Análisis

Administrar lo ajeno: la prueba moral que seguimos perdiendo como sociedad

En medio de muchos casos en donde la dirigencia se inclina hacia el delito, dentro o fuera del Estado, Fernando Gentile analiza el contexto y cada quién sabrá a quién le cabe la descripción. Válido tanto para la Argentina como para otros países sumidos en la corrupción.

Fernando Gentile
FG & Co.Consultor y Mentor. Estrategia y Liderazgo.

Por qué el poder corrompe no es una pregunta política, sino moral. 

Cuando lo que administramos no es propio -dinero ajeno, recursos públicos, decisiones que afectan a otros- la verdadera prueba no está en el cargo, sino en los principios. 

El problema no nace en la política: nace mucho antes, en la formación ética, en los valores que sostenemos y en la ausencia de consecuencias reales y ejemplares para quienes actúan fuera de la ley.

1. La prueba moral de administrar lo ajeno

La frase "la ocasión hace al ladrón" resume una idea incómoda: ¿prima cualquier motivación por encima de los valores cuando aparece la oportunidad de cometer un ilícito? La pregunta no es política, es humana. 

El verdadero dilema surge cuando alguien accede a recursos que no son propios, cuando gestiona dinero público o fondos ajenos, cuando puede decidir sin que el impacto recaiga directamente sobre su patrimonio.

2. El poder no corrompe: revela

La conducta no cambia por el cargo, sino que el cargo expone quién es cada persona realmente. El poder transparenta, muestra, revela principios -o su ausencia- a través de decisiones aparentemente pequeñas: contratos, adjudicaciones, permisos, "favores", influencias. 

En múltiples países e instituciones -públicas, privadas, deportivas, académicas e internacionales- se repite un patrón: administrar lo ajeno se convierte en la tentación perfecta. 

La pregunta es inevitable: ¿administramos los recursos públicos con la misma responsabilidad con la que cuidamos nuestros propios bienes?

3. Indicadores que no podemos seguir ignorando

Cuando una sociedad muestra repetidamente:

- decisiones discrecionales sin control,

- solidaridad ejercida con fondos ajenos y no con los propios,

- falta de evaluación de la gestión,

- premios y castigos inexistentes como en el sector privado,

- degradación del valor del mérito,

- ausencia de ética, moral y valores convertidos en espectáculo,

entonces no hablamos de fallas aisladas: hablamos de un deterioro profundo de la cultura cívica.

4. Educación: formar carácter antes que conocimiento

Durante décadas, familias, docentes y comunidades educativas hicieron enormes esfuerzos por transmitir valores, disciplina, respeto y responsabilidad. Pero aun así, ese esfuerzo no alcanzó. En parte porque los ejemplos que llegaban desde arriba -desde la vida pública, desde figuras de referencia, desde la falta de consecuencias- mostraban lo contrario.

Cuando lo que se observa en la cima de la vida social es transgresión, discrecionalidad o impunidad, el mensaje que baja es inevitable: "no importa lo que te enseñaron, la realidad funciona distinto".

Por eso, si queremos transformar lo que ocurre arriba, no basta solo con más control, transparencia y todo el peso de la ley cuando corresponda: necesitamos reforzar desde los primeros años la formación ética y del carácter.

Muchos sistemas educativos del mundo ya entendieron esto. Japón, por ejemplo, dedica los primeros años de escolaridad no a acelerar contenidos, sino a formar hábitos: conducta social, autodisciplina, cooperación, respeto por el entorno y responsabilidad personal. No se trata de copiar un modelo, sino de comprender su lógica: primero la persona, después el contenido.

La educación ética inicial debe enfocarse en:

- disciplina y autodisciplina,

- responsabilidad y consecuencia de los actos,

- respeto y convivencia,

- empatía activa,

- honestidad,

- criterio moral para actuar bien incluso cuando nadie está mirando.

Y esto requiere un rol docente fortalecido: profesionalización, capacitación continua, protección institucional y autoridad legítima en el aula.

La educación no es solo enseñar lo que se sabe; es formar quiénes somos como sociedad.

5. Justicia: límites reales y consecuencias duras

Aplicar bien la ley vigente es indispensable, pero no suficiente. En muchos casos, el marco legal requiere reformas que hagan las condenas más proporcionales, más rápidas y más protectoras de la víctima y de la sociedad.

Una justicia efectiva debe ser:

- ágil, porque la justicia lenta deja de ser justicia,

- sin fueros ni privilegios, porque la igualdad ante la ley no admite excepciones,

- orientada a la víctima, no al victimario,

- rigurosa, con condenas que generen un límite real,

- restaurativa, obligando al responsable a resarcir a la víctima y a la sociedad,

- coherente: quien comete un delito como adulto debe enfrentar consecuencias de adulto.

El mensaje debe ser claro, previsible y contundente: hacer lo correcto tiene un valor enorme; hacer lo incorrecto tiene un costo aún mayor. Sin consecuencias reales, la ética se debilita y lo incorrecto se vuelve opción.

6. Reconstruir lo que dejamos caer

No se trata solo de exigir; se trata de sostener. No se trata de discursos; se trata de principios. Educación y justicia -cada una desde su rol- conforman la respuesta conjunta a un mismo problema: la erosión ética profunda.

La pregunta no es cómo llegamos hasta aquí. La verdadera pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a hacer para no seguir igual?

Una sociedad es como un dique: no colapsa por una gran grieta, sino por muchas pequeñas fisuras que dejamos pasar. La educación repara el material; la justicia controla la presión. Sin ambas, el agua encuentra su camino. Con ellas, el futuro se sostiene.

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