. Volcó agua hirviendo sobre un saquito de té. Acercó las tostadas, el dulce, la manteca, la cuchara, el cuchillo y los ubicó sobre un individual. Sintonizó otra radio No era la que acostumbraba a escuchar su madre.. Hacía unos cuantos días que había hecho ese cambio. Escuchó el pronóstico del tiempo: "para hoy se espera tiempo bueno y poco cambio de la temperatura. El jueves algo nublado y lluvias aisladas. El viernes una máxima de 23 grados y una mínima de 10 grados, buen tiempo también".

No tenía hermanos y contaba con una familia que vivía a kilómetros de distancia. Por eso de vez en cuando lo visitaba su jefe. Un hombre de gran corazón que se había preocupado por los tres meses de licencia que el Tano había pedido, desde la muerte de su madre. Llegó cuando él estaba desayunando. Lo acompañó con un café y le recomendó que volviera al trabajo.

- Sí lo sé. Gracias por su preocupación. A fin de mes, seguro me reincorporo. Le respondió

El Sr. Martín antes de tocar el timbre lo había visto a través de la ventana de la cocina, parecía ensimismado. También había escuchado el bullicio de la radio.

- Bueno Tano, pensalo, te pueden despedir. ¿Necesitás algo? Pedime lo que sea, con confianza. Salí un poco, despejate. Tenés cerca los bosque de Palermo, el rosedal. Andá con el perro. Le recomendó.

- No conozco esos lugares. Lo voy a tener en cuenta. Le contestó el Tano.

Se sintió raro, le pareció que tenía un déja vu. Pensó en los 25 años que había pasado, con él en esa oficina. Siempre había ido de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Sacó un pañuelo amarillento y se lo pasó por la frente. Transpiraba. Alguna vez ese pañuelo había sido blanco. La ropa manchada que llevaba puesta y el pañuelo combinaban con el descuido de su persona que el jefe pudo ver, pero no dijo nada. Se despidió y se fue.

El perro ladraba desde el patio. Ya quería entrar, el gato también.

Escuchó las publicidades de la radio y a continuación los chistes. Como de costumbre no le hicieron mucha gracia. Se reían de los viejos solterones. Bajó el volumen. Lo que, le había empezado a interesar era el programa de los signos, las predicciones astrológicas de Ivonne. De cada mediodía.

Durante las mañanas de los últimos meses la escuchaba para saber qué hacer, cómo moverse en el día. Llevaba a la mesa, el cuaderno con el que tomaba nota. Ya lo tenía casi todo completo. Anotaba las razones que anhelaba para su vida. Mientras esperaba a Ivonne, lo ojeaba. Acariciaba cada hoja. Revisaba las frases escritas de su puño y letra. Pensaba que, alguna vez las pondría en práctica. Las tomaba como si fueran el consejo de una amiga y las repetía en voz alta. Era bueno escucharlas y escucharse. En ese momento se detuvo en una frase que decía: "Andar solo no duele. Sentirse solo es otra cosa." Ya sabía qué barreras había construido dentro de sí mismo contra el amor y retumbaron en sus oídos los dichos de su madre.

El Tano esperaba que ese cuaderno azul lo guiara. Había descubierto el programa desde que decidió cambiar el dial de la radio. Dejó atrás la música clásica o la sacra de todos los días y esa costumbre de rezar, por imposición, antes de dormir. Dios te salve Reina y Madre de misericordia, vida dulzura y esperanza nuestra...

Prefirió el bullicio animado de la vida. En el día a día se estaba empezando a acostumbrar a otra cosa. Aunque a veces, sentía dudas, se preguntaba: qué pasaría si de la noche a la mañana desapareciera ese programa radial, qué haría si no tuviera cada nueva palabra. Sintió miedo como un niño, pero escuchó la voz de Ivonne y le volvió el alma al cuerpo.

Ese día, iba a ser un buen día. Había un buen pronóstico del tiempo. Lo había visitado su jefe con el afecto de siempre y el programa ya había empezado. ¡Qué más podía pedir!

El Tano era de Aries.

Escuchó: Aries, "se te abre el camino."

Anotó rápidamente en el cuaderno y esperó más.

"Es hora de que te mires con ternura. Todo se está moviendo, todo está en constante cambio. La vida hace su trabajo mostrando nuevos caminos enfrentándote a nuevas experiencias. Todo lo que llega a un fin lo hace por un motivo aunque no lo entiendas. Todo lo que comienza, lo que aparece, lo que encuentras, también es parte de algo más grande. Todo está obrando para un bien mayor."

Bajó el volumen de la radio y se quedó un largo rato leyendo y releyendo lo que había anotado. Era lo que deseaba escuchar. La medicina que le había dado el coraje que necesitaba para volver desde el abismo en el que se encontraba enterrado. Estaba cansado de sentirse como muerto en vida.

Ya era casi el momento del almuerzo. Escuchó las noticias del mediodía. Sus mascotas lo miraban de reojo para ver si recibían unas galletas de agua. Como no recibieron nada, siguieron mordisqueándose como amigos que eran.

El Tano caminó por el pasillo hasta llegar al baño. Iba repitiendo: voy a poder. Yo puedo hacerlo. Tengo que aprender a aceptar un final para dar paso a un nuevo comienzo. Entonces descolgó las imágenes religiosas que encontraba a su paso y las tiró con determinación. En cada trozo partido retumbaba contra el piso un Dios te salve... En toda la casa, aturdían los estruendos.

Abrió la puerta y se miró al espejo. Había otro Tano. El que le habló claro y el que lo sermoneó, solo para que tomara de una buena vez sus decisiones. Esas palabras nunca hubieran salido de los labios de su madre. El otro le contestó con altura. Jamás le hubiera faltado el respeto, pero a sus cincuenta años había optado por empezar a tomar las riendas de su vida para siempre.

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