Opinión

¿Será este el fin de la democracia?

La opinion de Luis Giachino, de "La Juan Bautista" Mendoza.

Luis Giachino
Dirigente de "La Juan Bautista"

"Pero ya no era ayer, sino mañana", escribió Joaquín Sabina, describiendo el amanecer de una relación de una noche. Lo que fue, ya no era lo mismo. Eso es lo que dijo.

Es evidente que el mundo occidental, se enfrenta a una realidad de fin de ciclo.

Los ciudadanos de hoy, que hemos vivido lo que hemos conocido y pensamos y valoramos en consecuencia, siempre supusimos una cultura predominante hacia donde todo debe orientarse. Porque, también supusimos, era al lugar donde todos queríamos ir. A ese paraíso al que le hemos llamado progreso.

Ese modelo fue pensado en el mundo occidental a mitad del siglo XIX. Para entonces, la humanidad, después de la prehistoria, después de los egipcios, asirios, caldeos, griegos, romanos, mayas, incas y todo lo que se nos ocurria poner entre la aparición del primer homo sapiens y los 300 000 años siguientes, recién alcanzó los 1000 millones de habitantes más o menos en 1850. Desde ese momento los tiempos se fueron acortando, hasta que, entre los 7000 y los 8000 millones en el 2022, solo transcurrieron 10 años.

Y ahora, cuando estamos rumbeando para los 9000, la velocidad ha disminuido un poco. Aparentemente se va a estabilizar alrededor de ese número.

Todo ha ocurrido tan a la vista que nos parece normal. Hemos normalizado lo bueno alcanzado y pensamos que debe seguir todo entre igual y mejor. Pero nos está faltando incorporar el contexto de los nuevos tiempos.

A ese crecimiento poblacional explosivo hay que sumar otras causas y consecuencias. Las fronteras, antes límites sólidos, ahora son menos cerradas. Multitudes se desplazan por vacaciones o hambrunas. El paisaje material y cultural es diverso y mezclado. Por un lado, lo particular pierde localismo, y por otro, las empresas transnacionales estandarizan las ciudades. Donde antes se aplaudía el turismo, ahora se lo rechaza. Los venecianos, hartos de que su casa sea una postal, se van de Venecia. Los barceloneses, por iguales motivos, expulsan a los turistas.

Pero no sirve de nada mirar con nostalgia llorona lo que una vez fue y ya no será. Porque para encontrar un nuevo equilibrio, tenemos que repensar lo que dábamos por seguro. Repensar qué es un país en un contexto cada vez más interdependiente. Pensar cómo protegemos los derechos individuales en un mundo superpoblado. Pensar cómo conviven las diversidades culturales sin perder su esencia. Y en este repensar los límites entre lo público y lo privado, entre lo individual y lo colectivo, deberemos, también, repensar las formas de producción, el ocio, los objetivos y los límites del progreso.

Porque pasamos de "con la democracia se come, se educa, se cura", aquella frase que nos indicaba un horizonte y un ideal, a esta democracia que nos ofrecen: una reducción a la mínima expresión de lo que alguna vez fue. Un sistema electoral vacío, materializado en la emisión de un voto entre alianzas abundantes en intereses sectoriales y carentes de ideales de país y sociedad.

Todo se circunscribe a que la opción elegida por la mayoría es condición suficiente para que una persona gobierne de la forma más cómoda posible. Que haga lo que quiera.

Y en ese escenario, no se mira como escandaloso que, directa o indirectamente, los órganos de control queden en manos del mismo gobernante que debe ser controlado. Tampoco se ve mal que, el mismo ejecutivo, no oculte sus pretensiones hegemónicas y aspire a controlar los tres poderes.

En una renuncia a manejarnos con las reglas de una democracia liberal y republicana, estamos dando vía libre a la autocracia. Y el resultado será un sistema distinto de la monarquía, pero muy parecido. Ya no elegida por la continuidad de la sangre o el designio de Dios. Ahora es el fruto de una elección sin más objetivos que la elección misma. Antes eran modelos contrapuestos: democracia o monarquía. Sin embargo ahora pareciera ser otra forma de lo mismo. Distinta escenografía, vestuario y personajes, pero con objetivos similares. Una democracia autocrática.

Como dice Giuliano da Empoli, "no es un partido único, sino la búsqueda de un partido hegemónico".

Bukele, dice que "todo candidato aspira a sacar la mayor cantidad posible de votos y si fuera el 100% mejor"

El acto eleccionario no es un fin. Es una herramienta. Un engranaje de un sistema pensado para materializar la voluntad del pueblo. De la mayoría, pero también de las minorías. Un sistema donde se puede ganar, pero también se pueden poner límites, negociar posiciones y lograr acuerdos.

Si no hay objetivos comunes que trasciendan a la herramienta de la elección, lo único importante será la popularidad del "monarca" de turno.

En el mundo actual, el poder se ha dividido entre tres grandes líderes. Dos de ellos llevan 20 años a la cabeza de sus países. El tercero, por ahora, está sujeto o regulado por un sistema de leyes que limitan en tiempos su mandato y autoridad.

Esta disparidad, hoy, está siendo cuestionanda en el centro mismo de la democracia liberal. EEUU ha dejado de lado métodos, formas y discursos y está tomando actitudes inimaginables para otros momentos. Por lo menos desde lo formal, antes cuidaba los modos. Ahora se muestra con una sincera brutalidad.

La desventaja temporal de Donald Trump con respecto a Vladimir Putin y Xi Jinping, de alguna manera se contrapone con las políticas, proyectos y pretensiones del mismo Trump, que, aunque ya no puede postularse para ser reelegido, no descarta ninguna posibilidad. Estudia cada recoveco legal y toma medidas para más tiempo de los que supuestamente le quedan para terminar su mandato. Porque su limitante, hoy es tomada como un detalle meramente formal y no de fondo. Entonces si es un problema de formas, pues las cambiamos y a otra cosa. Si se ha recibido el apoyo popular en las urnas, eso, hoy, da todo el derecho para interpretar la ley como se le ocurra al ganador.

Pero esto no es solo un problema de relaciones entre estadistas y poderosos. Esta incertidumbre es aplicable a todos los estratos de la representatividad democrática. ¿O, acaso, no está cuestionada la necesidad y eficiencia de los concejales departamentales? De los intendentes a los gobernadores, del presidente a los legisladores y ministros, los cuestionamientos son los mismos.

Nada es lo que fue. Todo ha cambiado. Pero no hay motivos para suponer que esto que estamos viendo y viviendo, es lo que va a quedar.

Si algo sabemos sobre lo que estamos presenciando, lo único que sabemos, es que desconocemos cómo se desarrollarán las cosas y cómo será lo que vamos a vivir en los próximos y cercanos años.

Dicen que no hay terrores más escalofriantes y tremendos que los que H. P. Lovecraft describió en sus cuentos: "La emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo. Y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido".

Eso es lo poco que podemos visualizar por ahora. Lo único cierto que tenemos por delante es un horizonte de incertidumbres.

¿Será este el fin de la democracia?

Sería muy aventurado hacer tal afirmación. Pero algo sí es seguro. Las cosas no volverán a darse de la misma manera. Porque, para bien, para mal, para lo que sea, las relaciones humanas no son iguales, la tecnología y las comunicaciones han cambiado el mundo, la urbanización de los ambientes humanos es la norma y no la excepción.

Son épocas de crisis y estamos lejos de las costas y los puertos como para suponer que lo que vemos es lo definitivo. Lo poco que sabemos es que nos han cambiado las reglas de juego y nadie nos avisó. Estemos atentos. Vamos a presenciar escenarios inéditos. Y como siempre, podemos elegir. Nos sentamos a un costado y miramos lo que pasa o nos meternos en el tablero y somos protagonistas.

Esto se puede poner interesante.

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