El ajedrez en su momento más glorioso: Bobby Fischer en Mendoza

Carlos Parma, jurista, historiador y también cultor del ajedrez, resume aquí un acontecimiento histórico como fue la visita de Bobby Fischer a Mendoza.

Carlos Parma
Miembro de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza

Noviembre de 1971.

¡Fischer! ¡Fischer! Ningún ajedrecista hasta entonces había tenido hinchada propia. Mendoza arde de entusiasmo.

Es que, sin ser campeón del mundo (pronto lo será), Bobby Fischer ya era una leyenda, un ídolo indiscutido. Venía de ganarle a los mejores del mundo y en Buenos Aires había dictado cátedra nada menos que ante el armenio Tigran Petrosian (6,5 a 2,5), logrando el mayor rating ELO puntual de toda la historia del ajedrez: 2895.

Quiere quedarse a vivir en Argentina. Pide muy poco a cambio. El gobierno sólo le ofrece tres meses de contrato y un itinerario ciclópeo en kilómetros, que incluye simultáneas en Rosario, Paraná, Tucumán, Buenos Aires, Resistencia, Corrientes, Salta, Jujuy, Córdoba, San Juan, Mendoza, Neuquén, General Roca, Bahía Blanca, Balcarce, Mar del Plata y La Plata.

El ajedrez, por primera y única vez en la historia mendocina, convoca miles y miles de almas en un desbordado salón de calle San Martín y Gutiérrez. Hay un tablero mural gigante y diez más puestos en la vidriera. Veinte destacados ajedrecistas -un seleccionado dispuesto a todo- esperan al ex niño prodigio.

Los diarios del miércoles 24 de noviembre de 1971 lo anunciaban en sus tapas. Cuentan que había pasado por San Juan, donde ganó las veinte partidas que jugó. El campeón sanjuanino Norberto Hammar le resistió 63 jugadas, pero igual feneció. En lo único que perdió Bobby fue en el court del Lawn Tenis Club San Juan, donde jugó al tenis en pareja con Francisco Ramet.

Todo está muy tenso en la noche mendocina. Robert Fischer no aparece. Ya son las 21 horas y del maestro, ni noticias. ¿Se suspenderá? Un auto entra al Plaza Hotel (hoy Hyatt). Es del Ministerio de Bienestar Social de la Nación. Van en él Pilnik, Quinteros y... Fischer.

La buena nueva corre como si fueran alfiles entre los fuertes veinte rivales: Gabriel Massut, José Romero, Manuel Pereyra, Mario Alfaro, Ricardo Manzino, Enrique Najurieta, Jaime Moyano, Duncan Mac Kay, Alfredo Salinas, Moisés Olmedo, Fernando Vericat, Guido Villaflor, Salvador Bonafede, Enrique Belineaux, Tomás Acosta, el joven Pedro Straniero, Arturo Di Bello, Enrique Arnold, Francisco Coppoletta y Mario Roitman. Los suplentes eran Espinosa, E. Roitman, Moreno, Juan Fernández, Paolantonio y Gustavo Soler.

Con custodia policial por los miedos de persecución que lo agobiaban, a las 21.57 llega el astro. Estalla el Salón Blanco del ex Banco de Mendoza. Vivas, loas al hombre que cambiará la historia del ajedrez mundial. De tan solo 28 años, flaco, largo y rubio, de traje negro, camisa blanca y corbata oscura, 80 kilos, con aire atlético y dueño de un perfecto español, Bobby parecía una rock star.

Fernando Vericat, presidente del Club de Ajedrez, lo saludó y los fotógrafos lo rodearon. Quinteros les anticipó a los rivales que debían mover P4R (e4), jugada preferida de Fischer con blancas. Bobby, con micrófono en mano, saludó cordialmente a todos los jugadores.

Lo mismo que un adolescente, dando zancadas, comiéndose un lomito de esos de época y con un vaso de jugo que llenaba con una jarra, desafiaba las leyes de la física. Cada vez parecía más grande y sus rivales -salvo uno- cada vez más pequeños.

Su espigada imagen hacía juego con sus huesudas manos, que deslumbraban a tal punto que se escuchaba reiteradamente un "¡Ohhhh!" del público con cada jugada de Fischer.

Una hora y cuarenta minutos tardó en caer el primero. Fue nada menos que el campeón mendocino Gabriel Massut, quien, en un acto de arrojo, temerariamente le "entregó" un peón para atacarlo con fuerza... y resultó lo contrario.

El ritmo febril que imponía Bobby le daba al espectáculo un dinamismo que se materializaba en abandonos. Allí los aplausos eran una constante. Roitman, en la jugada 17, pudo haberlo definido en su favor; no jugó la exacta y Fischer no lo perdonó. Manzino y Bonafede tenían un final "teóricamente nulo" y no lo pudieron materializar.

Salinas, con una Escandinava, lo puso en peligro, pues tenía dos peones de más. Fischer le ofreció tablas a Salinas; éste, valientemente, se la negó y el supercampeón lo terminó demoliendo.

El jugador oriundo de Panquehua, Mario Alfaro (23 años), fue la gran sorpresa, pero no le alcanzó. Quedó solo y en mejor posición. Tres horas de juego y 35 movimientos contra el más grande de todos los tiempos: fue tablas por repetición de jugadas de Fischer. En total: 19½ a ½.

Pasada la medianoche, las luces de Mendoza brillaban como nunca: un "meteoro" había iluminado a quienes después hicieron el gallardo ajedrez mendocino de hoy (Fernández, Salguero, etc.).

Mendoza llegó al cielo del ajedrez, y Robert James Fischer, con su "altura", tuvo mucho que ver en eso.

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