Política

La fragmentación final

El enfrentamiento entre Grabois y Mendoza es la prueba de que el kirchnerismo ya no es un bloque, sino un campo de batalla. La ruptura comenzó con gobernadores como Kicillof y hoy llega al corazón del espacio. La disputa es por la herencia política

Emiliano Follis
Especialista en Com. Institucional; Marketing de Marca

La pelea entre Juan Grabois y Mayra Mendoza por los "trapitos" de Quilmes es el síntoma terminal, no el origen, de una enfermedad que carcome al kirchnerismo desde hace años: la fragmentación irreversible. Este no es un simple choque entre un dirigente social y una intendenta pragmática. Es la evidencia de que el espacio ya no tiene un proyecto unificado, sino una multiplicidad de proyectos personales que se disputan la misma base social. La unidad bajo un liderazgo fuerte, que alguna vez definió al espacio, se ha desintegrado, dejando como única lógica la pugna por el poder en el bastión más importante para el peronismo como lo es la Provincia de Buenos Aires.

Para entender el fenómeno hay que explicar que los primeros indicios de esta disolución no vinieron de la base, sino de la cúpula. La ruptura comenzó cuando figuras centrales, construidas por el propio kirchnerismo, decidieron tomar distancia. El caso más emblemático es el del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, quien, en 2023, enfrentado a la conducción de Cristina Fernández de Kirchner, pidió públicamente "cantar nuevas canciones", una metáfora potente para abandonar el relato único y buscar un rumbo propio.

La estrategia personalista de Kicillof, sumada a los desacuerdos públicos y a la pérdida de apoyo de otros gobernadores peronistas como los de Tucumán y Catamarca, marcó el principio del fin del bloque monolítico que supo tener en el Congreso de la Nación el Kischnerismo. Sin dudas que estas grietas en el relato mostraron que los intereses de gestión/políticos en la búsqueda de viabilidad electoral, se imponen sobre la lealtad inquebrantable.

Lo grave del enfrentamiento Grabois-Mendoza es que la ruptura ya no es táctica o geográfica, sino personal y por el control del núcleo duro. Ambos son figuras surgidas y legitimadas por el kirchnerismo, ambos se reclaman herederos de su esencia. Sin embargo, hoy se disputan el mismo territorio, los mismos votantes y el mismo capital simbólico del espacio. Grabois ataca desde la izquierda social, acusando de "curro" a la gestión camporista. Mendoza defiende desde el aparato, tildando la protesta de "extorsión". Ya no se discute cómo ganar elecciones contra la oposición, sino quién controla la verdadera herencia dentro del territorio.

Esta dinámica de autodestrucción recuerda inevitablemente a la crisis final del peronismo bajo el liderazgo de Juan Perón. En los años 70, tercer mandato del General, el movimiento también se partió cuando Montoneros y la burocracia sindical, ambos "peronistas", se disputaron violentamente el sentido de la doctrina. Perón, como árbitro supremo, intentó controlar la pugna, pero su decisión de decantarse por un ala terminó por desatar la guerra civil interna.

La gran diferencia en la actualidad es que hoy no hay un árbitro como lo fue Perón en los 70. Cristina Fernández de Kirchner, aún siendo la referente, ha perdido la capacidad de imponer disciplina. Su liderazgo, sin el poder ejecutivo, es desafiado abiertamente, y la crisis ya no se resuelve con un llamado de atención, sino que se profundiza en cada escaramuza pública. La autoridad que una vez unificó el espacio se ha evaporado, dejando un vacío de poder que todos intentan llenar.

¿Es posible reconstruir lo que ya está roto? La historia sugiere que los movimientos políticos que llegan a este punto de fragmentación personalista difícilmente recuperan su antigua cohesión. Nos encontramos en una época donde el kirchnerismo enfrenta su prueba más dura: la de sobrevivir a sí mismo. El costo de esta guerra interna ya es una dirección política inexistente y una base electoral desconcertada que ve cómo el proyecto por el que militó se desvanece en medio de acusaciones cruzadas entre sus propios referentes. En definitiva, la pregunta ya no es si se unirán, sino cuántos nuevos grupos surgirán de esta descomposición. 

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