¿Un "no" justifica un motín? El vandalismo escolar que expone la crisis de límites en Mendoza
Siguen los ecos del controvertido acto vandálico de los alumnos del Colegio Santa María. Lo analiza el criminólogo Eduardo Muñoz.
La escuela convertida en escenario de caos
La escena parece salida de un disturbio urbano: pasillos cubiertos de basura, bancos rotos, trabajos académicos destruidos y un clima de descontrol absoluto. No fue un hecho externo ni un ataque vandálico ajeno a la institución.
Fueron 115 alumnos de quinto año del Colegio Santa María reaccionando con violencia ante un límite mínimo: la negativa a faltar a clases después del Último Último Día.
El interrogante es inevitable: ¿puede un simple "no" justificar semejante destrucción? Desde la criminología, la respuesta es contundente. No es el límite el que provoca el estallido, sino la incapacidad de aceptarlo en una adolescencia moldeada por la idea de que el deseo personal opera como un derecho automático.
La lógica de la manada: cuando la responsabilidad se disuelve
Para comprender lo ocurrido, es clave analizar la dinámica grupal. La psicología de la manada explica cómo, en masa, la responsabilidad individual desaparece.
Los padres ante la disciplina escolar: ¿cómplices o perdidos?
Un adolescente difícilmente rompa una silla en soledad, pero dentro del grupo siente anonimato, respaldo y una supuesta invulnerabilidad. El contagio emocional, la presión de pares y la sensación de que "nadie va a saber quién fue" generan una conducta que, fuera del colectivo, sería impensable.
El episodio refleja un patrón recurrente en distintos escenarios de violencia colectiva: cuando todos actúan, cada uno siente que no debe responder. La dilución de la responsabilidad es el combustible principal del vandalismo juvenil.
Justicia Restaurativa: límites que educan
La respuesta institucional del colegio fue clara y pedagógica. A través de la Justicia Restaurativa, se aplicaron amonestaciones y se exigió reparación del daño mediante limpieza, arreglos y reflexión. La lógica es simple y educativa: si rompiste, reparás; si ensuciaste, limpiás.
Más que un castigo, se trata de enseñar que toda acción tiene una consecuencia y que las normas no se negocian según el humor del día.
En tiempos donde muchos adolescentes crecieron sin tolerancia a la frustración, esta intervención reafirma el valor del límite y la importancia del orden escolar como marco de convivencia.
Padres que funcionan como defensores de la impunidad
La reacción de algunos padres fue, paradójicamente, más preocupante que el propio motín. Exigieron eliminar sanciones, argumentando que solo unos pocos debían responder. Esa postura no protege a sus hijos: los desorienta.
Al justificar la violencia, envían un mensaje devastador: la norma puede torcerse, la autoridad puede presionarse y la responsabilidad es opcional. Así se consolida la cultura del zafar, un aprendizaje social que deteriora cualquier intento de construir ciudadanía responsable.
El costo social del "No pasa nada"
Si estos estudiantes llegan a la universidad o a la vida adulta creyendo que destruir propiedad ajena es una forma válida de expresar frustración, el problema trasciende lo escolar. Es un síntoma de una sociedad que perdió la capacidad de sostener un "no" sin pedir disculpas.
El motín del Santa María no es un episodio aislado, sino un espejo incómodo. Y lo que refleja es inquietante: estamos criando generaciones que viven el límite como ofensa y la impunidad como derecho.